Sentada del 20 de junio de 2013


COSAS PEQUEÑAS…
Peva
…grandes o pequeñas, qué más da, esta no es la cuestión… Porque la vida siempre te da algo, para quitártelo después… Y de este proceso te das cuenta con los años, que es lo que más jode. Para ser feliz hoy me tengo que olvidar del mañana, acercarme ahora a lo bonito de la vida sabiendo que hay que agarrarlo por los cuernos porque no va a durar mucho.
Para mí, la libertad que tengo ahora es un verdadero lujo, y no es precisamente algo pequeño. Pero tampoco puedes bajar la guardia porque la libertad pende tan solo de un hilito, tan fino que si no lo cuido se me puede romper entre mis dedos de cristal. Es algo tan pequeño que el día menos pensado puede hasta desaparecer. Es como una pequeña ilusión, y todo dependerá de mí, de cómo me cuide para que esta pequeña cosa, casi la felicidad, no se me vaya de viaje y se quede conmigo.
Por eso, las pequeñas cosas hay que atraparlas y, a ser posible, no dejarlas escapar. Yo he tenido a lo largo de mi vida grandes pequeñas cosas que han dado sentido a mi vida de señora con el culo pegado a una silla de ruedas, silla que he sabido manejar con soltura y elegancia para que ella no me manejara a mí.
Pues sí, estas pequeñas cosas también me las he tenido que currelar yo solita. En aquellas noches tan largas, cuando el puto insomnio casi no me dejaba dormir, pensaba mi vida futura e iba aprendiendo con lo que nunca tendría.
Cuando eres pequeña, o sea, una tierna infanta, eres de lo más confiada. El ambiente familiar te protege, estás entre algodones, y así es muy difícil desconfiar. Porque para desconfiar de una madre, por ejemplo, hay que tener una mente de lo más perversa y diabólica. Un niño de un año o de dos no es así, es un poco difícil que alcance esas cotas que le atribuyen los guionistas de cine. Entre otras cosas, porque un niño no piensa, que ahí está el peligro. Para ser desconfiado hay que retorcerse la mente y practicar mucho, o ser hijo de banquero, o sea, de usurero. Vamos, que hay que ser un mal bicho o haber tenido una vida podrida.
Hay profesiones que lo dan. Los banqueros, en el último siglo, sólo han legado de positivo a la humanidad el cajero automático. Todo lo demás han sido desastres. Y el más lamentable, ese concepto de la seguridad que nos han vendido a todos como lo más importante de nuestras vidas, o sea, como si todos tuviésemos un banco en vez de ser estafados por ellos.
Pero se me ha ido la pinza, quería decir que un banquero tiene por obligación ser desconfiado, porque es la profesión del dinero y, claro, el dinero es muy desconfiado y cada cliente de un banco puede ser un peligroso atracador.
¡Hasta un minus puede entrar a un banco y llevar escondida en su silla una metralleta! ¡Y ahora que lo digo: esto de esconder armas entre las piernas para una minus como yo es lo más fácil del mundo! ¿Cómo habré podido ser tan gilipollas, que me he dado cuenta tan tarde?
Toda la vida temiendo por mi seguridad, y no me daba cuenta de que estaba guardándoles el dinero a los banqueros con mi miedo. No hay como escribir para descubrir las grandes verdades. O pequeñas, que poco importa. El caso es no tener miedo al futuro y vivir los regalos del día de hoy: ¡y organizar el atraco a Caja Madrid!
¿Pero cómo seremos tan gilipollas que nos estamos dejando atracar por los banqueros? En la crisis del 29 se suicidaban los banqueros: en esta de ahora nos suicidamos los ciudadanos. En menos de un siglo le han dado la vuelta a la tortilla ¡y luego dicen que no les gustan las revoluciones! No hay como las pequeñas cosas para poner a los banqueros en su sitio, en el pasado.

