Cuaderno azul / 9


Carmen
Soy una cobarde y una vaga. No sé dónde voy ni lo que quiero, me siento como un trapo viejo al que todo el mundo desprecia, aunque a veces mi cara triste despierta sentimientos de apoyo y cariño. ¿Qué será de mí? Quizá me venga bien un hombro en que llorar. Demasiado tiempo pensando que todo lo hago muy mal, quizá sea el espíritu de la contradicción, hago lo contrario de lo que debo hacer.

¿Qué puedo decir de sexo? Para algunos es lo más importante pero para mí no. A mí me resulta muy difícil separar el sexo del amor, aunque hay quien lo separa. Me acuerdo de mi primera vez en la fila de los mancos, estábamos besándonos como fieras pero apenas sentía placer. Me sorprende el ansia de los tíos. Las tías no somos así, quizá se nos ha educado en la sumisión y obediencia. De todas formas, yo soy un poco bastante frígida para el sexo, apenas nada siento.

Laura quería amar, había ingresado en el centro después de esas historias de revisiones con martillo en la rodilla. Allí estaba Miguel, con pelo negro y ojos oscurísimos y tristes. ¡Cómo le gustaba hacer ejercicios a su lado en el gimnasio! De repente, un día Miguel confesó a Laura que ella le había gustado desde el primer día, pero que tenía mucho miedo, que no podía aportar mucho, que no sabía hacer nada. Y siguieron haciendo ejercicios abdominales. Pero poco después Laura pensó que nunca podría hallar mejor fisioterapeuta que Miguel. Y ahora, sí.

Nunca me ha gustado madrugar. Y siempre me tengo que inventar un montón de argucias para no confesar algo tan simple: que si esto de los horarios me parece infantil, que si este dolor tiene mala pinta… Daría cualquier cosa por estar todo el día en la cama. Siempre llego tarde a todos los sitios y ya no sé que inventar para excusarme.

El caos comienza en mi cuarto, que lo tengo todo desordenado. Y sigue con la humanidad, capaz de entretenerse con el bosón de Higgs mientras en África mueren de hambre. O el caos de sus ideologías, que sustituyen liberalismo por neocón férreo con control de extrañas mafias financieras, sin algo diferente y atractivo. O el caos de la contaminación que nunca se acaba y quizá nos lleve a un nuevo Big Bang. Quizá el caos necesite de una ilusión.

Escribo para contar mis recuerdos, no sé, para desahogarme, para definirme, para contar lo que veo. Como leo más entrevistas que ensayos y más prensa que novelas, mi forma de escribir se acerca más a la crónica. Pero, eso sí, pero no puedo contar cosas tristes, me lo tengo prohibido, me parecen muy duras. De mi vida cuento lo que me falta: que tengo pendiente un poema al mar, que viviría en el agua, claro. ¿Pues para qué escribo? Quizás para contar mis obsesiones.

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