CUADERNO
AZUL / 3
Carmen
Me
gustaría montar en globo y ver las casas pequeñas, diminutas, como
de juguete… Subir con amigos viendo los pinares de mi tierra… O
quizá la selva africana como Julio Verne… No sé si mi miedo lo
aguantaría… Sería maravilloso poder aterrizar en cualquier parte,
en alguna playa, bañarte y luego subir otra vez… La torre Eiffel
desde lo alto, el Danubio desde lo alto… Aterrizar en algún parque
o plaza y ver qué cara pone la gente, ¡qué divertido!... O
comprobar si el globo soporta el peso de mi gran culo.
Un
viejo y un niño, quizá los viejos y los niños disfrutan igual de
la tranquilidad, de la lentitud, de las pequeñas cosas, la hierba,
los perros, los helados. El viejo enseña el mundo al niño y el niño
enseña al viejo a ser niño, que es el mayor regalo…
El
amor
y el odio… si una persona te cae mal, es probable que tú también
le caigas como una patada… El amor y el odio tienen final y
comienzo.
El
mar, como el desierto, es la inmensidad y el riesgo, el peligro, la
soledad… Cualquiera sabe dónde hallarías antes la muerte.
El
blanco es ausencia y el negro es atracción del color. De poder
elegir, yo quiero ser negra. Blancos y negros deberían cantar con
igual devoción sus músicas respectivas. Elvis Presley tenía voz de
negro.
Luz
y oscuridad van unidas, se encuentran a cada instante.
La
enfermedad, en cambio, es alguna falta en la salud.
La
noche y el día llenan nuestras vidas, son nuestras unidades de
tiempo y espacio.
Ruido
y silencio, en la época de los altavoces, son un puro susto, la pura
sorpresa.
La
vida es y la muerte no es. Y sin embargo, los condenados desean la
vida y los suicidas desean la muerte.
A
la soledad no se le acerca ni su contrario, que es la compañía.
Los
misterios de una papelera, un negativo de dos personas que se aman, o
quizá las fotos rotas, los restos de los buenos recuerdos, o de un
dinero mal gastado, me gustan más las fotos que los recibos, o una
carta rota y que luego te dará pena no haber conservado, o el apunte
de un título que te hizo perder el hilo, también algún boleto de
la primitiva, la ilusión no cumplida, algún telegrama que te
arrancó lágrimas, siempre papeles que sobran… Yo no tiro nada,
soy una especialista en acumular.
FULEROS
Rafa
Un
hombre de verdad cumple su palabra, sus juramentos son sagrados y su
firma va a misa.
Pero
yo tengo noticias de verdaderos fuleros, de tipos sin palabra. No son
muchos, en realidad yo no conozco a ninguno, pero me cuentan de
patronos que no pagan a sus obreros, de duques que meten la mano
donde no deben y la sacan llena, de tan sucia, de representantes de
los ciudadanos que gastan sin tino lo que no es suyo… pero también
de feriantes que venden mal género, de campesinos que intoxican
alimentos, de comerciantes que trucan los pesos y los cambios, de
panaderos de masa congelada, de médicos que se olvidan de los
consejos de Hipócrates y no atienden en condiciones si no cobran por
adelantado, de abogados más pendientes de la astilla que los propios
jueces y de jueces de semana caribeña que condenan a inocentes por
no pagar lo suyo, o sea, más que al letrado…
En
fin, que ser hombre de palabra o mujer de palabra es ser un buen
hombre y una buena mujer, de los que no dan que hablar.
FAVORES
Víctor
Hay
dos clases de hombre: lo que hacen favores y los que se aprovechan.
Yo soy de los que hacen favores, no me preguntes por qué. Procuro
hacerlos a gente de fiar, pero entre los que necesitan de tu ayuda
los hay que no se la merecen. De eso te enteras después.
No
hace mucho que me ocurrió una cosa grave. Me fié de un tipo que
parecía serio. Tenía mucho rollo y mucho mundo, pero si a mí me
engañó no fue por eso, sino por sus ojos de buena persona. Siempre
tropiezo en la misma piedra, esta que cuento tiene de especial que ha
sido la última. Su silla y la mía –esta que llevo hoy, o que me
lleva a mí, mejor, y que conseguí a cambio de una indemnización
del seguro del coche que me atropelló camino de ParqueSur– eran
iguales y a la suya se le rompió una horquilla. Me pidió que le
prestase la horquilla de la mía, pues yo me podía cambiar a otra
vieja, que estaba en uso.
¿Que
cómo terminó la historia? Pues que cada vez que salíamos a tomar
algo tenía que pagar yo, pues me decía que estaba ahorrando para
ponerse la horquilla.
El
final final de todo fue que yo tuve que comprar otra horquilla nueva,
con su rueda correspondiente, si quería poner en marcha mi silla
nueva. Jamás me pagó la pieza de le presté, o la rueda.
O
sea, que nunca dejaré de hacer favores a los que lo necesiten, pero
ya me gustaría que esos que lo necesitan llevasen alguna matrícula
para saber si son de fiar o no. Aunque a lo mejor pido demasiado.
Por
pedir que no quede, sin embargo: declaro que no me importaría que
alguien, alguna vez, me hiciese algún favor a mí, que aquí donde
me veis, también los necesito como el que más.
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