LO
QUE YO QUIERO ES UNA NOVIA
HeavyMetal
Ya
no me acuerdo cuándo empecé este diario.
Ya
son años.
Ahora,
como me he vuelto un vago, no me dedico a nada.
Y
mira que aquí, en el CAMF, hay actividades, que si radio, que si
excursiones, que si terapias, que si UPL, que si boccia.
Yo
solo escribo y voy con Amparo, a su taller. La pintura no me gusta,
me gusta ella, me trata con respeto, que yo soy muy rebelde.
El
último cuadro que hice fue El
Grito,
de Munch no, el mío.
Ahora
estoy con un abstracto que no acaba de gustarme.
Y
si falto, pues falto, Amparo a eso no le da importancia porque dice
que yo soy lo importante.
Pues
yo lo que quiero es una novia.
Ya
no tengo ilusión por nada, salvo las mujeres.
Siempre
estoy igual. A lo mejor es una suerte, pero a lo mejor, no.
Hace
algunos meses, haciendo fiesta a la vida, y ahora no hago nada.
El
otro día me lo pase en grande con Patricia Tapias en la FNAC.
Le
llevé la revista Proposiciones,
el nº
11,
con la entrevista que le hice el día que vino a tocar aquí, al
CAMF.
Estoy
bastante triste, me gustaría cambiar, todo me aburre. Y una novia me
vendría bien.
LAS
APARIENCIAS
Peva
Las
personas a mi alrededor no aparentan, son como son y no hay más, que
una silla de ruedas imprime mucha personalidad. La única que todavía
aparenta algo soy yo misma, que me paso el día engañándome con ser
joven aunque experimentada. En realidad, lo único que tengo mío y
no me falla es mi nombre. Porque yo de verdad de la buena me llamo
Pilar. Y no me lo cambio por nada porque me gusta, y como me gusta y
lo quiero para mí, pues no tengo que aparentar que me llamo Pilar,
lo soy, soy Pilar, y además mi nombre, así, pilar, es como un gran
fundamento y me da un poderío bestial. Un fundamento es irrompible y
aguanta el paso de los años, que no es el caso de mi menda, que mi
pila de años, los que tengo, me obligan a aparentar ser una
jovencita de cuerpo aunque con experiencia. Qué ideal de la muerte,
pero lo que pasa es que ni soy joven ni tengo maldita la experiencia
de nada. Me dejo llevar por la pura apariencia, no puedo evitarlo y
me dejo llevar como una cometa en el aire que aparentemente va a su
antojo, pero que si te fijas mejor ves el hilo y comprendes que era
pura apariencia o, más aún, pura obligación, pues es llevada hacia
donde el viento le da la gana, o sea, que quien está jugando es el
viento. El viento sí es libre para mover a la cometa aunque no lo
parezca.
Y
yo escribo con apariencia de lógica aunque de lógica no tiene nada.
Porque a mí, con los años se me acentúa la ansiedad, y esto no es
nada lógico, ni lo aparenta. Pero me ocurre, porque me aumenta la
impaciencia por hacer o alcanzar lo que ya no está al alcance de mi
silla de ruedas y de mi naturaleza. Antes todas las cosas estaban
aparentemente más cerca porque yo era más ágil, tenía las carnes
más flexibles y esto me daba mucha más movilidad y con ella
abarcaba más, me permitía hacer más cosas de mi vida cotidiana y,
por lo tanto, mi ANSIEDAD disminuía, era mas llevadera, como más
liviana, vamos, más ligera. Esto de la ansiedad parece una canción
de Machín, un auténtico romántico, un volao de los boleros y las
tragedias de amor de hombres con poca imaginación, ese amor que lo
mueve todo porque el enamorado, además, tiene dinero. Que es lo que
pasa, que el dinero es mucho mejor tenerlo, porque de esta forma el
amor se complica menos. Y sobre todo, que sin dinero el amor es más
pobre y no da para un bolero ni para nada, y a muchas personas se nos
dispara la ansiedad, que es a lo que iba, que no se puede aparentar
todo.
UN
ESPACIO PARA SOÑAR
Conchi
Me
gustaría vivir en Galicia porque hay muchas montañas. Es un paisaje
precioso donde crece la hierba y en cuyas cuestas la silla de ruedas
eléctrica se va deslizando sin ni siquiera estar conectada.
Pero
aquel día la silla se iba porque tampoco tenía muy bien la batería,
que había que cargarla con urgencia, porque se paraba. Me acuerdo
que estábamos de vacaciones en el Miño y mi madre tuvo que empujar
la silla cuesta abajo. Y unas personas que iban en la expedición le
echaron una mano, que si no.
Yo
lo que quiero en realidad es tener una casa inteligente, en Galicia o
donde sea. Una casa en la que se enciendan las luces cuando yo entre
en la habitación, donde se abran las puertas con dar al mando
electrónico, donde con sólo decir “pis” venga un robot, me coja
en brazos y me ponga en la taza del váter. Y ese mismo robot me
preguntará cada día qué es lo que quiero comer, lo preparará y me
lo partirá para que yo pueda comerlo sin problemas.
La
casa tendría que tener piscina climatizada con unas grúas para que
me metiesen en el agua. Pero pobre de mí si la grúa se estropea,
porque me tendría que coger el robot en brazos y con lo que peso
últimamente, pobrecito de él, le compadezco.
Me
acuerdo cuando con 12 años me tiró Pascual en el colegio, que
llegué a casa echando sangre como un cochino porque di con las
narices en el suelo: me las había partido. Mi madre, tranquila,
pausada, me llevó a urgencias y se sentó en la silla esperando que
saliera de aquel matadero. Cuando acabaron conmigo yo gritaba y
seguía quejándome porque me dolía mucho. Yo no podía aguantar el
dolor y mi madre seguía tan tranquila, como si nada.
Eso
me cabreó todavía más y empecé a aullar como una loba. Cuanto más
trataba mi madre de calmarme más aullaba yo. Me dolía tanto a mí
la nariz que no entendía cómo mi madre estaba tan tranquila. Llegué
a pensar que se había tomado un calmante porque estaba como nunca de
relajada, como si no me hubiera pasado nada.
En
realidad, el calmante me lo habían dado a mí, pero todavía no me
había hecho efecto y yo seguía gritando como una posesa: “Que
me duele mucho, esto no hay quién lo aguante”.
Y mi madre ahí, tan fresca.
Yo
me volvía loca del dolor y ella ahí, tan placenteramente sentada en
una silla verde. Fue cuando decidí que necesitaba un robot para que
me asistiese.
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