Sentada del 15 de agosto de 2013


DECEPCIÓN
Ramón
Yo sé lo que siente una persona cuando pierde una amistad de muchos años. Ella y yo paseábamos con la señora Carmen por el barrio y por el Parque de los Cipreses los días de sol. Algunas veces, pocas, llegábamos hasta Parquesur. Me gustaban especialmente los paseos al sol con ella.
Yo le hablaba de mi vida, de mis doce hermanos (las cinco chicas vienen a verme, los chicos no), de mis trabajos, que siempre trabajé, de mi madre, que ya está un poco vieja, cuando me decía algunas veces que no podía manejarme porque estaba descadrilada, que ni siquiera podía hacerlo con la grúa.
Mi amiga me contaba poco, es alicantina y se ha ido de esta residencia para estar más cerca de su familia. Mi amiga era como una flor, muy hermosa en primavera y todo el año luminosa, al sol.
Siempre íbamos juntos también en las excursiones, lo pasábamos bien. Llegamos a ir hasta Lourdes juntos dos veces. En tres años de conocimiento no es poco. También éramos vecinos de planta, la echo mucho de menos.
Y es una gran tristeza que no me devuelva las llamadas. Yo creo, después de tres meses esperando que me llame (yo la llamaba casi todos los días y no estaba nunca), que ya no es tristeza lo que siento. Triste estoy, pero ya no sé por qué. Quizá me quede esa sensación que producen en el alma las oraciones que dios no escucha, eso mismo que otros llaman decepción y que no curan ni las misas de los domingos.

LA CRUELDAD
Peva
Hay muchas maneras de ser crueles. Y tan desconcertantes que ya desde niños aprendemos este arte.
Porque para ser cruel no debe de necesitarse más que miedo, según los clásicos, que de esto sabían horrores. Históricamente, las relaciones de los humanos están llenas de crueldad. Y más por la parte de los hombres que de las mujeres, que por una Medea en la historia de los mitos hay cien mil padres que se comen a sus hijos, empezando por los dioses.
Para ser cruel se necesitan grandes dosis de sadismo, ser como de otra pasta. No debe de ser algo que se aprenda, aunque con los años se puede mejorar. Es como todo, si te entrenas terminas superándote.
Las mujeres también podemos llegar a ser buenas brujas crueles, o sea, brujas de verdad, no de las que los curas quemaban en la hoguera porque no les obedecían, pobrecitas. Las mujeres tenemos razones para el miedo, o sea, para ser crueles. Y si no había otras más poderosas, las víctimas de las hogueras nos continúan aterrorizando: ¿por qué, si no, continuamos obedeciendo a estúpidos maridos o estúpidos jueces o estúpidos gobernantes?
Decía yo que el miedo desata la crueldad, pero hay ambientes extremos que la favorecen más que otros, como pueda ser la pobreza. En cambio, siempre pensamos que la educación es una vacuna contra la crueldad, lo cual es una ingenuidad, pues la historia está plagada de gentucilla tan cruel como inteligente.
Nada más hace falta que recordar la crueldad en los niños para caer en la cuenta de que la crueldad no es un misterio. Estos enanos que pululan a nuestro alrededor se defienden de las agresiones y del miedo con un arsenal de maldades de cojones. Se están entrenando en realidad.
Porque estos enanos crecen –como una lata de sardinas, la niñez también caduca, que todo lo bueno se acaba–, se hacen más concientes de quiénes son sus enemigos y las crueldades que antes hacían hasta gracia hoy ya se ven con otros ojos. Y si no se moderan, las hacen tan gordas que terminan en Carabanchel.
Claro que esto no debe de importar mucho ya, puesto que esta cárcel fue derribada, aunque no por ello se han borrado los crímenes cometidos entre sus muros. Ahora los malos van a Meco.
Yo nunca fui a Carabanchel ni de visita, pues mi padre estaba encerrado en el Penal de Burgos y yo no había nacido. Con eso ya tengo bastante, con eso y el exilio.
Pues hablando de crueldad, no están mal traídas las cárceles. Que no seré yo quien llore por los muros de Carabanchel, esa vergüenza. Pero puestos a tirar, por qué no destruir Cuelgamuros, esa cruz de la ignominia levantada, además, por unos ateos, y en régimen de campo de concentración. He ahí otro monumento a la crueldad y al miedo de los poderosos. Un monumento que, en vez de dinamitarse, se está reconstruyendo para vergüenza de la cruz y de todos los evangelistas.

CUADERNO AZUL / 11
Carmen

Con el tren ya parado, un marroquí recibía los insultos de la gente por querer que un mozo cargase con sus maletas.
–Yo tengo tarifa –se defendía–, yo tengo tarifa.
–¿Pero quién va a cargar con la maleta de un moro? –insultaban los viajeros.
Era un anciano, y se fue de allí cargando con su maleta entre humillaciones. Qué pronto olvidamos nuestro pasado de emigrantes. O mejor, lo vengamos en otras víctimas de lo mismo. Y la policía y demás hacen con los extranjeros lo que nunca se atreverían a hacer con sus paisanos.

Cómo me gustaría saber lo que piensan personas que no hablan o no se pueden expresar como yo. Cabe pensar si sufren o no, o si les gustaría terminar con su vida. De todas formas, estas personas son un reto que nadie quiere aceptar, pues no dan dinero. Y a veces estas rosas muertas viven muchos años y nadie hizo nada por regarlas.

Entre tantos adivinos y futurólogos no sé si habrá alguno que sea de verdad auténtico. ¿Qué necesidad tendrá el hombre de buscar tantos magos? Si hubiera aunque sólo sea alguien que me ayudase a hallar mi media naranja. ¿O quién será el mago que encuentre la llave de mi voluntad, a poder ser para siempre? Quizá quien busca magos es que no confía mucho en sí mismo.

Laura tenía sólo un añito, imposible evitar que rompiera cosas y se subiera a cualquier mueble. Excepto las lámparas, todo lo alcanzaba. Los titís y ella se parecían cantidad. Dicen los sesudos psicólogos que los niños destrozones se fascinan viendo cómo de una cosa sola aparecen muchas. Ella debía de ser de esta clase, porque era milagroso tener un cenicero entero a su vera. Un día a su padre se le cayó, al volver del trabajo, y ella no tardó en imitar la acción. Con tan buena puntería que lo rompió y se ganó un buen azote –cuántos pagamos el mal humor con la gente que más queremos. Aún así, ella siguió pulverizando ceniceros.

La caja de música acompañaba mi insomnio. Era una noche que no podía dormir. Puse en marcha mi caja de música y tocaba Gotas de
lluvia que al caer… Por fin me dormí y en sueños la caja de música me cantaba ¡Pero cómo te gusta dormir, pero cómo te gusta!

1 comentario:

Thomas dijo...

This is awesome!