Sentada del 11 de julio de 2013


EL DADO DE OLVI
César
En Bosnia, las granjas están muy bien cuidadas. Después de la guerra, incluso durante ella, el hambre se pudo combatir gracias al esfuerzo de los granjeros. Donde podían trabajar, que no eran hostigados por el enemigo serbio o croata, los campos estaban bien cuidados y todos trabajaban para que a nadie le faltase el pan de cada día y la carne de cada día.
Olvi nació durante la guerra, pero en una de estas granjas que no habían sido saqueadas por el enemigo. Se puede decir que Olvi había tenido suerte con su familia. Su padre era prudente y religioso, su madre era más, pues era prudente y libre, ni llevaba velo ni obedecía otra ley que su voluntad, era una mujer sabia. Olvi había aprendido más de su madre que de su padre y, en la escuela, nadie hacía carrera de él. Con once años, continuaba siendo igual de desobediente y rebelde que con tres. Su padre estaba realmente preocupado, pero su mamá le protegía.
El día que encontró el dado, fue su madre la primera en conocer el secreto. Era un dado muy brillante, a cualquier niño le hubiese llamado la atención. Olvi lo había encontrado en el bosque, entre unos helechos, y su brillo espectacular le intrigo desde el primer momento. Su madre, sin embargo, disimuló la sorpresa, aunque bien sabía ella lo que era aquel dado.
–Enséñaselo sólo a quien se lo merezca –le había dicho a su hijo.
La vida de Olvi en la escuela cambió de la noche a la mañana. Hasta allí, nunca había dado que hablar, había sido un niño como todos: no estudiaba, no escuchaba lo que decía el maestro, no aprendía sino lo que oía en el recreo a los mayores, o sea, muchas picardías. Ahora, con el dado, lo sabía todo, corregía incluso los errores de bulto del maestro, que lo mismo le daba decir que los terroristas habían atacado las Torres Gemelas y, al día siguiente, decir que el ataque había sido obra de patriotas.
–Entonces, ¿quién tiene la verdad, el presidente Bush o Bin Laden? –preguntó en clase Olvi.
–Por supuesto, Bin Laden –dijo el maestro, de nombre Aldin Arnautovic.
Y Olvi se rió y los compañeros no entendían nada de este conflicto mundial.
–Olvi, déjame ese dado tan bonito que tienes –le pidió aquella misma mañana su mejor amigo en el recreo.
–Toma, pero con vuelta –ordenó Olvi.
Y Fedja, que así se llamaba su amigo, hizo unas tiradas contra la pared y siempre le salía el seis.
–Este dado está trucado –dijo al fin.
–No lo sabes tú bien –contestó Olvi, aunque tampoco él sabía en realidad hasta qué punto lo estaba.
Y desde aquel recreo ya eran dos los sabios en la clase.
–A los serbobosnios habrá que combatirlos a muerte –dijo un día el maestro, repitiendo lo que decían los musulmanes bosnios en todos los círculos, universidades, prensa, bares, asilos, etc.
–¿No se estará pasando un poco, señor maestro? –censuró en esta ocasión Fedja.
–¿Qué maneras son esas de dirigirse a un superior? –abroncó el maestro Aldin Arnautovic.
Cuando el maestro se atreve a censurar la conducta de sus alumnos es porque está muy seguro de sus enseñanzas, en este caso de su opinión sobre la situación de la nación y sus enemigos. Olvi ha observado que en estos casos es mejor dejarlo pasar, pues no es cosa de ridiculizar al maestro, sino de hacerle comprender dónde está de verdad la verdad.
–No se lo tenga en cuenta, señor maestro, que Fedja solo quería expresar su confusión ante una opinión como la suya, tan rotunda.
–Yo no opino, yo enseño y vosotros aprendéis, para eso estamos todos aquí.
–Por supuesto, seños maestro –admitió al fin Fedja–, pero yo no acabo de entender que los conflictos se tengan que resolver a tiros.
–Para eso vienes a la escuela, para entenderlo algún día.
Los de la banda del dado, Olvi y Fedja, se callaron por esta vez, pero no estaban de acuerdo con el maestro y su filosofía de la vida. Algo tendrían que hacer.
