MALA
RACHA
Peva
Últimamente,
mi grado de satisfacción es nulo, ¡y por qué será! No hago nada
que me guste, vivo y leo y escribo sin ganas, pero lo más
preocupante es que hace mucho que ni voy a Madrid. Y esta puta
residencia es demoledora. Aquí no se puede estar dos días seguidos
encerrada sin ver fantasmas de otro mundo, que pululan por las
habitaciones sin ningún recato.
Yo,
para no morirme y que me lleven los zombis, tengo que salir de aquí,
vamos, carretera y manta. Es lo que antes hacía, tenía más
fuerzas, más ánimo, y huía de los malos rollos de estos muros.
Pero es que ahora no me encuentro, no estoy a gusto ni conmigo misma,
y claro, cómo voy a tener ánimo para aguantar a los humanoides que
pululan en mi entorno, imposible.
Me estoy haciendo vieja y mi grado de insatisfacción se ha multiplicado por cien. Y lo peor de todo es que la vejez ya no se cura.
Me estoy haciendo vieja y mi grado de insatisfacción se ha multiplicado por cien. Y lo peor de todo es que la vejez ya no se cura.
Era
feliz cuando era joven, con esa dicha que da la inconsciencia de los
pocos años. Tenia de todo y yo ni me daba cuenta. Vivía hasta en la
Castellana –las Koplowitz eran vecinas mías– en una casa cómoda,
más bien grande, ningún obstáculo me impedía andar por toda ella
con la silla de ruedas. El pasillo era una gozada, muy amplio y
hermoso, daba gusto pasar de allí a las habitaciones, amplias,
llenas de luz, con unos grandes ventanales que habían enamorado al
sol, qué gozada vivir allí.
Convivía
con mi familia y con un estilo de vida que había hecho mío sin
esfuerzo, de estudio, de libertad, de tertulias, ¡oh mi padre de
tertulia con sus amigos! Vamos, que era otro mundo, otra manera de
ver la vida, puede que más pija, eso sí, pero me gustaba más.
Puede
también que el paso del tiempo haya cambiado a ésta que escribe, y
que haya cambiado sobre todo mi carácter, pero lo cierto que es que
yo por aquel tiempo era feliz.
Pues
lo dicho, que ésta no es una de mis mejores épocas. Me paso en este
puto centro la mayor parte del día y el encierro me está afectando
psíquicamente. Los años me han quitado fuego y las ganas de hacer
cosas con mi vida. Pero lo peor es que me doy cuenta de ello y
comienzo a echar de menos mi gran momento, cuando yo era feliz sin
enterarme, ¡es para llorar!
UNA
BUENA EXPERIENCIA
Laura
Fue
un verano muy especial para mí y para mis hermanos. Mamá iba a
disfrutar sus primeras vacaciones y decidió pasarlas en la playa con
sus seis hijos. Era muy arriesgado, pero no le importaba, ella tenía
un gran amor por todos.
Yo
tendría unos ocho años y jamás había salido de Madrid. Repartidos
en dos taxis llegamos a la estación de autobuses. Allí nos
contagiamos unos a otros los nervios y la alegría por igual. Mamá
atendía a todos, especialmente a las dos más pequeñas. Nos había
dado biodramina para evitar el mareo y se había guardado una
colección de bolsas, por si acaso.
Nos
colocaron en la zona media del autobús, a mí me tocó junto a la
ventanilla. Disfrutaba con todo, era muy emocionante ver que los
árboles estaban vivos y corrían en dirección contraria a nosotros.
No recuerdo el tiempo que duró el viaje, sé que no me dormí y que
las emociones me mantenían con los ojos abiertos.
Sobre
las cinco de la tarde llegamos a Nerja. Sacamos la ropa de baño de
las maletas, el resto lo tuvimos que colocar en los armarios. Nos
pusimos el bañador y presionando a mamá salimos para la playa. El
cielo estaba despejado y hacía calor.
El
mar se movía con olas medianas y pequeñas, era mi primera vez y la
belleza del mar me cautivó. Correr descalza por la arena de la mano
de un hermano mayor fue una experiencia maravillosa. Disfrutaba con
mis hermanos de la mejor ocurrencia de mamá, todos estábamos
alucinados.
No
sé el tiempo que mamá tardó en recogernos, la tarde había
avanzado y nos llevó al apartamento para cambiar de ropa, ducharnos
y quitar el salitre.
A
punto de anochecer salimos a dar una vuelta por el paseo marítimo,
el sol estaba muy bajo y se perdía en el horizonte muy lentamente,
como si fuera un disco de color naranja. Las crestas de las olas
parecían más blancas y el mar, a lo lejos, se ponía de azul
oscuro. Esa imagen se quedó conmigo para siempre.
Hace
unos treinta años caminaba por la calle Jerónima Llorente de
Madrid, entré por casualidad en una tienda de cuadros, vi un póster
que retrataba fielmente aquella imagen de mi infancia en la playa y
no dudé encargarle un marco. Desde entonces está conmigo
recordándome aquella primera vez que disfruté la belleza del mar.
ALBOROTO
Rosita
La
gente en las fiestas no se calla, les pasa lo que a mí, y hacen tal
alboroto que más parece locura, como yo. Lo único que desean es que
no termine nunca, aunque pasados unos días ya pedirán paz y
tranquilidad, mucha tranquilidad.
Yo
alguna vez fui más joven y participé de muchos alborotos. Más loca
que nadie y que nada era yo, como una puta cabra. Salía con un chico
muy guapo, era muy guapo muy guapo, y me alborotaba toda, nos íbamos
por ahí, por las eras y por ahí, lo pienso y esto no puede ser
verdad, Muchas veces nos pasábamos horas y horas en la cocina de
palique, que yo siempre fui muy cotilla. Cómo olvidar a Enrique, era
muy guapo muy guapo, muy bueno, muy buen amigo, a él le contaba
todas mis alegrías y mis tristezas, que las tengo.
Sobre
el amor y los alborotos yo hablo lo que quiero. Donde hay amor hay
alboroto, que el amor es muy cabrón, muy cabrón. Dentro de las
personas hay alboroto, sobre todo en el corazón. El amor te
despierta el cariño por la familia, pero sobre todo no te permite
olvidar a la persona que alborotó tu corazón y que continúa en tu
mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario