Sentada del 18 de octubre de 2012


MERECEN UNA CALLE
Rafa
No puedo olvidar los insultos que me acompañaron siempre en mi niñez, por tener una cabeza que se veía más que las de alfeñique que me llamaban el Cabeza.
Quizá sea por esta razón, por ser siempre diana de los desprecios de esos cabezas de chorlito, que no recuerdo a otras víctimas de estas crueldades. No recuerdo otros insultos, o mejor, a otros insultados, pero sí recuerdo a los que nunca nunca me menospreciaron.
Uno de ellos fue Kin, por ejemplo, que fue capaz de partirle la nariz a un vecino que se reía de mí a la salida del portal, en la Rondilla, por la forma mía de andar.
Kin era así, un poco violento pero un volcán de buenos sentimientos. Lo mismo daba que jugásemos a la peonza que a las canicas, si alguien me ganaba tenía que ser por lo legal, o se las vería con Kin.
Lo cierto es que yo tampoco me callaba, pero lo que es dar, no podía, pues cualquiera me soplaba y ya estaba en el suelo. Pero me callaba menos cuando estaba Kin. Los tipos como él, capaces de defender a los más débiles, merecen, no ya una nota como ésta, merecen una calle en la Rondilla, Valladolid.

CELIA
Estrella
Celia vivía en un pueblo de Asturias, Villaverde, a unos 50 km. de Oviedo, en Playa España. A causa de haber sufrido en su vida a malas personas, que consiguieron destrozarle la vida, no quería vivir en el mundo real y se refugiaba en la lectura.
Devoraba los libros a raudales, todos los libros que caían en sus manos se los comía. No le importaba si eran de amor, de guerra, de humor, dramas... todos eran buenos para vivir otras vidas en vez de la suya.
Y era muy feliz con la lectura. Los libros le hacían olvidar los sinsabores que las malas personas le habían provocado y así podía soñar con un mundo mejor.
Pero el hecho de refugiarse en los libros hizo de ella todo lo contrario a una buena persona. Se convirtió en una persona egoísta, solitaria y arisca, que evitaba cualquier trato con la gente. No quería saber nada de nadie, le importaban un carajo los problemas de su familia, y mucho menos los de sus vecinos, con los cuales no quería trato de ninguna clase.
Un día recibió la llamada de su padre. Era para decirle que a la mamá le había dado un infarto y la habían ingresado por urgencias en un hospital de la capital. Y que la tenían en observación en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Se trataba de su madre y Celia reaccionó al fin. Fueron momentos realmente duros, porque se preveía un desenlace fatal.
Para Celia y su padre no se movían las manecillas del reloj. Fueron días de incertidumbre que se hacían interminables. Al cabo de una semana, pasaron a la planta y pudieron estar con ella, turnándose de día y de noche hasta que la dieron el alta a los quince días.
En el corazón de Celia empezó a nacer un sentimiento de gratitud, primero y sobre todo hacia todos los profesionales que intervinieron en la recuperación de su madre: médicos, enfermeras, celadores.
Celia se la llevó a vivir con ella a su casa, y allí, día a día con un gran cariño y dedicación, la estuvo cuidando hasta su total recuperación.
El hecho de tener que cuidar a su madre y el buen trato recibido en el Hospital la había sacado de su aislamiento. Y poco a poco se fue despertando en ella otra vez la solidaridad y el amor a la gente, esa gente con la que estuvo reñida durante demasiado tiempo, borrándose y no dejando huella su antiguo odio.

BULOS
Víctor
Yo siento que cuando hablan mal de mis amigos, me hacen daño. Más incluso que cuando hablan mal de mí mismo a la cara –que cuando hablan por detrás no me entero. Nadie tiene derecho a hacerme dudar de la honestidad de la gente que quiero sin más razón que no saber tener cerrada la boca.
Una palabra inapropiada dicha contra cualquier persona es como mancharle la cara o hacerle una cruz en la espalda. Así de fácil marcas a una persona, y más si esas malas palabras se dicen entre conocidos, por ejemplo aquí, entre los compañeros, que esto es una campana y todo se oye.
Pensar mal de otro, sin razón, ya es una desgracia para el que lo hace, pues produce podredumbre en su cerebro. Pero ir pregonando esos malos pensamientos por ahí es hacer desgraciados a muchos más, a los que criticas, porque los hieres, y a los que te escuchan, porque los confundes.
¿Que por qué estoy diciendo todo esto? Porque no sé defenderme de las calumnias y porque me hacen mucho daño esos consejos que no pido a nadie y que los más inoportunos se atreven a soltarme. Quisiera ser más explícito, pero no quiero hacer daño a nadie. Solo advertir que la calumnia y las malas babas se esparcen como la paja de las eras y llegan a todos los cuellos de todas las camisas y allí empiezan a picar y todo el mundo comienza a rascarse.
Eso ocurre, que nos rascamos de algo que no tenía que picarnos porque no existe, porque es un puro bulo, nada.

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