Sentada del 27 de diciembre de 2012


LO QUE YO QUIERO ES UNA NOVIA
HeavyMetal
Ya no me acuerdo cuándo empecé este diario.
Ya son años.
Ahora, como me he vuelto un vago, no me dedico a nada.
Y mira que aquí, en el CAMF, hay actividades, que si radio, que si excursiones, que si terapias, que si UPL, que si boccia.
Yo solo escribo y voy con Amparo, a su taller. La pintura no me gusta, me gusta ella, me trata con respeto, que yo soy muy rebelde.
El último cuadro que hice fue El Grito, de Munch no, el mío.
Ahora estoy con un abstracto que no acaba de gustarme.
Y si falto, pues falto, Amparo a eso no le da importancia porque dice que yo soy lo importante.
Pues yo lo que quiero es una novia.
Ya no tengo ilusión por nada, salvo las mujeres.
Siempre estoy igual. A lo mejor es una suerte, pero a lo mejor, no.
Hace algunos meses, haciendo fiesta a la vida, y ahora no hago nada.
El otro día me lo pase en grande con Patricia Tapias en la FNAC.
Le llevé la revista Proposiciones, el nº 11, con la entrevista que le hice el día que vino a tocar aquí, al CAMF.
Estoy bastante triste, me gustaría cambiar, todo me aburre. Y una novia me vendría bien.

LAS APARIENCIAS
Peva
Las personas a mi alrededor no aparentan, son como son y no hay más, que una silla de ruedas imprime mucha personalidad. La única que todavía aparenta algo soy yo misma, que me paso el día engañándome con ser joven aunque experimentada. En realidad, lo único que tengo mío y no me falla es mi nombre. Porque yo de verdad de la buena me llamo Pilar. Y no me lo cambio por nada porque me gusta, y como me gusta y lo quiero para mí, pues no tengo que aparentar que me llamo Pilar, lo soy, soy Pilar, y además mi nombre, así, pilar, es como un gran fundamento y me da un poderío bestial. Un fundamento es irrompible y aguanta el paso de los años, que no es el caso de mi menda, que mi pila de años, los que tengo, me obligan a aparentar ser una jovencita de cuerpo aunque con experiencia. Qué ideal de la muerte, pero lo que pasa es que ni soy joven ni tengo maldita la experiencia de nada. Me dejo llevar por la pura apariencia, no puedo evitarlo y me dejo llevar como una cometa en el aire que aparentemente va a su antojo, pero que si te fijas mejor ves el hilo y comprendes que era pura apariencia o, más aún, pura obligación, pues es llevada hacia donde el viento le da la gana, o sea, que quien está jugando es el viento. El viento sí es libre para mover a la cometa aunque no lo parezca.
Y yo escribo con apariencia de lógica aunque de lógica no tiene nada. Porque a mí, con los años se me acentúa la ansiedad, y esto no es nada lógico, ni lo aparenta. Pero me ocurre, porque me aumenta la impaciencia por hacer o alcanzar lo que ya no está al alcance de mi silla de ruedas y de mi naturaleza. Antes todas las cosas estaban aparentemente más cerca porque yo era más ágil, tenía las carnes más flexibles y esto me daba mucha más movilidad y con ella abarcaba más, me permitía hacer más cosas de mi vida cotidiana y, por lo tanto, mi ANSIEDAD disminuía, era mas llevadera, como más liviana, vamos, más ligera. Esto de la ansiedad parece una canción de Machín, un auténtico romántico, un volao de los boleros y las tragedias de amor de hombres con poca imaginación, ese amor que lo mueve todo porque el enamorado, además, tiene dinero. Que es lo que pasa, que el dinero es mucho mejor tenerlo, porque de esta forma el amor se complica menos. Y sobre todo, que sin dinero el amor es más pobre y no da para un bolero ni para nada, y a muchas personas se nos dispara la ansiedad, que es a lo que iba, que no se puede aparentar todo.

UN ESPACIO PARA SOÑAR
Conchi
Me gustaría vivir en Galicia porque hay muchas montañas. Es un paisaje precioso donde crece la hierba y en cuyas cuestas la silla de ruedas eléctrica se va deslizando sin ni siquiera estar conectada.
Pero aquel día la silla se iba porque tampoco tenía muy bien la batería, que había que cargarla con urgencia, porque se paraba. Me acuerdo que estábamos de vacaciones en el Miño y mi madre tuvo que empujar la silla cuesta abajo. Y unas personas que iban en la expedición le echaron una mano, que si no.
Yo lo que quiero en realidad es tener una casa inteligente, en Galicia o donde sea. Una casa en la que se enciendan las luces cuando yo entre en la habitación, donde se abran las puertas con dar al mando electrónico, donde con sólo decir “pis” venga un robot, me coja en brazos y me ponga en la taza del váter. Y ese mismo robot me preguntará cada día qué es lo que quiero comer, lo preparará y me lo partirá para que yo pueda comerlo sin problemas.
La casa tendría que tener piscina climatizada con unas grúas para que me metiesen en el agua. Pero pobre de mí si la grúa se estropea, porque me tendría que coger el robot en brazos y con lo que peso últimamente, pobrecito de él, le compadezco.
Me acuerdo cuando con 12 años me tiró Pascual en el colegio, que llegué a casa echando sangre como un cochino porque di con las narices en el suelo: me las había partido. Mi madre, tranquila, pausada, me llevó a urgencias y se sentó en la silla esperando que saliera de aquel matadero. Cuando acabaron conmigo yo gritaba y seguía quejándome porque me dolía mucho. Yo no podía aguantar el dolor y mi madre seguía tan tranquila, como si nada.
Eso me cabreó todavía más y empecé a aullar como una loba. Cuanto más trataba mi madre de calmarme más aullaba yo. Me dolía tanto a mí la nariz que no entendía cómo mi madre estaba tan tranquila. Llegué a pensar que se había tomado un calmante porque estaba como nunca de relajada, como si no me hubiera pasado nada.
En realidad, el calmante me lo habían dado a mí, pero todavía no me había hecho efecto y yo seguía gritando como una posesa: “Que me duele mucho, esto no hay quién lo aguante”. Y mi madre ahí, tan fresca.
Yo me volvía loca del dolor y ella ahí, tan placenteramente sentada en una silla verde. Fue cuando decidí que necesitaba un robot para que me asistiese.

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