Suicida


Laura
Hace cincuenta años, más o menos, que vino a este mundo un chiquitín al que llamaron Mariano. Aquel día en el Hospital Clínico de Madrid su familia estalló de alegría porque vino bien y porque era un niño muy deseado.
Se crió en la zona de Estrecho con todo tipo de comodidades, a pesar de lo cual siempre estaba llorando. Su madre decía que lloraba hasta dormido. En la guarde escandalizaba a todos los niños y cuidadoras con sus llantos, que cuando un perro ladra a un fantasma, diez mil perros lo hacen real.
Más tarde, en la etapa del colegio, dejó de llorar, pero siempre estaba triste, no se centraba en los estudios y sacaba malas notas. El deporte se le daba bien, le valía para comunicarse con sus compañeros de juego, aunque seguía siendo un tipo raro, pues no se alegraba cuando metía un gol y todos le aplaudían, ni celebraba los triunfos de su equipo cuando ganaba. Se quedaba triste como si hubiera perdido.
En el bachillerato abandonó sus estudios sin razones claras y se puso a trabajar de peón de albañil, así aprendió el oficio. Su triste vida no se motivaba por nada.
Jamás valoraba las cosas que hacía. Y menos, a las personas que vivían a su alrededor. Terminó siendo soltero toda la vida, pues ninguna mujer se fijó en él. Despreciaba todo lo bueno que la vida te ofrece, desde el agua o el aire hasta las mujeres o la luz.
Nada más despertarse por la mañana, si el día estaba despejado, soltaba su comentario favorito: ¡Otro día para seguir sufriendo! Y si le aparecía nublado o lluvioso: ¡Vaya día más triste, me quedaría en la cama!
Lleva dos años sin trabajar porque le tocó en la Bonoloto un gran premio, que apenas pudo celebrar por no tener amigos. Y está más triste que nunca porque no tiene nada que hacer. Al pobrecito no se le ocurre cómo gastar su fortuna y ya piensa en suicidarse.

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