Sentada del 27 de septiembre de 2012

Al amanecer de hoy, con el sol recién asomando, se cumplen 37 años del fusilamiento de cinco muchachos por el gobierno fascista de este país, Txiki, Otaegui, García Sanz, Baena Alonso y Sánchez Bravo. Ellos fueron los últimos fusilados, que no los últimos asesinados. Reivindicamos su memoria y maldecimos a sus asesinos.

EN FERROL, DE INTERCAMBIO –3
HeavyMetal
Empezamos la rutina otra vez, no pasa nada, estoy en Leganés.
Tenemos que tirar el centro de Leganés y hacer uno nuevo.
Vaya unos 25 días, este verano. Para mí han sido muy especiales.
En el año 92, cuando ingresé allí, Ferrol era una ciudad de muertos.
En Catabois solo existía el CAMF y el hospital Arquitecto Marcide.
Y en Ferrol, el Arsenal y la estatua de Franco, y poco más.
Los astilleros ya se habían ido a tomar po'l culo.
Estuve un día en Ferrol Vello, toda la parte de Los Irmandiños y Plaza Vella, por Cantón de Molins.
Allí me encontré a un buen hombre que me acompañó y pasamos la tarde juntos.
Me comentó:
Haces bien en vivir en Madrid, porque esta es una ciudad muerta desde que borraron al Caudillo Paco de su nombre.
Era un nostálgico. Me paseó por el Arsenal y me hablaba en galego.
Me lo contó todo de la historia de la ciudad. Le interesaba la cosa militar sobre todo, que a mí no me va.
Era sábado y el buen hombre, un poco facha, me paseó por el Museo Naval, dentro del Arsenal.
Salas petadas de maquetas de barcos de grandes dimensiones, banderas, armamento, cartografía, velas y utensilios de marinos, cosas.
Mola más el Dique de la Campana, el más grande en su momento, que también me lo explicó.
Se lució el ingeniero Comerma, no sé qué hizo en este dique con la fuerza de las mareas que todavía funciona, y lo van a declarar Patrimonio de la Humanidad.
He traído muchísimas historias de la ciudad.
En el año 92 tenía a los maderos hasta los huevos.
Un día fui con Olegario a la discoteca. Hasta ahí, perfecto.
Luego, para subir a la residencia, todo Catabois es cuesta arriba. Mi amigo Olegario subió poco a poco. Yo me quedé atrás y paré una lechera de la madera y me subieron ellos.
Otra noche, iba solo a Onda, otra discoteca. En esto que se para la Cruz Roja por Carretera de Castilla y me devuelven al centro por la cara.
Al llegar, estaba Juan en Recepción, y les dice:
¡Piraos! Que Gabriel iba a la discoteca, que le habéis jodido la noche.
Y los pringaos me bajaron hasta la misma puerta de Onda. Luego volví en un taxi.
Ahora, esta salida del centro por Catabois, la carretera, es una calle más presentable.
Se conoce que Fraga, antes de morir, se pasó por aquí e hizo un favor a los cojos. ¡Como él tampoco andaba ya muy allá!
Hace dos días, este mismo verano, cuando subía a las doce y media, una piva paró el coche:
Vamos, moreno, que te subo hasta donde quieras.
Así son estas gallegas.
El segurata, que me estaba esperando, me comenta envidioso:
Qué bien te lo montas, Heavy.

