Desengaño


Laura
Se dice que a los quince años ya se tiene un poco de cabeza. Y también que a esa edad el enamoramiento es ciego. Todo es verdad si no te equivocas demasiado.
Mi amiga Elena, sin embargo, me defraudó mucho cuando se enamoró de Jaime. Yo no lo podía entender, pues tenían un carácter totalmente distinto, ella muy dominante y él demasiado distraído. Pero tenían quince años, creían saberlo todo ya y no descubrieron su error hasta que unos años más tarde decidieron vivir juntos y se olvidaron del resto de la pandilla.
Encontraron un apartamento por la zona de Cuatro Caminos. En sus primeros tiempos todo era color de rosa. Si uno quería salir a dar un paseo, el otro, antes de contestar “sí, cariño”, ya se ponía las zapatillas de caminar. Si uno decía “me gustaría ir al teatro”, al otro le faltaba tiempo para buscar en la Guía del Ocio la obra que más le pudiera gustar. Si uno sugería salir a cenar, el otro, aunque estuviera cansado, contestaba disimulando “es lo que más me apetece en este momento”.
Nadie se explicaba cómo o por qué cambiaron las cosas. Ni siquiera ellos mismos. Sucedió lo que nadie se esperaba, salvo yo. Sin motivo aparente, incluso para ellos mismos, se fueron distanciando el uno del otro y perdieron la confianza. Discutían por cosas sin importancia y eso nunca había ocurrido antes. Y las peleas se convirtieron en un calvario.
Ni siquiera se pusieron de acuerdo en cómo separar sus vidas y terminaron recurriendo a sus respectivos abogados. A base de denuncias y juicios sólo consiguieron aumentar su odio mutuo. Se arruinaron económicamente y, lo que es peor, se destruyeron como personas.
Esta fue la consecuencia de sus errores de adolescentes. Pero no sé por qué digo yo esto, como si los adultos no los cometiésemos igual. En fin, que ahora tengo yo tarea con mi amiga Elena, recomponiendo el puzzle.

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