EL OSADO PEDRO
MaryMar y adredista 7
Pedro es un amigo de mi infancia. Ahora cuenta con cuarenta tacos, año arriba, año abajo… Pero desde que era pequeño ha sido un muchacho muy osado, no se amilanaba ante nada.
Recuerdo una historieta ocurrida en el colegio donde íbamos él y yo, hacia los nueve o diez años. Allí había un grupo de chavales que estaba todo el día de pelea. Y le tenían bastante envidia a Pedro, ya que él era un chico de sobresalientes y ellos lo suspendían todo.
Y además, Pedro tenía un don y ellos lo sabían: que se entendía muy bien con todos los bichos.
A Pedro no le gustaba una miaja que se metieran con él. Solían tirarle piedras, insultarle y hacerle mil y una peripecias.
En casa de Pedro había una granja donde vivían los gallos, las gallinas, los pollitos, algún perro, cerdos… y todos se llevaban bien con Pedro.
Un buen día, metió a varios animales en un saco, y antes los pidió perdón: un perrito, dos gallinas, un gallo, tres pollitos y un cerdo no muy grande. Y se cargó el saco al hombro y se lo llevó al colegio.
Cuando los otros empezaron a meterse con él, Pedro abrió el saco y soltó a los animales. Estos empezaron a correr detrás de los chavales, picándoles en las piernas y el culo, o cagándose encima de ellos por todo el patio. Pedro les había explicado bien el plan, mientras venían al cole en el saco.
Los chavales camorristas, que no se habían visto en otra, corrían como alma que lleva el diablo. Pero con sus amigos consiguió Pedro alcanzarlos y acorralarlos en un rincón. Les enseñó un documento que llevaba preparado, en el que se comprometían a no meterse jamás con él ni con los más débiles. Y, si reincidían, tendrían que atenerse a las consecuencias.
Y con estas, llevó el documento y a sus amigos al despacho del director y le obligó a estampar también su firma en nombre de todo el claustro, por dejación de funciones.
Eso sí, después el director expulsó del colegio a los animales, normal, pero con Pedro no se atrevió.

EL SUSTO DE MI VIDA
Laura y adredista 1
Una de las cosas grandes que he perdido es la memoria.
Terminé los estudios del colegio siendo muy jovencita. Me matriculé en la Escuela de Enfermería y no recuerdo la fecha ni la edad que tenía en esos momentos. Sí recuerdo que la escuela se llamaba “Escuela Julio Ruiz de Alda”.
Era una alumna empollona, le dedicaba mucho tiempo a mis estudios porque los había escogido para poder ayudar algún día a los demás, tenía vocación de cuidadora. Sé que aprobé bien todos los cursos de enfermería, pero se me ha borrado la fecha cuando terminé.
Encontré trabajo enseguida, entonces no había muchas enfermeras en Madrid. Trabajé en varios hospitales que no acierto a nombrar ahora. Mi primer trabajo fue instrumentista ayudante en quirófano, y yo creo que aquellos años no salía de los quirófanos y las UVIs.
El neurocirujano doctor Ley ya tenía por entonces un equipo de lujo, los ayudantes que quería y todos muy buenos. Yo trabajaba en un quirófano próximo al suyo. Un día, al verme caminar por el pasillo, me llamó. Me volví hacia él y me comentó en tono muy amable: “Usted tiene el síndrome desmielinizante”.
Aunque entonces no sabía lo que significaban esas palabras, me quedé helada, presentí que ese síndrome iba a ser algo importante en mi vida. Y lo primero que me vino a la cabeza fue: ¡Dios mío, dame valor para hacer frente a lo que significan esas palabras!
Nada ni nadie me ha vuelto a impresionar tanto como aquel doctor, el neurocirujano doctor Luis Ley. Nada se me ha grabado tan fuerte en mi interior. Aunque he perdido la memoria, aquel momento lo recuerdo con exactitud, como si fuese hoy, y siento hasta el mismo susto al recordarlo.

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