Carmen
Hay
tantas personas que quiero… pero pienso ahora en Víctor. Víctor
es un amigo de mi hermano, de cuando estudiaban juntos. Es un
auténtico ciclón de alegría y vitalidad, hablador y polémico,
moreno y alto, con barba, con cierto aspecto de pintor bohemio. Un
día se pasó un rato enorme intentando demostrar que en Alemania
había más horas de luz solar, hasta sacó una calculadora y todo. Y
con cierto acento entre extremeño y andaluz. Es divertido, algo
pelota, con ochenta oficios y más mujeres, su vida es como una noche
de fiesta, con resaca.
En
Soria hacía muchísimo frío, la nieve blanqueaba campos y praderas
muy a menudo. Un día, de los primeros de mayo, la era frente a mi
casa apareció con un manto blanco de nieve. Los niños hacían
grandes muñecos y la gente al pasar reía y gritaba: “¡Mirad,
el muñeco del patio de la escuela, mirad!”
¡Oh,
la nieve! Es increíble cómo una cosa tan pequeña y mínima puede
hacerse grande y cubrirlo todo tan de blanco, tan extensamente, tan
igualitariamente.
Me
viene a la memoria la escuela de mi padre, con su estufa de leña y
sus pupitres, los tinteros como sombreros de loza invertidos. Me
gustaba escribir con las plumillas enganchadas en su palillo.
–Niña,
es el tercer vestido que manchas en la semana –me decía mi madre.
Hay
veces que el mundo exterior me da miedo, a enfrentarme a la calle, a
caerme de la silla, a luchar. Quisiera abrir la ventana de aprender a
nadar, de circular sola por ahí... Y por otro lado pienso y me
obsesiono, si yo no podría haber hecho algo más con las
enfermedades de mis padres, con su triste final... Pienso que mi vida
es absolutamente inútil, estéril, anodina.
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