Sentada del 10 de diciembre de 2009

LA CABRA
Lillo
Íbamos toda la familia camino de Cercedilla, en tren, para pasar un día de sierra, y se metió una cabra en el vagón. La sorpresa fue grande para todos los viajeros del tren, sobre todo para los mayores, que no veían buenas intenciones en el animal. Algunos incluso empezaron a gritar llenos de pánico pensando que el animal les podría atacar.
Se armó una bronca guapa, los chicos estábamos encantados. Pero terminamos haciéndonos todos amigos de la cabra y pudimos comprobar que era joven, o sea, que era un cabrito inofensivo.
Llegamos a nuestro destino y, desde la estación, nos fuimos directos a las dehesas, que era primavera y estaban muy bonitas, con los muchos arbustos en flor y las praderas verdes, para corretear por allí.
El animalito del tren, como le habíamos tratado muy bien, se unió a nosotros en la excursión. Pero al llegar a la dehesa apareció la madre del choto y nos puso en fuga a toda la familia. Venía con muy malas intenciones. Todos corrimos dando gritos, como poseídos por el demonio, como si hubiésemos visto al mismísimo Satanás.
Habíamos abandonado la merienda, y la que se puso las botas fue la cabra, se lo comió todo, el pan y la tortilla. No habíamos quedado sin comer por culpa de una cabra.
(Aquí terminó el autor su crónica y entonces la cabra habló: “Cabrones, los que tenéis para el taxi y los que andáis en metro: No se alegoriza el suceder natural —¡eso siguen haciéndolo sólo los decoradores!—, sino que se siente la comunidad esencial entre la vida humana y la terrestre: se ve a la tierra como hembra y a la hembra como perteneciente a la tierra.” Citaba con naturalidad la Fenomenología de la Religión de G. van der Leeuw. Y lo que no contó el cronista fue que su futura suegra perdió el conocimiento cuando la cabra remató:–Si tenéis paciencia, ordeñaréis mis tetas y tendréis del mejor queso que jamás se haya comido en un tren de la RENFE; de otro modo, probaréis no más que del rigor del chorizo ibérico.)



EL TAQUILLERO
Rosa y adredista 0
A Luis Morcillo le duelen las rodillas y por eso se pasa su turno de trabajo apoyando la barriga en los torniquetes del MetroSur. Pesa demasiado esa oronda panza para que los palillos que tiene por piernas no se resientan después de unos minutos de estar de pie ante la barrera, que es su corral. Lo único que le calma los dolores en las rodillas es, en realidad, la cerveza, si bien aumenta el peso de sus lorzas considerablemente, exactamente cinco litros durante las ocho horas del turno, con lo que las últimas horas se las pasa echado, más que apoyado, sobre los hierros de la barrera. En semejante estado no puede contar viajeros, que es su oficio, porque se dormiría si lo hace más de un minuto seguido o llega a las treinta ovejitas. Lo único que le distrae de sus dolores y vapores en estas horas postreras de la tarde son las excepciones. Y la mejor excepción, si no contamos a ciertas horas del día el paso de esas adolescentes entre amapola y trigo –esto se le oyó decir a Luis Morcillo en un bar, que además es poeta–, son los viajeros en silla de ruedas. Para Luis Morcillo, un cojo en silla de ruedas es una distracción más que un trabajo. En realidad, él sólo cuenta, como hace con cualquier viajero, sólo que cuenta más despacio. Ni se le ocurre ayudar a los que tienen más dificultad para introducir el billete en el torniquete, sacarlo y pasar antes de que se vuelva a cerrar la barrera. Ahí está precisamente la distracción, es muy divertido el apuro de estos individuos. Cuando un cojo le da trabajo, entonces ya no tiene gracia, como no la tiene el adolescente que se salta la barrera. Estos disgustos le obligan a mojarla, y luego pasa que la cerveza se recalca y le duelen las rodillas más todavía, un desastre. Pues ahí viene Gabriel, un traumático que necesita que le ayuden con el billete para pasar la barrera. Gabriel viaja porque tiene que ir a EcoLeganés, a hacer su programa de radio. Y va con el tiempo justo, como todos los miércoles. –Tiene usted que viajar acompañado –le grita Luis Morcillo desde su oronda baranda, dando por hecho que Gabriel también es sordo. –Pues tomo nota –contesta Gabriel, como cada miércoles. Sabe que ahora, en el siguiente ascensor, baja Carmen con su asistente, Andrés, y que ellos le ayudarán. Andrés mete el billete de Gabriel en la barrera y pasa a Gabriel. Vuelve a meter el billete, la barrera vuelve a abrirse y pasa Carmen y pasa Andrés. Luis Morcillo ha detectado hoy irregularidades en la maniobra, cosa que no ocurre siempre, por suerte. –Oiga, que usted también tiene que picar, le ordena a Andrés con malos modos. –Perdón, señor, pero yo asisto a los señores, yo no viajo. –Si quiere pasar, tiene que picar. –O sea, insiste Andrés, que la señora ha de pagar dos billetes para poder viajar. –Usted, uno, la señora, uno. –Le repito que yo no viajo, se enfada Andrés, yo estoy trabajando. –Y yo también, grita el taquillero, que ya tiene la boca seca de tanto trabajar. –Muy cierto, pero yo no bebo en horas de trabajo, es la diferencia entre su trabajo y el mío. Ya no había más que discutir. Entretanto, Gerardo había pasado la barrera a su vez tirando de Iñaki y Manuel había hecho lo propio tirando de Ana. Y Andrés no tendría que volver a picar su viaje porque Luis Morcillo se había retirado del frente. Había sido oír lo de beber y se le hizo un bolo en la garganta que tuvo que entrarle a otra lata de cerveza si no quería ahogarse. –Ya les pillaré otro día, se dijo. Lo que no podía recordar, la cerveza es lo que tiene, es que la escena se repite cada miércoles y que cada miércoles se cuelan tres de siete, los tres asistentes, como es lógico.










MINIATURAS IV
Iñaki



Paseo mi emoción
por las calles de la ciudad,
paseo mi voluntad
dudoso:
paseando y pensando,
¿cuál es mi asiento?

Esperaba junto a un banco,
esperaba verte pasar,
esperaba tu respuesta,
esperaba,
y esperaba
que el mundo no terminase.

Pisaba la hoja seca
del otoño
y pisaba mis lágrimas.

Llevo el mundo a cuestas,
las ilusiones y las decepciones
las alegrías y las lágrimas,
tiempo de fatiga
hasta que se caiga el mundo.

Cuerpos de soledad
vagando por el mundo,
caminos ciegos
transitados con ilusión:
si lo piensas mejor
no son ciegos.



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