Sentada del 23 de diciembre de 2010

GENEROSA
Conchi
Yo soy una tía muy generosa con quien me da la gana.
Doy cualquier cosa sin pedir nada a cambio, aunque a veces me arrepiento. Porque lo que es aquí hay mucha gente que luego te mete puñaladas traperas. En fin, hay algunas.
Por ejemplo El Calvo, que cada vez que se le cae una cosa de las manos, que suele ser cada dos por tres, yo le ayudo todo lo que puedo. Pero él aprovecha cualquier maniobra que yo hago con la mía para empujarme con su silla de ruedas. Y yo le digo:
–Qué ganas me dan de dejarte tirado.
Y lo vuelvo a pensar, este tío es un cabrón redomado, pero sigo ayudándole porque me digo que algún día cambiará, aunque me paso de ingenua.
Y sigo repitiéndome que hay que ayudar a los demás, pero El Calvo me lo está poniendo muy difícil y el día menos pensado le voy a poner en la comida cianuro y lo voy a trocear para meterlo en una maleta y tirarlo a un contenedor. Su mujer me mira con una cara... creo que sospecha algo. También me la voy a tener que cargar.

LOS CANSINOS
Rafa
El hijo de doña Rosa, también de nombre Rosalío, o Chalío, como le decíamos, no era tan paciente como su padre. Muy pronto, mis amigos y yo le colmábamos la "pacencia", que decía él, pues mientras uno tiraba al campo, el otro se iba al río, y así no podía cuidarnos con tranquilidad. Conmigo era menor su preocupación, pues el raquitismo con el que nací me restó agilidad durante toda la niñez.
En el Esgueva no corríamos peligro porque el agua no llega a las rodillas. Pero el Pisuerga era otra cosa, y más, cuando llueve en la parte de la montaña de Palencia, y la crecida pasa por Valladolid.
Mis amigos y yo nos reíamos del Chalío, por su forma peculiar de hablar, y de coñazo no lo bajábamos cuando tocaba calificarlo. Su padre tenía más paciencia con nosotros, o eso nos parecía, aunque la verdad es que a él no podíamos faltarle al respeto.
Chalío sí se las veía negras con nosotros. Seguramente, para él, los coñazos éramos nosotros, pero sólo le alcanzaba el hartazgo para decirnos que lo hacíamos "amuinarse" y "desatinar".
Para advertirnos de los peligros del río, y mantenernos a raya, decía que tuviéramos cuidado, que si subía un pez del Duero con cuatro narices y patas de cocodrilo, nos podía morder, y que esos no soltaban a su presa hasta que se oyera con claridad en la vega el rebuzno de un burro prieto. Un panorama muy cansino pintaba, pues a los carboneros del Pinar de Antequera y otros alrededores de Valladolid, ninguno de los burros que les conocíamos era pardo siquiera.

¿PATRO, CANSADA?
Laura y adredista 1
Es difícil vivir en un pequeño pueblo perdido en la montaña, lejos de la ciudad y casi deshabitado. No hay agua corriente ni luz eléctrica. Utilizan candiles y, rara vez, velas. Tampoco tiene escuela ni iglesia ni ayuntamiento ni consultorio médico. Allí vive Patro con su hijo, que ya no es joven.
Patro se levanta temprano, enciende el fuego en la cocina y prepara el desayuno para ella y para el hijo. Siempre desayunan juntos, pero en la comida del mediodía rara vez coinciden. Patro come en la casa y el hijo en el campo.
Los dos están sufriendo con esta situación. Patro vive su peor momento cuando se sienta a la mesa para comer en soledad. Desearía cambiar ese mal rato y no encuentra solución alguna. Piensa en su hijo y sabe que también él lo está pasando mal. No hay mujeres donde escoger ni en el pueblo ni en toda la montaña, la situación se le hace insoportable.
¡El hijo solo, ella sola! Patro siempre fue tan pobre que no pide mucho, su felicidad se vería cumplida con poder comer todos los días en compañía de su hijo. Jamás soñó con la lotería, o con una casa en la ciudad, o con riquezas.
Y nunca se cansa de barrer la casa, de cocinar, de ir a llenar el cántaro a la fuente, que le cae un poco lejos, y mucho menos de coser y recoser la ropa de su hijo y la suya propia.
Hace tiempo que se conformó con hablar lo imprescindible con sus vecinos. Son pocos y cada uno tiene sus propias tareas y preocupaciones. Además la conversación siempre es la misma. Ella ha aceptado con resignación esta vida de pobreza que -dice- le ha tocado de nacimiento.
Sin embargo a Patro, que nunca se quejó por nada, a veces se le oye decir “No hay nada que canse tanto como la soledad”.

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