Decepción


Ramón
Yo sé lo que siente una persona cuando pierde una amistad de muchos años. Ella y yo paseábamos con la señora Carmen por el barrio y por el Parque de los Cipreses los días de sol. Algunas veces, pocas, llegábamos hasta Parquesur. Me gustaban especialmente los paseos al sol con ella.
Yo le hablaba de mi vida, de mis doce hermanos (las cinco chicas vienen a verme, los chicos no), de mis trabajos, que siempre trabajé, de mi madre, que ya está un poco vieja, cuando me decía algunas veces que no podía manejarme porque estaba descadrilada, que ni siquiera podía hacerlo con la grúa.
Mi amiga me contaba poco, es alicantina y se ha ido de esta residencia para estar más cerca de su familia. Mi amiga era como una flor, muy hermosa en primavera y todo el año luminosa, al sol.
Siempre íbamos juntos también en las excursiones, lo pasábamos bien. Llegamos a ir hasta Lourdes juntos dos veces. En tres años de conocimiento no es poco. También éramos vecinos de planta, la echo mucho de menos.
Y es una gran tristeza que no me devuelva las llamadas. Yo creo, después de tres meses esperando que me llame (yo la llamaba casi todos los días y no estaba nunca), que ya no es tristeza lo que siento. Triste estoy, pero ya no sé por qué. Quizá me quede esa sensación que producen en el alma las oraciones que dios no escucha, eso mismo que otros llaman decepción y que no curan ni las misas de los domingos.

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