Sentada del 6 de junio de 2013


MINIATURAS / XLIV
Iñaki
Cuéntame tu vida,
no gastaré una lágrima
de mi puta soledad,
cuéntame tu historia,
cuéntamela.

No existe
escuchar por escuchar,
lo que existe es callar.

Cómo se quita la rabia,
cómo se quita la melancolía,
cómo se quita el amor,
¡¡¡no puedo!!!

Hija de puta esta emoción,
con perdón, hija de puta
que no me deja vivir.

Como se cura la rabia
de un amor,
como se escucha la música
de Bruce Springsteen,
como se sigue viviendo
esta puta vida.

No soy indiferente,
me gusta la gente
y miro a los ojos…
Ojalá no tuviera ojos,
sería de otra manera.

Porque la realidad
no se somete a una cruzada,
porque la libertad
tiene su patria
y se alimenta de nosotros.

Un tiesto en el balcón,
un amanecer en el balcón.

No volveré a silenciar nada
y no volveré a repetir lo que dije,
no volveré a marcharme
y no me quedaré quieto.

NO ES DIFÍCIL
Estrella
Para mí enfadarme no es una tarea difícil, ya que me enfado con la más mínima cosa.
Por ejemplo, cuando mi madre me trata como a una niña... y ya rondo los 40.
O cuando tengo que rogar a mi hermana para que me saque la ropa para el día siguiente, aunque en el fondo sé que pido mucho porque tiene que ir todo a juego.
O cuando mi padre me hace la pelota porque sabe que me viene la paga.
Con mi hermana mayor me enfado porque nunca le ha gustado ninguno de mis pretendientes.
Cuando estuve con Roberto me mosqueaba mucho que pusiera a su madre por delante de mí.
Con otro novio, Federico, me desesperaba cuando me decía que no me pusiera la falda tan corta. Y yo estiraba, estiraba, pero la falda no cedía.
Con Pepe, me crispaba cuando le decía que me iba de marchuki con mis amigas y entonces cogía la llave y me encerraba en casa.
Me cabrea enormemente cuando estoy en casa escuchando la tele y llega mi padre, y ¡zas!, cambia el canal, o cuando suena el teléfono para mí y le oigo que baja la tele para escuchar lo que hablo.
Me cabreo conmigo misma cuando me pongo metas a medio plazo y me impaciento porque lo quiero todo ya.
Me cabrea mucho cuando una persona me come la oreja diciéndome que me quiere y que le quito el sueño y luego no son más que milongas.
Me ponía de los nervios cuando mi ex me decía “Si no eres mía no eres de nadie” y luego él, en medio de los anuncios, aprovechaba para ir a por tabaco y aparecía por la puerta el día siguiente.
Me enfada cuando la gente me mira como un bicho raro por el hecho de estar en una silla. O cuando la gente me llama enferma, si yo me veo perfectamente.
Cuando estaba trabajando en bares, me mosqueaba cuando, después de atenderles espléndidamente, miraba el platillo de la vuelta y veía que no me habían dejado ni un céntimo.
Y me sulfuraba de una manera inexplicable cuando llegaba un cliente habitual llamado Julián y se ponía a echar a la máquina tragaperras, y seguía y seguía y seguía echando y no le tocaba. Yo tenía que cerrar el bar y no se iba. Cada vez se le veía la cara más roja, no sé si sería por el enfado que tenía o por las copas que se estaba tomando, hasta que ya al final, cuando se quedaba sin dinero, me decía “apaga la máquina que mañana cuando abras el bar estoy aquí”.
Mi ilusión es la Nochevieja y la noche de San Juan. Y me fastidia e irrita que la pareja con la que estoy en ese momento no comparta conmigo esa emoción y encima me joda la noche.

DURO INVIERNO
Isabel
Este año el invierno ha sido, y es, muy duro con estas nevadas que han durado, porque ha helado, y no se quitaba la nieve y era peligroso salir a pasear. Me hubiera gustado hacer un muñeco de nieve.
Siendo yo pequeña, llevaba guantes de lana y se empapaban de agua. Del frío, los pies se llenaban de sabañones, que me dolían mucho.
Un año, con mis primos de Badajoz, que vivían más arriba, porque el pueblo estaba en cuesta, los tres nos deslizamos por la calle montados sobre un plástico. Bajamos toda la cuesta porque había caído una gran nevada.
Nos lo pasamos muy bien, nos reímos, y rodábamos como peonzas. Luego, para subir la cuesta, nos costaba mucho y nos caíamos, nos enfadábamos, pero terminábamos riéndonos los tres. Así pasamos el día, subiendo y rodando y empapados de agua.
Cuando llegamos a casa empapados, nos quitaron la ropa y nos dieron un chocolate bien caliente. Nos supo a gloria, con churros. Nos regañaron, pero a nosotros no nos importó. Aunque la regañina parecía merecida, lo habíamos pasado tan bien que no importaba.
Pues estos primos ahora pasan de nosotros, de mi hermano y de mí, y no vienen a vernos a la residencia. Igual que su madre, que tampoco se digna.
Como el invierno ha sido tan duro, me he acordado más de ellos, los he echado más de menos. Pero para invierno de verdad el de mi hermano, cuando le da un ataque, que se siente muy solo y triste. Las enfermeras le ponen una inyección de valium y él me dice: “Que sea lo que dios quiera”. Todo le da igual, y se deprime. Se pone muy serio, y pensativo.
Cuando yo le veo así me entran ganas llorar, porque no sé cómo ayudarle, me siento impotente. Mi madre, cuando viene y nos ve así, se preocupa más todavía. Nos abraza y nos alivia.
Mis padres no se llevan muy bien y yo sufro, porque me gustaría ser una familia unida y feliz. Hay inviernos muy duros.

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