Mi sobrino y el copago


Víctor
Ayer me llamó mi sobrino Víctor para decirme que le dolía el pecho.
Tengo catarro, y mi mamá también.
A lo mejor es alergia a las gramíneas –le sugerí yo– que la primavera viene adelantada por la sequía.
Yo no tengo alergia, toso y me duele el pecho de tanto toser.
Le pregunté si había ido al médico y me dijo que no, ni él ni su madre, y que no estaban tomando nada.
Oye, Víctor, –le expliqué– que eso del copago en la Sanidad no quiere decir que os tengáis que dejar morir los sanos para que los cojos sigamos teniendo cancha.
Pero mi sobrino es que no me hace caso. Él no ha vivido aquellos tiempos en que todo el pueblo se vigilaba el brillo de los ojos. Algüera tiene 2000 habitantes, unos pocos menos, dos médicos, dos enfermeras y una farmacia. Cuando entonces, había que irse a Badajoz si te brillaban los ojos. Y si no era por sarampión era por varicela –que las dos me las espulgué yo, con una semana de fiebre cada una, en el hospital– o algo peor, que si polio, que si meningitis, que si tal.
Por cierto, que yo tuve también la polio de bebé, estaba internado en el hospital del Niño Jesús y me la pillaron a tiempo, aunque de esto no me acuerdo mucho. Pero si te brillaban los ojos en Algüera, o sea, si tenías fiebre, no estabas solo tú en peligro, estaba todo el pueblo. Y si no era por las buenas, era por las malas, pero te tenías que ir a Badajoz.
Ahora es distinto, ahora hay antibióticos y el mayor peligro son las alergias y las gripes. Pero mi sobrino ni a los virus esos de la aviar les tiene miedo. A mi sobrino le gusta jugar con fuego y se ha pasado el invierno haciendo hogueras y asando patatas.
Mi sobrino, desde luego, no arruina la Sanidad Pública. Ni su madre.

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