Una lapa


Conchi
Yo tenía una amiga bastante pesada, que no dejaba de escribirme cartas a diario, y eso a pesar de que íbamos juntas al colegio y que vivíamos una al lado de la otra. Y eso que yo pasaba de ella olímpicamente y nunca contesté a ninguna de sus cartas.
En cuanto mi padre subía con el contenido del buzón le decía: ¡Tira la carta a hacer puñetas! Yo comprendo que ella estaba muy sola, pero es que tenía obsesión conmigo. Y decía mi madre: ¿No te da pena, que está más sola que tú, entre cuatro paredes? Porque aunque se movía mejor que yo, siempre estaba metida en su casa y no quería salir.
Para mí era una tía muy cansina, siempre estaba: “Ven a mi casa, ven a mi casa”. Yo a veces iba, cuando no tenía otra cosa que hacer, y su madre me preparaba la merienda, bizcochos con chocolate. A mí me gustan los bizcochos y me gusta el chocolate, pero por separado. Por no hacerle un desprecio a la mujer y porque era tan cansina como su hija, yo acababa comiéndomelo todo, ¡a ver, qué remedio! Era otro peñazo más.
Iba todo el rato tras de mí: “Vamos a jugar a las muñecas, vamos a jugar a las muñecas”. ¡Qué tía más ´jartibre`! Y yo proponía: “Vamos a jugar a los médicos, que es más divertido”. Ya sabéis que es mi tema, este de jugar a médicos. Nunca nos poníamos de acuerdo y yo terminaba cabreándome y yéndome a casa.
Puede que ella pensase lo mismo de mí: “¡Qué tía más pesá, siempre queriendo jugar a los médicos!”

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