El miedo

Isabel
Comencé a tener miedo cuando caí enferma a los diez años. Me daba miedo andar y jugar y saltar a la comba o a la goma, ¡me temblaban tanto las piernas! Aún no iba en silla de ruedas.
Fue cuando un medico llamo a casa de mis padres para que fuéramos a hablar con el.
El medico se llamaba Zaragoza y era muy tonto. Porque le decía a mi padre que me llevara un cojín cuando fuera a la compra o por ahí, a la calle, y que, cuando yo me sintiera mal, que me sentara en el cojín.
Y mi padre le dijo al médico que era un gilipollas: “Usted se cree que mi hija va a ir con un cojín debajo del brazo por la calle, ni que fuera una tonta”. Yo en ese momento sentí mucha rabia y mucho miedo.
Nunca fui con un cojín porque hubiera sido peor para mis sentimientos ya heridos.
El médico también me mando unas pastillas que me daban mucho sueño. Cuando mi padre llegaba de trabajar y me veía así de dormida, se enfadaba. Y me daba en los brazos, así, para despertarme. Me decía: “Niña, despierta, que pareces una oveja modorra, siempre durmiendo”.
Yo le chillaba a mi padre y le decía que yo no era, que eran las pastillas, que esas pastillas me daban sueño. Y mi padre se echaba a llorar, me quiere mucho, y maldecía. Joder, qué historia estoy contando, me está saliendo un cuento de Navidad.

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