En el recreo, Pedja y sus matones estaban abusando de Emir y Belmina porque los habían visto besándose. Les daban collejas, se reían de ellos y, lo que es peor, les estaban robando todas sus pertenencias, mochila, zapatillas, todo.
–¿Qué han hecho Emir y Belmina para que se merezcan este trato? –preguntó Olvi, muy cabreado.
–Se han besado –contestó Pedja, amenazador.
–¿Como hacías tú ayer en la plaza con Berina, que no se dejaba y tú la amenazabas? –fue la pregunta acusadora de Olvi.
–Tú eres un bocazas y un chivato –dijo Pedja, y se abalanzó sobre él.
El chico le esquivó con facilidad y el matón cayó al suelo de cemento del patio todo lo largo que era, ante la risa de todos. Lo sujetaron entre los dos, Olvi y Fedja, mientras Emir y Belmina recuperaban sus pertenencias.
–Si de ti abusan, Pedja, y no te gusta, no imites a los que odias abusando de los indefensos –dijo Olvi para que le oyesen todos.
–Eres muy valiente, Olvi, ¿de dónde sacas esa fuerza y esa verdad? –habló Belmina.
Olvi no contesta, pero aparta a la pareja de los demás niños y les enseña el dado. Estos lo miran y remiran, pero no se atreven a tocarlo.
–Basta con que lo veáis. Este dado os sacará de muchas dudas, ahora que sabéis de su brillo.
Ya eran cuatro los que estaban en el secreto del dado. Olvi escoge a otros nueve entre los compañeros de clase y se lo enseña como si nada. Consigue así que, de ser una clase de mediocres y trastos, se convierta en la clase más brillante y participativa de todo el colegio. El maestro no salía de su asombro, sus alumnos sabían más que él y eran más sensatos que él mismo. Y todo de un día para otro.
Habló con el director, este se dio una vuelta por el aula y corroboró lo que decía el compañero maestro Aldin Arnautovic. Se quedó estupefacto, aquel grupo de descerebrados había pasado de la noche a la mañana a ser los mejores estudiantes jamás vistos.
–Esto es un dopaje masivo, estos niños se drogan –le dijo al maestro el director, que era aficionado al ciclismo, sobre todo al Tour de Francia, y entre los dos decidieron convocar a los padres.
La asamblea con los padres fue muy conflictiva, pues todos estaban encantados de cómo eran sus hijos ahora, brillantes, sabios y audaces. Por fin, habló la madre de Olvi, que estaba en el secreto:
–Si lo que os asombra es su sabiduría, aprovechémosla y propongamos a nuestros hijos como dirigentes de nuestro castigado país bosnio, para que den solución a los problemas que sus padres no supimos sino enconar con una guerra.
Toda la asamblea, sin excepción, la tuvo por loca. Pero al momento, y sin saber cómo, todos los padres presentes estaban de acuerdo con la propuesta de la señora y los maestros apoyaban también a la insensata madre de Olvi.
Esto fue sólo el principio.
Eligieron en los próximos días como delegados de su circunscripción a los doce de Olvi, y a este al frente de ellos, y los enviaron a Sarajevo, para negociar el acuerdo con los serbobosnios y croatas. Puso Olvi, en su primera intervención ante la asamblea, su dado junto al micrófono, bien a la vista de todos los delegados, y el acuerdo de paz fue fácil.
En cuatro días se firmó una paz que llevaba negociándose once años, los mismos que tenían Olvi y sus discípulos.
Y cuando los chicos volvieron al pueblo y a sus granjas, ya todos los tenían por sabios y todos los vecinos participaban de sus ideales de paz y de solidaridad. Del dado de Olvi había nacido una nueva aldea, una nueva Bosnia, una nueva sociedad y una nueva democracia
El problema fue que al poco Olvi perdió su dado en un camión de cerezas. Y el camión se fue de Bosnia y ahora hay que estudiar con los trece de la aldea las nuevas ideas, y hay muchos entre los viajeros que llegan que no las entienden o las entienden al revés, como siempre ocurrió con todo lo nuevo.
Y lo peor es que ya no hay dado. Solo están Olvi y sus doce discípulos y su palabra para que el mundo mejore y la paz se perpetúe.

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