Alicia en el país del rencor


Estrella
Alicia era una chica ya no tan alegre y jovial, a sus veinticinco años. Eso sí, parecía que se divertía a lo grande cuando salía de fiesta con sus amigas, sobre todo por las noches, cada vez a una discoteca diferente. Allí bailaba, reía y ligaba con gente de su edad.
En cambio, cuando llegaba a casa, su alegría y optimismo se invertía para dar paso a una profunda tristeza. La soledad reavivaba un rencor que tenía arraigado en su corazón desde hace unos años a causa de un antiguo amor.
Alicia, a los veinte años, había conocido a un chico de nombre Roberto y de su misma edad. Al principio todo iba sobre ruedas, pero con el paso del tiempo se puso de manifiesto la incompatibilidad de caracteres: si ella decía negro, él aseguraba que era blanco.
En cierta ocasión, Alicia se quiso comprar una moto de color rojo y le preguntó a Roberto: “¿Qué te parece?” Y él contestó: ¿Pero qué dices de rojo, si el rojo no te va? Yo creo que deberías comprártela negra, para ir a juego con tu vestimenta, que por cierto es bastante tétrica”.
Y si ella proponía ir de vacaciones a la playa, Roberto prefería la montaña. Y en el restaurante, si Alicia pescado, él se inclinaba por la carne.
Estas simples menudencias, que al principio de la relación les producían morbo, con el tiempo se fueron convirtiendo en profundas desavenencias difíciles de solventar.
Fue por lo que Roberto, una tarde en el parque y después de mucho tiempo de relación, decidió que lo suyo no podía seguir. Y Alicia le contestó: “¡Bueno!, como quieras, yo también estaba pensando en dejarlo”.
Pero las palabras de Alicia no eran sino parte de la máscara que comenzó a fabricarse para disimular el rencor que sintió desde el primer momento, al verse abandonada por Roberto.
Ella siempre era la que ponía el punto y final a sus relaciones con los chicos y esto se había convertido en ley en su vida. Su carácter ya no podía tolerar una derrota.
El rencor empezó a crecer a pasos agigantados en su alma, al ver que había perdido el tiempo con Roberto, que no le habían compensado las pequeñas satisfacciones, si las comparaba a los tremendos disgustos que le había dado en este tiempo, y por encima de todos, este último del abandono. Porque como un abandono sentía la ruptura, pues no la había decidido ella.
Y para que este rencor no le costara la cabeza, o una enfermedad, se refugiaba en el ruido de las discotecas con sus amigas.

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