Sentada del 19 de enero de 2012

TRAIDOR
Fernando
Juan ganaba mucha pasta con su constructora. Recuerda como si fuera ayer el día que le tuvo que decir a su mujer:
–Esta crisis nos va a dejar en pelotas,
–Pues mejor, tú, a ver si así follamos un poco, que es que ni me mirabas últimamente.
Esto fue al comienzo de la crisis. La constructora dejó de construir pisos, despidió a todo cristo, o casi, pero se mantuvo un primer año vendiendo mal que bien lo que estaba ya terminado. Su mujer y él no follaban más, pero no tuvieron que dejar de beber y comer y viajar de lujo, como solían.
A Juan le gustaba el vino especialmente. Y fue precisamente degustando con su mujer una botella de Antonio Moro en el Hotel Villamagna que se encontró con un viejo amigo del colegio.
–Prueba este vino, Andrés, ¿cuánto tiempo hacía que no nos veíamos?
–Desde luego, por aquel tiempo no tenías para vinos de marca y restaurantes de lujo, aunque ya despuntabas en los negocios.
Y los dos amigos recordaron los primeros pasos en esto de hacer dinero, cuando en el colegio vendían a pachas cintas de casset piratas a los compañeros de curso, primero, y después a todo el instituto. Luego fue cuando Andrés contó lo de su ruina:
–He cerrado el concesionario, estoy en suspensión de pagos. Vender un coche hoy es más difícil aún que vender un piso.
–Joder –se sorprendió Juan– esta crisis nos va a dejar a todos tiesos.
–Tengo que conseguir dinero como sea, mi hijo se muere, una inmunodeficiencia que sólo tratan en Houston –el vino no había animado a Andrés.
–En mi constructora también estamos de liquidación. Tengo que reducir costos y abarcar menos para poder resistir. Necesito un hombre de confianza con contactos nuevos, algún contrato salvador, o al menos que me permita mantener la actividad. ¿Andrés, qué puedes ofrecerme en esto?
En aquella cena Juan se ganó un socio comprometido hasta las trancas con su nueva responsabilidad. Y la constructora abrió nuevas vías de negocio que permitieron a su propietario mantenerse en el mercado. Y Andrés se hizo imprescindible para Juan.
Pero las ganancias no eran suficientes para las necesidades de Andrés. Su hijo no podía esperar a que la crisis amainara y su padre mejorara los ingresos familiares.
Cuando comenzó a faltar dinero en los balances, Juan no se lo podía creer.
–Algún banco me está sangrando desde Gibraltar y no consigo dar con la fuga –confesó Juan a su mujer una mala noche.
–¿Has pensado en Andrés? –sugirió ella.
–¡Tú estás loca! ¿Por qué le tienes gato? Es un amigo, es eficiente, nos ha salvado de la ruina.
–Es un moralista, es un arrivista.
–Y tú eres una bruja.
Sin embargo, Juan no pudo menos que repasar el trabajo y las cuentas a las que tenía acceso Andrés. Y descubrió muy pronto el pastel.




EL EXTRAÑO
Conchi
Yo soy paralítica cerebral, así que estoy acostumbrada a que la gente se sorprenda al verme sentada en mi silla de ruedas, sobre todo la gente mayor. Cuando era pequeña había quien decía al verme: “Pobrecita, está mal de la cabeza”. A mí me daba rabia y pensaba: ¿Qué tendrán que ver las piernas con la cabeza? Había quien incluso les decía a mis padres: “Más vale que se hubiera muerto y hubierais tenido otro hijo”. Y eso lo decían conmigo delante. Yo a veces me callaba y a veces les sacaba la lengua. A mis padres también les dolían esos comentarios, pero por educación nunca contestaron mal a nadie.
Sería 1988 cuando fui de viaje 15 días con la Frater a un pueblo de Burgos que se llama La Guardia. Yo iba con una monitora primeriza, Araceli, que no controlaba muy bien mi silla de ruedas manual y la gente del pueblo, que eran todos unos paletos, se acercaban a ayudarla solo para preguntarle a ver qué tenía yo. Conmigo no hablaban, sólo con Araceli.
Aún ahora, en 2012, cuando estoy en ParqueSur y a los niños les llama la atención mi silla, los padres les sujetan y no les dejan acercarse, me da la sensación de que creen que les voy a contagiar algo.




BAILAR
MaryMar y Adredista 6
La música me gusta mucho, sobre todo el flamenco. Cada vez que suena una canción flamenca, mi cuerpo empieza a moverse y no tengo control sobre él. Y aunque no es flamenco, la canción de Karina “Buscando en el baúl de los recuerdos” me entusiasma.
Cuando voy al gimnasio, el fisio me pone música muy rítmica y nos ponemos a bailar, ya que a los dos nos gusta mover el esqueleto. Disfrutamos un montón, acomodamos nuestros ritmos. Él, siempre atento, me avisa de que tenga cuidado, no sea que vaya a pasarme. Se menea mucho, sus manos van volando de un lado a otro y sus pies se mueven como si tuviese el baile de San Vito. Lo hacemos durante un rato largo, yo seguiría mucho más, pero llega la hora de comer. Me coge de la mano y me lleva al comedor, es un sol.
Sin embargo eso de escuchar música sentada en mi habitación no va conmigo. Para mi la única función de la música es bailar, ya sea con el fisio o con cualquier otra persona, aunque otra persona no hay.
Lo que sí pienso es que al resto del mundo les gusta el baile tanto como a mi. Cuando llega algún cumpleaños, lo primero que se me ocurre es regalar DVDs, el tema más adecuado para el que va dirigido el regalo: es por si se le ocurre venir a bailar conmigo.

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