Sentada del 28 de mayo de 2009








MINIATURAS 1
Iñaki




El paisaje de tu sonrisa
decora las paredes
de mi habitación y
con tus pinceles
abrazas mis sentidos,
color, trazo, pincel,
la vida se pinta con el corazón.

Las palabras vacías
son fáciles de olvidar
y el aire se encarga de borrarlas,
yo no puedo escuchar
lo que es ruido vacío,
no puedo escuchar
al que nuca escucha,
¿quién es ese monstruo
que nunca se detiene
a escuchar tu voz?

Siempre seré joven
y te estaré esperando, amor,
siempre seré el loco
que no escuchaba
a los que no le escucharon,
con ellos tampoco
gastaré saliva.

Pero la verdad que no se dice
nos impide soñar,
porque el sueño más verdadero
es escuchar alguna verdad.

Tropiezos de mi mente,
tropiezos de mi cariño,
tropiezos, sí, aunque sea,
algún tropiezo.


AMIGO PARA COMPARTIR
MaryMar
No me importa compartir mi vida con él, lo conocí en esta Residencia y vive aquí. Es un buen muchacho, aunque un poco celoso. Si voy al gimnasio, él va detrás de mí. Es cierto que cuando me ve hablando con otras personas se queda tranquilo. Cuando salgo a dar una vuelta con otro muchacho, aunque sea de La Cruz Roja, quiere saber todos los detalles. Yo le explico que he ido a dar una vuelta y nada más. Entonces se pone contento. Sólo me deja tranquila en el Taller de escritura. Cuando voy al Taller de costura, él también va. Allí hace trabajos de punto de cruz. Ha dibujado en una cartulina un gato, que yo relleno con bolitas de papel. Me observa y sigue a su tarea. Va al gimnasio, pero yo tengo que subir a la habitación a orinar, pues me dan una pastilla y tengo que ir al servicio cada dos horas. Hablo con él antes de ir a comer. Me explica que va a hablar con la sicóloga para que le ayude a estar más tranquilo. Después de comer, se despide de mí. Yo le doy las buenas tardes y nos separamos.
Lo que tengo claro es que si esa persona me pone los cuernos, yo se los pongo a él. ¡Toma castañas¡ Desde que está conmigo siempre me busca. Yo le espero un poquito. Últimamente no sale tanto, ya no va a ParqueSur, que antes solía ir más a menudo. Se queda para hacerme compañía.


MAR
Rosa
No ha habido otro momento más feliz en mi vida que el viaje a Venezuela. Iba con mi familia, mi hermano y mi madre, y yo era pequeña. Íbamos en barco y mi madre se mareaba muchísimo. Mi hermano, que es mayor que yo, le llevaba la sopa al camarote y las pasaba canutas para que no se le cayese del plato con el vaivén del barco. Yo, como era una enana, me lo pasaba en grande. Veía a mi hermano llevando la sopa y me partía de risa con los malabares que tenía que hacer por los pasillos. Y él se enfadaba y yo todavía me reía más.
Creo que embarcamos en Lisboa y creo que hasta allí fuimos en tren, desde Madrid. Yo estaba ilusionadísima porque siempre me encantó el mar y conocer lugares nuevos. Y el viaje me tenía excitadísima. En el barco conocimos a mucha gente. Sobre todo, a un matrimonio de catalanes. La señora estaba embarazada y se mareaba también mucho. Y el marido, con la sopa desde el comedor hasta el camarote, haciendo equilibrios detrás de mi hermano. Viendo a los dos con el plato en la mano y su expresión de susto, yo es que me partía de risa. Los catalanes también iban a Venezuela a trabajar y nos hicimos amigos. En el barco casi no había niños de mi edad, pero yo jugaba contando las olas desde la proa, en cubierta. Me pasaba las horas mirando el mar. Y en cubierta esperaba a mi hermano, que como me veía sola y me llevaba unos años, pues venía a jugar conmigo. Y luego le contábamos todo lo que hacíamos a mi madre.
Mi hermano y yo fuimos a la fiesta que dio el capitán a la mitad del viaje. Comimos mucho, bailamos lo que quisimos y más, e hicimos de todo para divertirnos. La gente mayor que no se mareaba también estaba allí, riéndose y bailando. Tocaba una orquesta de salsa, pero tocaba de todo, rumbas, valses, conga, de todo, ritmos muy divertidos. Duró el viaje unos diecisiete días. Y por fin llegamos otra vez a tierra. Estar en medio del mar y rodeados de agua era una sensación muy agradable. Al pisar tierra, mi madre comenzó a respirar otra vez. El suelo no se movía por fin y se le fueron los mareos. Y mi hermano también dejo de hacer equilibrios con el plato de sopa, por fin.

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