MINIATURAS
/ XLIII
Iñaki
Nunca
lo digas,
nunca
digas que me quieres,
nunca
digas que no me quieres,
simplemente,
quiéreme.
Ese
guiño de ojo
me
dejó cojo,
ese
guiño de ojo
me
dejó tuerto,
otro
guiño tuyo
y
habré muerto.
Un
paso atrás,
me
tengo que retirar
de
esa emoción,
me
tengo que retirar de tu amor.
La
calle interminable,
la
calle callada,
la
calle es una montaña
de
secretos.
Un
amor que no me escuche
no
es amor,
un
amor que no me entienda
no
es amor,
nunca
podré… con un amor.
Decías
que escribías,
decías
que llorabas,
lo
decías,
que
no aguantas más bromas.
Porque
no me dejan
dejar
hacer
con
buen hacer,
hay
que dejar,
¿o
hay que hacerlo?
Y
porque no puedo ser libre
porque
mi gente no lo entiende,
tendré,
lo necesito, que
ser
libre con mi gente.
BEGO
ES MUY GRACIOSA
Laura
Ana
es una madre muy ocurrente que disfruta de muchas situaciones
graciosas con sus cuatro hijos. Los dos mayores ya van al colegio.
Ella ocupa la mañana haciendo las tareas de la casa y cuidando a los
dos más pequeños. A pesar del trabajo que esto representa, siempre
está de buen humor. Tinín es bebé y se pasa mucho tiempo durmiendo
en la cuna, mientras su hermana Bego corretea por toda la casa
entretenida con juguetes de toda clase.
Pero
el juguete que más le gusta se llama Tinín. Su mamá la ha enseñado
para que no entre en la habitación del hermano sin permiso. Sin
embargo, al pasar junto a su puerta, no puede menos que abrirla con
mucho sigilo. Con pasos cortitos se acerca a la cuna de Tinín y,
como apenas lo ve por la oscuridad, no duda en encender la luz de la
habitación. Su hermanito se despierta y llora. Bego se asusta y sale
corriendo en busca de la mami que, avisada por los llantos de Tinín,
ya viene deprisa por el pasillo.
Ana
no tiene tiempo de escucharla cuando Bego intenta decirle que su
hermanito llora, ahora lo mejor es callarlo lo antes posible. Nada
más ver la luz de la habitación encendida ya sabe quién es la
culpable. Coge al niño en sus brazos, observa sus pañales y ve que
están secos, con lentitud lo coloca de nuevo en la cuna, logra
calmarlo, apaga la luz y sale despacito. En el pasillo toma a su
hijita de la mano y la lleva hasta la cocina, se sienta y le pregunta
con mucho cariño:
–¿Quién
ha encendido la luz de la habitación de tu hermanito?
Bego,
a sus tres años recién cumplidos, se lo piensa mucho y termina
diciendo
–Ha
sido Tinín, yo no sé encender la luz.
Ana
es una madre muy cariñosa y no se le ocurre darle un azote. Solo se
esfuerza por no mostrar la risa que siente con la respuesta de Bego.
Lo
más seriamente que puede en esos momentos, le encarga a su hija que,
cuando se despierte su hermano, le pregunte cómo ha encendido la luz
sin bajarse de la cuna.
–Sí,
ya le preguntaré por ese misterio –contestó muy obediente la
pícara mocosilla de apenas tres años.
CUADERNO
AZUL / 9
Carmen
Soy
una cobarde y una vaga. No sé dónde voy ni lo que quiero, me siento
como un trapo viejo al que todo el mundo desprecia, aunque a veces mi
cara triste despierta sentimientos de apoyo y cariño. ¿Qué será
de mí? Quizá me venga bien un hombro en que llorar. Demasiado
tiempo pensando que todo lo hago muy mal, quizá sea el espíritu de
la contradicción, hago lo contrario de lo que debo hacer.
¿Qué
puedo decir de sexo? Para algunos es lo más importante pero para mí
no. A mí me resulta muy difícil separar el sexo del amor, aunque
hay quien lo separa. Me acuerdo de mi primera vez en la fila de los
mancos, estábamos besándonos como fieras pero apenas sentía
placer. Me sorprende el ansia de los tíos. Las tías no somos así,
quizá se nos ha educado en la sumisión y obediencia. De todas
formas, yo soy un poco bastante frígida para el sexo, apenas nada
siento.
Laura
quería amar, había ingresado en el centro después de esas
historias de revisiones con martillo en la rodilla. Allí estaba
Miguel, con pelo negro y ojos oscurísimos y tristes. ¡Cómo le
gustaba hacer ejercicios a su lado en el gimnasio! De repente, un día
Miguel confesó a Laura que ella le había gustado desde el primer
día, pero que tenía mucho miedo, que no podía aportar mucho, que
no sabía hacer nada. Y siguieron haciendo ejercicios abdominales.
Pero poco después Laura pensó que nunca podría hallar mejor
fisioterapeuta que Miguel. Y ahora, sí.
Nunca
me ha gustado madrugar. Y siempre me tengo que inventar un montón de
argucias para no confesar algo tan simple: que si esto de los
horarios me parece infantil, que si este dolor tiene mala pinta…
Daría cualquier cosa por estar todo el día en la cama. Siempre
llego tarde a todos los sitios y ya no sé que inventar para
excusarme.
El
caos
comienza en mi cuarto, que lo tengo todo desordenado. Y sigue con la
humanidad, capaz de entretenerse con el bosón de Higgs mientras en
África mueren de hambre. O el caos de sus ideologías, que
sustituyen liberalismo por neocón férreo con control de extrañas
mafias financieras, sin algo diferente y atractivo. O el caos de la
contaminación que nunca se acaba y quizá nos lleve a un nuevo Big
Bang. Quizá el caos necesite de una ilusión.
Escribo
para contar mis recuerdos, no sé, para desahogarme, para definirme,
para contar lo que veo. Como leo más entrevistas que ensayos y más
prensa que novelas, mi forma de escribir se acerca más a la crónica.
Pero, eso sí, pero no puedo contar cosas tristes, me lo tengo
prohibido, me parecen muy duras. De mi vida cuento lo que me falta:
que tengo pendiente un poema al mar, que viviría en el agua, claro.
¿Pues para qué escribo? Quizás para contar mis obsesiones.
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