La sirena


Estrella
Sonia es pura gata, porque nació y se crió en Madrid, en el barrio de Chamberí. Pero vivió en su ciudad como si algo le faltase. Tiene veinte años y desde su adolescencia le gustaba divertirse yendo a las discotecas a bailar con sus amigas.
Sonia es una chica jovial y soñadora. De su cuerpo fluye una inmensa alegría, que brota de su corazón. Vive la vida al límite, sin aliento.
Se siente prisionera viviendo en Madrid. La ciudad absorbe y aniquila sus fuerzas. Y un día decide irse con su mejor amiga, Tania. Se largarán durante una larga temporada, y buscarán las fuerzas en el único lugar donde regalan eso.
–El mar es inagotable, –le explica Sonia a su amiga– sus abrazos son tan tiernos que te enamoran.
Y terminan en Benidorm y se alojan en el Hotel Bali, que les queda a unos minutos de la playa.
Cuando ya han deshecho el equipaje, se ponen una ropa más ligera y vuelven a salir, Sonia no puede esperar. Dan una vuelta por el Paseo Marítimo y Sonia siente que la emoción del mar la está enmudeciendo.
Mira de frente y por fin lo ve, ahí la está esperando.
Se quita las sandalias y corre hacia la orilla, dejando atrás olvidada a su amiga Tania.
Es tanta su agitación que no puede pensar. Escucha a su corazón y se sumerge vestida en las profundidades. Grita, emerge, da saltos, llora, canta, ríe, aplaude al mar.
Le ha invadido tanta dicha que por un momento se creyó una sirena.
Comienza a nadar a mariposa, adelante y atrás, y en un momento vuelve a llenar de aire los pulmones y, dando un fuerte impulso, empieza a bucear.
Allí abajo se tira un largo tiempo, hasta que le empieza faltar el aire. Muy a su pesar, decide Sonia volver a la orilla.
Hasta que hace pie y vuelve con su amiga. Sus ojos tienen un brillo especial y de sus labios emana una sonrisa espectacular. Tania se queda sobrecogida. Es tanta la felicidad de su amiga, que la siente en su propio cuerpo. Se tiran a la arena riendo, llorando y dando vueltas. Hasta tal punto están dando el espectáculo que cualquiera que las viera pensaría que han perdido la cabeza.

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