Víctor
Yo
siento que cuando hablan mal de mis amigos, me hacen daño. Más
incluso que cuando hablan mal de mí mismo a la cara –que cuando
hablan por detrás no me entero. Nadie tiene derecho a hacerme dudar
de la honestidad de la gente que quiero sin más razón que no saber
tener cerrada la boca.
Una
palabra inapropiada dicha contra cualquier persona es como mancharle
la cara o hacerle una cruz en la espalda. Así de fácil marcas a una
persona, y más si esas malas palabras se dicen entre conocidos, por
ejemplo aquí, entre los compañeros, que esto es una campana y todo
se oye.
Pensar
mal de otro, sin razón, ya es una desgracia para el que lo hace,
pues produce podredumbre en su cerebro. Pero ir pregonando esos malos
pensamientos por ahí es hacer desgraciados a muchos más, a los que
criticas, porque los hieres, y a los que te escuchan, porque los
confundes.
¿Que
por qué estoy diciendo todo esto? Porque no sé defenderme de las
calumnias y porque me hacen mucho daño esos consejos que no pido a
nadie y que los más inoportunos se atreven a soltarme. Quisiera ser
más explícito, pero no quiero hacer daño a nadie. Solo advertir
que la calumnia y las malas babas se esparcen como la paja de las
eras y llegan a todos los cuellos de todas las camisas y allí
empiezan a picar y todo el mundo comienza a rascarse.
Eso
ocurre, que nos rascamos de algo que no tenía que picarnos porque no
existe, porque es un puro bulo, nada.
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