CAPRICHOS POR SUEÑOS
Conchi
Yo de pequeña era una niña muy caprichosa, siempre se me antojaban cosas que no me podían dar. Cuando iba con mi madre, que llevaba a mi hermano en brazos por los tenderetes de la Puerta de Toledo, se me antojaba todo lo que veía. Por ejemplo, unos botijos de barro, unos molinillos de colores, unos cigarritos de chocolate o palotes de caramelo, anises y cosas por el estilo.
Cuando mi madre no me concedía los caprichos que me venían a la cabeza, yo me cogía una rabieta impresionante. Porque yo no comprendía que en aquellos momentos no tuviera dinero, que era lo que me decía, o no pudiera dejar a mi hermano de la mano porque se podía escapar y perderse entre los puestos. Y tiraba de los pelos a mi madre, o de la ropa o de donde podía. El caso era que me comprará algo.
Mi hermano, 18 meses mayor que yo, era más noble y tranquilo y se conformaba con todo.
Yo tendría dos o tres años, aunque no estoy segura, y era un trasto de mucho cuidado. Pero tenía buenos sentimientos, o eso pensaba yo, aunque fuera muy locatis y caprichosa.
Mi hermano Jesús, que ahora tendría 46 años de no haber muerto, se montaba detrás de mi cochecito, de pie o como podía, en un soporte de madera.
Mi madre nos llevaba a todas partes, porque mi padre estaba trabajando todo el día en la cafetería Cros como camarero, sirviendo además de en la barra, en bodas y comuniones, salón de baile, etc.
A la hora de comer, yo también era muy caprichosa. Cuando no me gustaba la comida lo tiraba todo al suelo a manotazos, y mi madre se enfadaba mucho y me pegaba en las manos para que no lo volviera a hacer. En definitiva, era la revolera de la casa.
Cuando hacía algo malo, le echaba la culpa a mi hermano, que se llevaba todos los golpes que tenían que ser para mí. Yo abusaba de las circunstancias de ir en silla de ruedas manual y mi madre no me zurraba porque me tenía lástima. Eso sí, cuando tiraba los platos con comida y todo por los suelos no me libraba de algún cachete que otro.
Un día que yo tiré un plato de lentejas al suelo mi hermano me pegó en las manos. Y mi madre le pegó a él, diciéndole que por qué le pegas a tu hermana, que para eso estaba ella, que era la madre. El caso era cascarle a mi hermano.
Cuando ya tenía 19 años, quería unas botas Kelme que anunciaban por la tele, pero mi madre no me las quiso comprar porque tenían mucho tacón. Yo entonces estaba muy delgadita y con un buen tipo. A los 25 años, por ejemplo, pesaba solo 33 kilos y me gustaba ponerme las ropas muy ajustadas –aunque siempre me moví, antes y después de esa edad, en silla de ruedas– porque me gustaba llamar la atención de los chicos. El caso es que no me compró las botas y esa todavía se la tengo guardada.
Y ya como capricho, capricho, pero capricho bien gordo, algo que está a mi alcance, es que me encantaría tener una moto para ir a todas partes y a toda pastilla, y con todo el equipo reglamentario de trajes, cascos y demás... Este es uno de los sueños más deseados de mi vida.

KENDU
Estrella
Mario era un chico de 13 años, había nacido en un pueblo de montaña, lleno de praderas verdes y de árboles de cuyas ramas caían gotas de rocío al amanecer.
Mario se levantaba temprano todas las mañanas deseoso de ir a explorar los enigmas de la naturaleza, se quedaba encandilado cuando oía los ruidos del bosque en los que se mezclaba el sonido de las hojas cuando las zarandeaba el aire, el murmullo de las fuentes, el trino de los pájaros…
Siempre salía al bosque acompañado de su perro Kendu.
Hace cuatro años, cuando iba paseando por el bosque, como cada mañana, oyó el quejido y los lamentos de un animal. Cuando se acercó para ver qué era, vio a un pequeño cachorro de perro al que algún cazador le había malherido en una pata. Y cuando este le miró a los ojos, a Mario le invadió una profunda dulzura, y tomándolo en sus brazos lo empezó a acariciar. El cachorro le agradecía sus mimos dándole pequeños lametones en la cara.
A partir de ese momento, Kendu formó parte de la vida de Mario, que todas las mañanas le lavaba la herida con agua y sal y luego se la vendaba.
Día a día, con estos mimos, el animal iba recuperando sus fuerzas, cosa que a su dueño le producía una gran satisfacción.
Cuando el perro empezó a correr, fue cuando comenzó a llevárselo con él al bosque otra vez. Lo sacaba por las noches para que le acompañara, mientras Mario descubría los misterios del universo, lo cual le producía también una gran ternura.
Entre ellos dos se ha formado un gran lazo indestructible, mezcla de amor, amistad y ternura.
A Mario le gustaría entender el lenguaje de los animales, el ladrido de los perros, el maullido de los gatos, el aullido de los lobos, porque intuye que este lenguaje, incomprensible para los humanos, tenía algún significado.
A su perro Kendu ya lo entiende. Se podría decir que son dos almas gemelas. Se complementan el uno con el otro, ya no pueden vivir separados.

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