Sentada del 9 de mayo de 2013


MALA RACHA
Peva
Últimamente, mi grado de satisfacción es nulo, ¡y por qué será! No hago nada que me guste, vivo y leo y escribo sin ganas, pero lo más preocupante es que hace mucho que ni voy a Madrid. Y esta puta residencia es demoledora. Aquí no se puede estar dos días seguidos encerrada sin ver fantasmas de otro mundo, que pululan por las habitaciones sin ningún recato.
Yo, para no morirme y que me lleven los zombis, tengo que salir de aquí, vamos, carretera y manta. Es lo que antes hacía, tenía más fuerzas, más ánimo, y huía de los malos rollos de estos muros. Pero es que ahora no me encuentro, no estoy a gusto ni conmigo misma, y claro, cómo voy a tener ánimo para aguantar a los humanoides que pululan en mi entorno, imposible.
Me estoy haciendo vieja y mi grado de insatisfacción se ha multiplicado por cien. Y lo peor de todo es que la vejez ya no se cura.
Era feliz cuando era joven, con esa dicha que da la inconsciencia de los pocos años. Tenia de todo y yo ni me daba cuenta. Vivía hasta en la Castellana –las Koplowitz eran vecinas mías– en una casa cómoda, más bien grande, ningún obstáculo me impedía andar por toda ella con la silla de ruedas. El pasillo era una gozada, muy amplio y hermoso, daba gusto pasar de allí a las habitaciones, amplias, llenas de luz, con unos grandes ventanales que habían enamorado al sol, qué gozada vivir allí.
Convivía con mi familia y con un estilo de vida que había hecho mío sin esfuerzo, de estudio, de libertad, de tertulias, ¡oh mi padre de tertulia con sus amigos! Vamos, que era otro mundo, otra manera de ver la vida, puede que más pija, eso sí, pero me gustaba más.
Puede también que el paso del tiempo haya cambiado a ésta que escribe, y que haya cambiado sobre todo mi carácter, pero lo cierto que es que yo por aquel tiempo era feliz.
Pues lo dicho, que ésta no es una de mis mejores épocas. Me paso en este puto centro la mayor parte del día y el encierro me está afectando psíquicamente. Los años me han quitado fuego y las ganas de hacer cosas con mi vida. Pero lo peor es que me doy cuenta de ello y comienzo a echar de menos mi gran momento, cuando yo era feliz sin enterarme, ¡es para llorar!

UNA BUENA EXPERIENCIA
Laura
Fue un verano muy especial para mí y para mis hermanos. Mamá iba a disfrutar sus primeras vacaciones y decidió pasarlas en la playa con sus seis hijos. Era muy arriesgado, pero no le importaba, ella tenía un gran amor por todos.
Yo tendría unos ocho años y jamás había salido de Madrid. Repartidos en dos taxis llegamos a la estación de autobuses. Allí nos contagiamos unos a otros los nervios y la alegría por igual. Mamá atendía a todos, especialmente a las dos más pequeñas. Nos había dado biodramina para evitar el mareo y se había guardado una colección de bolsas, por si acaso.
Nos colocaron en la zona media del autobús, a mí me tocó junto a la ventanilla. Disfrutaba con todo, era muy emocionante ver que los árboles estaban vivos y corrían en dirección contraria a nosotros. No recuerdo el tiempo que duró el viaje, sé que no me dormí y que las emociones me mantenían con los ojos abiertos.
Sobre las cinco de la tarde llegamos a Nerja. Sacamos la ropa de baño de las maletas, el resto lo tuvimos que colocar en los armarios. Nos pusimos el bañador y presionando a mamá salimos para la playa. El cielo estaba despejado y hacía calor.
El mar se movía con olas medianas y pequeñas, era mi primera vez y la belleza del mar me cautivó. Correr descalza por la arena de la mano de un hermano mayor fue una experiencia maravillosa. Disfrutaba con mis hermanos de la mejor ocurrencia de mamá, todos estábamos alucinados.
No sé el tiempo que mamá tardó en recogernos, la tarde había avanzado y nos llevó al apartamento para cambiar de ropa, ducharnos y quitar el salitre.
A punto de anochecer salimos a dar una vuelta por el paseo marítimo, el sol estaba muy bajo y se perdía en el horizonte muy lentamente, como si fuera un disco de color naranja. Las crestas de las olas parecían más blancas y el mar, a lo lejos, se ponía de azul oscuro. Esa imagen se quedó conmigo para siempre.
Hace unos treinta años caminaba por la calle Jerónima Llorente de Madrid, entré por casualidad en una tienda de cuadros, vi un póster que retrataba fielmente aquella imagen de mi infancia en la playa y no dudé encargarle un marco. Desde entonces está conmigo recordándome aquella primera vez que disfruté la belleza del mar.

ALBOROTO
Rosita
La gente en las fiestas no se calla, les pasa lo que a mí, y hacen tal alboroto que más parece locura, como yo. Lo único que desean es que no termine nunca, aunque pasados unos días ya pedirán paz y tranquilidad, mucha tranquilidad.
Yo alguna vez fui más joven y participé de muchos alborotos. Más loca que nadie y que nada era yo, como una puta cabra. Salía con un chico muy guapo, era muy guapo muy guapo, y me alborotaba toda, nos íbamos por ahí, por las eras y por ahí, lo pienso y esto no puede ser verdad, Muchas veces nos pasábamos horas y horas en la cocina de palique, que yo siempre fui muy cotilla. Cómo olvidar a Enrique, era muy guapo muy guapo, muy bueno, muy buen amigo, a él le contaba todas mis alegrías y mis tristezas, que las tengo.
Sobre el amor y los alborotos yo hablo lo que quiero. Donde hay amor hay alboroto, que el amor es muy cabrón, muy cabrón. Dentro de las personas hay alboroto, sobre todo en el corazón. El amor te despierta el cariño por la familia, pero sobre todo no te permite olvidar a la persona que alborotó tu corazón y que continúa en tu mente.

No hay comentarios: