La educación sentimental

Víctor y adredista 0
Yo parezco un inglés, sobre todo porque siempre me enamoro de las rubias. En Algüera no abundan, pero la rubia más guapa y más cariñosa era además amiga de mi hermana y un año solamente mayor que yo.
Se llamaba Margarita y tenía quince años cuando comenzó a redondearse. La trataba desde niña, pero de pronto se transformó en un sueño, en la mujer con la que yo comenzaba a fantasear. Y estaba allí, en casa de mi hermana y ante mi asombro cada día, pues cada día venía e verla.
En un momento, la adolescencia es así de atrevida, creí que Margarita venía en realidad a verme a mí. Era tan cariñosa y tan amable que contestaba a todas mis preguntas, que si sus profes la mandaban mucho curro a casa, que si había oído lo último de Camarón, a todo lo que se me ocurría para que la conversación no terminase nunca.
Como mi hermana siempre estaba ocupada, Margarita se venía a jugar a mi habitación. Y allí fue donde por fin me atreví con la pregunta más importante, la única que en realidad estaba deseando hacerle desde que se había convertido en mi sueño secreto.
–¿Tú me quieres, Margarita? –se lo pregunté así, sin rodeos, con mucha naturalidad, aunque me consumía la ansiedad.
Lo peor fue la respuesta. Os lo podéis imaginar. Con su cara más angelical de rubia de cine me contestó que no. Y, además, me pedía que no se lo volviese a preguntar si quería segur viéndola.
Así fue mi educación sentimental. Después de este chasco, nunca más he preguntado a una mujer si me quiere. Si a mí me hace tilín, doy por sentado que me quiere y continúo soñando.

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