Sentada del 15 de septiembre de 2011

EL PESIMISTA
Fernando
Andrés tomaba una cerveza en la taberna, en Madrigal de los Pinos, el pueblo es pequeño y no había otra, y llegó un vecino con el cuento del día.
–Hola, Andrés, no traigo las mejores noticias.
–Pues podías irte por donde has venido, que para malos ratos, me basto y me sobro –Andrés no era precisamente un optimista, y siempre vivía al borde de la depresión.
–La cooperativa para la leche se va al garete. Se va a quedar a medio construir porque Bruselas ha retirado la subvención, me lo ha dicho el alcalde, los papeles que presentamos no estaban bien.
–Lo que me faltaba.
Andrés no tardó en sumirse en otra de sus habituales crisis de ansiedad. Ya veía su ganadería de vacas suizas otra vez a la deriva, la leche tirada en las cunetas, los terneros malvendidos, el corral sin gallinas, las pocilgas sin cerdos y la piscina sin limpiar.
También se daba cuenta Andrés de que así no podía seguir, con estas crisis que le cortaban la respiración y le quitaban las ganas de vivir. Decidió buscarse un psicólogo y fue a la capital, a Toledo, a la consulta de un tipo del que un amigo le había hablado maravillas.
–Ya estoy harto de soplar en la bolsa de plástico –le dijo nada más entrar en la consulta.
–¿Quién le aconsejó soplar? –preguntó el psicólogo.
–La médico de cabecera.
–Es un buen consejo, pero no vale para toda la vida. Se va a poner a darle de puñetazos a este cojín –y le señaló uno rojo que tenía junto al diván.
–¿Cómo lo hago?
–Como quiera.
Y le tuvo durante los tres cuartos de hora dando puñetazos al sufrido cojín.
Necesitó de unas cuantas sesiones más de puñetazos, intercalados de algún consejo y no pocas confidencias, para que le desaparecieran por completo los síntomas de ahogo que experimentaba Andrés ante cualquier contratiempo.
De hecho, por aquellos días le había dejado la novia, mosqueada por sus continuos viajes a la capital sin explicación –a Andrés le daba vergüenza confesar que iba al psicólogo a darse de puñetazos con un cojín– y no tuvo el menor síntoma de ahogo.
Y el mismo día, no sabía si porque le había dejado la novia o porque los problemas ya no le superaban –por cierto, lo que es la cooperativa de la leche no se terminaría, ya se había confirmado lo de Bruselas– Andrés decidió invitar a los colegas de la pandilla a merendar al bar. Y allí siguen, de momento, bebiendo.


UN CHASCO
JoséLuis
Estaréis conmigo en que el escritor es un charlatán que suele contar lo que a nadie le importa, pero que siempre está acompañado. Y generalmente, bien acompañado. Nunca he sabido deshacer este nudo. Porque yo, desde niño, siempre quise ser escritor para decir todo lo que se me ocurre, y sin embargo nunca he conseguido tener compañía, o sea, oyentes.
Tengo un handicap, y es que mi fonación no es nada ortodoxa. Y por eso nadie me coge afición. Se paran al oírme, interpretan lo que digo y se van, nadie se queda conmigo a discutir las ocurrencias. O sea, que mi destino de escritor es estar siempre solo, lo contrario de lo que yo soñaba cuando soñaba con ser escritor.
Es por lo que últimamente, cansado de silencio, he decidido quedarme en la cama, que posiblemente sea el mejor sitio para estar solo, aunque no lo parezca. Ya sé que en la cama se está muy bien acompañado, pero a falta de otros alicientes, la horizontalidad es una posición muy descansada y gratificante, aunque sólo sean testigos las telenovelas de la Primera.
En realidad, tampoco he sido el primer escritor que se ha echado. Otros que conocí se daban a la lectura de novelas del oeste. Mi elección de la telenovela es más consecuente con la realidad de echado, pues ni siquiera tengo que hacer el esfuerzo de leer para compartir.
De todas formas, cambiaría mi actual vida por la vida de cualquier charlatán con audiencia, o incluso la vida de cualquier escritor sin lectores, pero bien acompañado. En fin, que la cama tampoco lo es todo, pero algo ya es.


SOLEDAD
Víctor y adredista 0
Todos hemos sido niños y me vais a entender. Cuando murió mi madre, yo seguí durmiendo con mi hermana Macarena. Descubrí el miedo a la soledad cuando ella, ya mayor, con diez u once años, comenzó a dormir sola y yo me quedé con toda la cama para mí. Y un gran susto, que no se me pasaba.
El miedo a dormir solo me duró mucho tiempo. Tenía que llamar a mi hermana y ella estaba conmigo hasta que me dormía.
Pasaron los años y me acostumbré a la soledad, aunque siempre las noches se me hicieron demasiado largas.
Cuando me fui de casa y vine a esta residencia, conseguía dormir solo a duras penas. También me fui acostumbrando.
Pero una noche me la pasé en blanco, no podía dormir. Al día siguiente estaba aterrado, me daba miedo pasarme otra vez toda la noche solo y despierto. Pero me la pasé, qué remedio.
Y el miedo volvió a instalarse en mis nervios, es tan larga la noche y es tan fría la soledad. Cuando me quise dar cuenta, tenía miedo a todo, me daba miedo la vida, estaba perdido.
¿Y qué ocurrió? Que tuvo que volver mi hermana Macarena a rescatarme. Me llevó con ella, me acompañó las noches más largas del invierno y así volví a atreverme a dormir solo y, sobre todo, he vuelto a atreverme a vivir un poco.

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