Saber vivir


Laura y adredista 1
Todas las mañanas, no recuerdo a qué hora, pero temprano, me tienen que asear en la cama, pues yo no puedo valerme. Al terminar, con la ayuda de una grúa, me levantan y me depositan en la silla de ruedas.
Nunca quise que esto me sucediera. Gracias a la silla me desplazo a casi todos los sitios a los que quiero ir. Paro poco en mi habitación, me apunto a todos los talleres en los que puedo participar a pesar de mis limitaciones.
Hoy se me olvidó que tocaba Taller de Escritura y vinieron a buscarme cuando más entretenida estaba viendo en la tele mi programa preferido “Saber vivir”. En el taller de escritura disfruto como una enana, hemos leído y comentado un cuento de Chejov, y ya no me acuerdo de qué iba. El caso es que nos toca escribir sobre nuestras esclavitudes o sobre la nieve que nos ha sorprendido esta mañana rompiendo la monotonía de todos los días. Siguiendo mi costumbre, dudo, y finalmente elijo escribir sobre las esclavitudes que tengo a diario.
La principal esclavitud para mí es depender de una silla de ruedas. Mi primera silla era manual, me quedé sin fuerzas para manejarla y la cambié por una eléctrica que funciona con una batería recargable enchufándola en la corriente eléctrica. En el brazo derecho tiene los mandos, junto a un dispositivo luminoso que me indica la carga de batería que me resta y es muy útil para saber la distancia que puedo recorrer. Como es un poco anticuada, se me descarga con facilidad. Un botoncito verde enciende esta lista de colores, desde el amarillo al rojo. Y muy cerquita de la señal, sobresale la palanca de mando con la que gradúo la velocidad y la dirección, con ella esquivo las columnas que hay en el Centro (que son muchas) y también los obstáculos de la calle. A veces las ruedas se me desinflan y me las hinchan con un mecanismo eléctrico.
En muchos momentos pienso que soy esclava de mi silla de ruedas. Sin embargo ahora, al describirla, me estoy descubriendo que soy yo quien conduce a la silla, y que escojo la que es más cómoda para mí. Ella es mi esclava, que yo no soy tan tonta.

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