Víctor
–Yo
soy portugués –me dijo Ramón este verano pasado, nada más verme
por Algüera, de vacaciones.
–Ramón,
¿pero desde cuándo te diste a la bebida?
–Te
digo que soy portugués. Me lo dijo mi madre al morir y no la quise
creer.
Yo
sé que Ramón había nacido hacía cuarenta años en Algüera y que
en Algüera se conserva el registro de su nacimiento y de su
bautismo, lo mismo que el de sus cuatro hermanos, que hace veinte
años ya emigraron a Hospitalet, y los de su padre y su madre.
El
misterio me lo desveló mi hermana cuando le hablé de lo que me
parecía una ventolera de Ramón. Macarena me contó que todo había
comenzado el día que Ramón aplaudió todos y cada uno de los cuatro
goles que le endosó la selección de fútbol de Portugal a la Roja,
el invierno pasado.
Lo
que había comenzado como reacción lógica de indignación a los
engaños del Gobierno sobre la crisis financiera, reacción
compartida por muchos otros algüeranos, terminó, al salir del bar
de Liborio, con Ramón gritando “Hemos ganado, hemos ganado la
nueva Aljubarrota” y abrazándose a todos y cada uno de los
portugueses que trabajan y viven en Algüera, que no son pocos y
aquella noche tenían motivos para estar contentos, pues Cristiano
había metido gol por fin.
Ramón
todavía era maestro de la escuela por aquellos días, lo digo porque
lo peor vino después.
Desde
aquella aciaga noche, Ramón comenzó a enseñar a los niños del
pueblo que Felipe II había invadido Portugal a sangre y fuego “y
semen” –esto último lo subrayaba con especial énfasis Ramón–
pues los tercios de su ejército habían comenzado a violar mozas en
Zalamea y no se detuvieron hasta Lisboa, y muchos años después de
la conquista, que los portugueses nos tuvimos que levantar en armas
–decía “nos tuvimos”– hasta derrotar al invasor tras el
Levantamiento de los Conjurados en diciembre de 1640.
Se
enteró el inspector de estas lecciones y lo expedientó de manera
fulminante. Nada pudieron hacer por el maestro los sindicatos. Y
desde aquel día Ramón, además de ser portugués, es un patriota,
pues por la patria había sacrificado su empleo de maestro como lo
hicieron tantos durante la Guerra de Restauración.
Desde
aquel día, a primeros de este año, mis paisanos de Algüera, y
paisanos de Ramón, por supuesto, le dan trabajo de bracero, para
recoger melones de secano y de regadío, tomates, pepinos y por ahí,
como hacen con todos los portugueses que se vinieron a vivir con
nosotros.
–Tú
eres portugués como yo soy vikingo –le dije el otro día a Ramón
a la puerta del bar de Liborio.
Ramón
estaba esperando a que comenzara el Portugal-Croacia de clasificación
para la Eurocopa. Como voy en la silla de ruedas, a mí me tolera
estos desplantes.
–¿Pero
tú qué eres, aparte de cojo, que salta a la vista? –me pregunta.
–Yo
soy español –contesto sacando pecho.
–Ahí
lo ves, por eso no me crees. Los españoles nunca podréis perdonar
que los portugueses os venciésemos en Montes Claros y seamos
independientes, sacudiendo vuestro yugo.
En
fin, que algo muy destructivo debe de llevar en su seno esta crisis
que atravesamos tan penosamente para que disuelva las conciencias
nacionales de forma tan profunda. El pobre Ramón no debe de ser la
única víctima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario