Sentada del 13 de diciembre de 2012


NO SABEN
MaryMar
¿Por qué me gusta escribir? Me gusta mucho escribir. Escribo para mis amigos y compañeros de la residencia.
Me gusta hablar de mi vida y de las cosas que aprendo en el taller.
Llevo bastante tiempo en los talleres de Escritura Creativa. Casi siempre he trabajado con Petra, pero ahora Petra está malita, más en concreto, coja, que se partió un tobillo en el mercado. He escrito con Manuel, con Ana, con Andrés, con Nano y con Montse.
Mi familia no sabe que vengo al taller de escritura, pero me gustaría que mi madre y mis hermanos leyeran los cuentos que escribo aquí. Si leyeran mis cuentos se llevarían una sorpresa y no se olvidarían de mí.
Y punto y final. ¡C’est fini!

DESCONFIANZA
Laura
María nunca dudó del comportamiento de sus hijos, todos recibieron una educación apropiada a su edad. César, el mediano de los hermanos, le creaba algo de inseguridad por su comportamiento; a sus diez años era demasiado tranquilo, dando la sensación de quedarse dormido en cualquier sitio, y a veces era verdad.
Con su numerosa familia de siete hijos, María tenía que controlar el comportamiento de todos sin la ayuda de nadie, su marido había fallecido.
Ella hacía de padre y madre. Era una madre muy cariñosa, pero eso no le impedía ser dura y recta en la educación de los chicos. No tenía preferencia por ninguno de ellos en especial, a todos los quería con el mismo amor de madre, un amor que se reflejaba en la alegría de vivir de toda la familia.
En cierta ocasión su madre le mandó a César a comprar una barra de pan para la comida de toda la familia. A la salida de la panadería se sentó en un banco de la calle para disfrutar del sol. Y con el calorcillo se quedó dormido.
Un perro callejero, que debía de tener hambre, olió el pan y no dudó en darle un mordisco. En ese instante César se despertó asustado y corrió detrás del perro y del pan. Al perro se le cayó de la boca toda la barra, menos uno de los picos.
César recogió su barra del suelo un poco manchada de tierra, la limpió como pudo y pensó qué mentira creíble le diría a su madre.
Llegó a casa muy nervioso y le contó que venía corriendo, se tropezó y se cayó; que el trocito de pan que faltaba estaba totalmente embarrado y por eso no lo recogió.
Su madre, desconfiada, no le creyó, porque sabía muy bien que César era muy tranquilo y no corría nunca, y porque mirando a su hijo veía que no estaba manchado de barro.
¿Cómo es posible que tú estés limpio y el pan no? –Le preguntó al fin.
Y César terminó contando la verdad. Sin embargo su madre, que sospechaba de su hijo, no se podía creer tamaña fábula. Ella estaba segura de que el trocito de pan no se lo podía haber comido un perro.
Ese día César fue castigado a comer sin pan.

SOL EN NAVIDAD
Isabel
No lejos de la ciudad donde yo vivía, en pleno campo vivían dos matrimonios amigos, pero un poco alejados uno del otro.
Uno de los matrimonios tenía un rebaño de ovejas y vivían modestamente bien. El otro vivía un poco más apretado, en una choza de piedras, pequeña aunque caliente. Vivían de la recogida de leña, que luego vendían a buen precio o, la más apropiada, la empleaban para hacer carbón. También recogían por la noche castañas, que también vendían. Y así malvivían.
Yo, que repito que vivía en la ciudad, de vez en cuando iba a verlos y les llevaba un gran jamón de bellotas, o les llevaba una manta o pantalones y camisa para él, y para ella un vestido de lana. Se ponían muy contentos. A los pastores no les llevaba nada, pues tenían más posibles.
Como llegaba la Navidad, los de la choza decidieron ir a ver a sus vecinos, para decirles que este año pasarían la Navidad en su choza todos juntos, y de paso me invitaron a mí también.
Ellos bien sabían que yo siempre soñé con un regalo muy especial: no es otro que levantarme un día y no necesitar ya de mi silla de ruedas, y que poder saltar y bailar como una peonza, o volar en un parapente, que ilusión. En mi regalo, que siempre es un sueño muy largo, yo vuelo y doy varias volteretas, ¡cómo disfruto volando! Pero llega la hora de bajar y siempre caigo en la boca de una cueva llena de víboras y escorpiones que, al verme, me rodean. Una serpiente salta sobre mí, me pica en un pecho y yo me asusto. De pronto aparece otro parapente y desciende hacia mí, es alguien de la Cruz Roja, estoy salvada, un doctor. Yo le digo que una víbora me ha picado en un pecho. ¿Qué me puede hacer? Pues chupar el veneno, después de hacerme una incisión. Pero me chupa tanto que termino despertándome con un orgasmo tremendo.
Pero mis amigos también saben que este regalo no me lo pueden hacer y piensan en otra cosa. Así que se fueron a un pinar a por el pino y a recoger piñas, que luego las pintaron de color rojo, y con papel de plata hicieron estrellas para decorar su pino y poner unas cintas doradas.
Ya estaba todo listo en la choza para la llegada de los amigos y pusieron los regalos que amorosamente nos habían hecho.
Yo fui la primera en llegar y abrí el mío con sorpresa e ilusión. Me habían regalado unos guantes de piel que por dentro tenían lana de las ovejas de sus amigos, que abrigaban mucho.
Pronto llegaron los vecinos pastores, también con regalos. Tampoco me pudieron regalar lo que yo más deseaba, claro está, pero me alegré mucho de pasar con ellos la Navidad, una Navidad llena de sol, por suerte.

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