Sentada del 7 de noviembre de 2013


MINIATURAS / LII
Iñaki
No es que quiera o no quiera,
es lo que es,
un amor sin objeto.

¿Por qué no puedo
echar un polvo?
Porque no tengo
intimidad, no tengo, no tengo.

Si nunca escucháis,
¡y no sois sordos!,
estáis fuera de juego
y la vida os resbala.

¿Por qué la envidia?
Dos personas se aman,
se acompañan, se protegen,
¿por qué esa envidia sin sentido?

Aburrimiento, la envidia,
absurda, la envidia,
ignorancia, la envidia.

Ni sé por qué soñé,
ni sé por qué escribí.
Quizá te escriba
para quererte, Mariví.
(Suenan The Rolling Stones)

¿Cómo olvidar
el amor de una mujer?
Nunca con otro amor, nunca.

Hay amigos,
hay mucho odio,
hay mucho mundo,
hay lo que hay,
hay amor en este puto mundo.

¿Hay una célula del amor?
¿Vivimos dentro del amor?
Sólo es propio el amor.

CUADERNO AZUL / 14
Carmen
Tal vez, como siempre he andado de puntillas a consecuencia de mi parálisis, quise ser bailarina para darles utilidad, o quizá monja, por el hábito. Y quise ser secretaria que escucha, escribe y calla, como la canción. También recuerdo que era muy desobediente, malísima: mojaba la cama, no comía, ocultaba mis adelantos en el aprendizaje cuartelero de Górliz, pensando que de vuelta a casa se acabarían todos mis males. Y mis lecturas de cuentos y mi afición a la mantequilla y el dulce. Quizá la mía fuese una infancia anodina, sin muchos estímulos.

Quizá mis lágrimas con Platero y yo fueran mis lágrimas más tristes. Eso sí, después de las derramadas leyendo las vidas de los mártires en el Año Santo. Y mis primeras risas quizá con Julio Verne y su La vuelta al mundo en ochenta días, o con las peleas a palos que describe Armando Palacio Valdés en La aldea perdida. Un libro muy fuerte, que me gustó, pero triste como la pobreza, que me descubrió la dureza de la vida y la miseria, fue Las ratas, de Delibes: qué impresionantes escenas, qué terrible. Pero el libro que nunca me cansaría de leer es El lazarillo de Tormes, porque siempre me sorprenden las maldades de los curas y de los ciegos.

“Carmelines, deja de cortar flores que vamos a comer”. Esta era mi madre llamándome a voces en la era de Quintana Redonda. Yo no le hacía caso, entretenida como estaba cogiendo margaritas gigantescas cerca de tres cruces de granito, a las que llamaban el Calvario. Las niñas de la escuela iban con su carretilla a coger sacos de piñas o arrastraban támaras para la lumbre.

No sé, quizá me hayan educado con mucha lástima, siempre me protegieron demasiado. Recuerdo que mi madre me decía: “Ponte en una barra y haz ejercicio”, pero jamás le hacía caso y no pasaba nada. Y mi hermano, mientras, se llevaba todas las broncas.

Imposible entenderse esos dos: “‘Problemas’, qué querrá decir cuando dice ‘problemas’, nunca dice nada por más que quiero hablarle”, piensa el chico. Y la chica piensa: “En mala hora se me ocurrió pronunciar esa palabra”, y continúa callada para no volver a equivocarse. “¿Por qué?, ¿qué he hecho yo?, nunca dices más que ‘problemas’” protesta el chico, y piensa para sí: “Será por el rechazo de su minusvalía, de los padres, o porque no tiene confianza con su madre y padre y eso la corta en nuestra relación”. ¿Qué le ocurrirá a esta chica? Cómo la comprendo.

Sueño con bailar y no me muevo apenas.
Sueño con reírme y estoy llorando.
Sueño con ser prima donna, Salomé con sus velos, y de repente me despierto en una silla de ruedas.
Se tienen sueños y a veces no se ponen los medios para hacerlos posibles.

LA MUJER PRUDENTE
Ramón
¿Qué se puede decir de una mujer que ha criado trece hijos? Sólo para ponerles nombre a cinco chicas y a ocho chicos hay que ser una poeta. Carmen se llama la hija mayor y Ramón el hijo mayor, que soy yo. Y Jesús, el más pequeño de todos.
No he conocido a ninguna mujer más tranquila y satisfecha con su suerte. Rodeada como estaba siempre de preocupaciones, que si un hijo tose, que si el otro estornuda, que si un arañazo, que si un brazo roto, que si una descalabradura, que si a este le gusta la música, a aquel la escalada, al otro el ciclismo, cada año que pasaba aumentaban los problemas y aumentaba el número de hijos, pero no disminuía su entusiasmo.
Además de haberles dado la vida, esta madre, que es mi madre, les enseñaba también a vivir. No tengo memoria de haber ayudado a mi madre en los cuidados de mis hermanos, nunca me faltó tiempo para el baloncesto. Mi hermana Carmen sí ayudaba a mi madre. Los chicos, si acaso, hacíamos los recados, nada más.
Ella se ocupaba de todo, nos lavaba, nos vestía, nos vigilaba, era una mujer siempre despierta, siempre activada, siempre presente.
Y todavía ayudaba a mi padre en la oficina, con los encargos o cogiendo los avisos de mudanzas. Cada vez que pienso en mi madre, pienso en una persona feliz.

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