MINIATURAS
/ XLIV
Iñaki
Cuéntame
tu vida,
no
gastaré una lágrima
de
mi puta soledad,
cuéntame
tu historia,
cuéntamela.
No
existe
escuchar
por escuchar,
lo
que existe es callar.
Cómo
se quita la rabia,
cómo
se quita la melancolía,
cómo
se quita el amor,
¡¡¡no
puedo!!!
Hija
de puta esta emoción,
con
perdón, hija de puta
que
no me deja vivir.
Como
se cura la rabia
de
un amor,
como
se escucha la música
de
Bruce Springsteen,
como
se sigue viviendo
esta
puta vida.
No
soy indiferente,
me
gusta la gente
y
miro a los ojos…
Ojalá
no tuviera ojos,
sería
de otra manera.
Porque
la realidad
no
se somete a una cruzada,
porque
la libertad
tiene
su patria
y
se alimenta de nosotros.
Un
tiesto en el balcón,
un
amanecer en el balcón.
No
volveré a silenciar nada
y
no volveré a repetir lo que dije,
no
volveré a marcharme
y
no me quedaré quieto.
NO
ES DIFÍCIL
Estrella
Para
mí enfadarme no es una tarea difícil, ya que me enfado con la más
mínima cosa.
Por
ejemplo, cuando mi madre me trata como a una niña... y ya rondo los
40.
O
cuando tengo que rogar a mi hermana para que me saque la ropa para el
día siguiente, aunque en el fondo sé que pido mucho porque tiene
que ir todo a juego.
O
cuando mi padre me hace la pelota porque sabe que me viene la paga.
Con
mi hermana mayor me enfado porque nunca le ha gustado ninguno de mis
pretendientes.
Cuando
estuve con Roberto me mosqueaba mucho que pusiera a su madre por
delante de mí.
Con
otro novio, Federico, me desesperaba cuando me decía que no me
pusiera la falda tan corta. Y yo estiraba, estiraba, pero la falda no
cedía.
Con
Pepe, me crispaba cuando le decía que me iba de marchuki con mis
amigas y entonces cogía la llave y me encerraba en casa.
Me
cabrea enormemente cuando estoy en casa escuchando la tele y llega mi
padre, y ¡zas!, cambia el canal, o cuando suena el teléfono para mí
y le oigo que baja la tele para escuchar lo que hablo.
Me
cabreo conmigo misma cuando me pongo metas a medio plazo y me
impaciento porque lo quiero todo ya.
Me
cabrea mucho cuando una persona me come la oreja diciéndome que me
quiere y que le quito el sueño y luego no son más que milongas.
Me
ponía de los nervios cuando mi ex me decía “Si
no eres mía no eres de nadie”
y luego él, en medio de los anuncios, aprovechaba para ir a por
tabaco y aparecía por la puerta el día siguiente.
Me
enfada cuando la gente me mira como un bicho raro por el hecho de
estar en una silla. O cuando la gente me llama enferma, si yo me veo
perfectamente.
Cuando
estaba trabajando en bares, me mosqueaba cuando, después de
atenderles espléndidamente, miraba el platillo de la vuelta y veía
que no me habían dejado ni un céntimo.
Y
me sulfuraba de una manera inexplicable cuando llegaba un cliente
habitual llamado Julián y se ponía a echar a la máquina
tragaperras, y seguía y seguía y seguía echando y no le tocaba. Yo
tenía que cerrar el bar y no se iba. Cada vez se le veía la cara
más roja, no sé si sería por el enfado que tenía o por las copas
que se estaba tomando, hasta que ya al final, cuando se quedaba sin
dinero, me decía “apaga
la máquina que mañana cuando abras el bar estoy aquí”.
Mi
ilusión es la Nochevieja y la noche de San Juan. Y me fastidia e
irrita que la pareja con la que estoy en ese momento no comparta
conmigo esa emoción y encima me joda la noche.
DURO
INVIERNO
Isabel
Este
año el invierno ha sido, y es, muy duro con estas nevadas que han
durado, porque ha helado, y no se quitaba la nieve y era peligroso
salir a pasear. Me hubiera gustado hacer un muñeco de nieve.
Siendo
yo pequeña, llevaba guantes de lana y se empapaban de agua. Del
frío, los pies se llenaban de sabañones, que me dolían mucho.
Un
año, con mis primos de Badajoz, que vivían más arriba, porque el
pueblo estaba en cuesta, los tres nos deslizamos por la calle
montados sobre un plástico. Bajamos toda la cuesta porque había
caído una gran nevada.
Nos
lo pasamos muy bien, nos reímos, y rodábamos como peonzas. Luego,
para subir la cuesta, nos costaba mucho y nos caíamos, nos
enfadábamos, pero terminábamos riéndonos los tres. Así pasamos el
día, subiendo y rodando y empapados de agua.
Cuando
llegamos a casa empapados, nos quitaron la ropa y nos dieron un
chocolate bien caliente. Nos supo a gloria, con churros. Nos
regañaron, pero a nosotros no nos importó. Aunque la regañina
parecía merecida, lo habíamos pasado tan bien que no importaba.
Pues
estos primos ahora pasan de nosotros, de mi hermano y de mí, y no
vienen a vernos a la residencia. Igual que su madre, que tampoco se
digna.
Como
el invierno ha sido tan duro, me he acordado más de ellos, los he
echado más de menos. Pero para invierno de verdad el de mi hermano,
cuando le da un ataque, que se siente muy solo y triste. Las
enfermeras le ponen una inyección de valium y él me dice: “Que
sea lo que dios quiera”. Todo le da igual, y se deprime. Se pone
muy serio, y pensativo.
Cuando
yo le veo así me entran ganas llorar, porque no sé cómo ayudarle,
me siento impotente. Mi madre, cuando viene y nos ve así, se
preocupa más todavía. Nos abraza y nos alivia.
Mis
padres no se llevan muy bien y yo sufro, porque me gustaría ser una
familia unida y feliz. Hay inviernos muy duros.
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