Sentada del 17 de noviembre de 2011

SONIA, LA XENÓFOBA
Estrella
Hace un año que Sonia terminó sus estudios de hostelería y desde entonces está buscando trabajo. Echa el currículo en diversos establecimientos, hoteles, bares y restaurantes. Todos los días se levanta muy temprano, se maquilla bien para disimular su acné, se viste de negro, es un poco gótica, y sale en busca de un empleo.
Cuando cierra la puerta de su casa Sonia sale llena de energía. Siempre tiene la esperanza de que este día será diferente.
Hoy ha comenzado por un bar de la calle Huertas. En la barra servía los desayunos un colombiano. Dejó su currículo y se fue con menos esperanza de la que había entrado.
Pasó después a un restaurante en la misma acera. Sólo pudo hablar a esa hora con un ecuatoriano y se fue de allí con menos esperanzas todavía.
Ha recorrido toda la calle y su optimismo se ha agotado por completo.
Son las once y media y se va hasta la plaza Benavente porque tiene una entrevista con un jefe. El tipo le hace saber cual será su trabajo y, lo que es peor, su salario. Sonia se descompone al ver que es muy poco lo que le ofrecen para tanto como le exigen. Y otra vez que la entrevista termina de la peor manera: “Ya te llamaré para decirte si te admito o no, que tengo más entrevistas que hacer”. A la salida se encuentra con varios latinoamericanos.
Cuando Sonia vuelve a casa llega muy desanimada y muy decaída. Es cuando comienza a hacer balance de este último año y se desespera. Un año de entrevistas y más entrevistas para trabajar, si acaso, algún fin de semana, alguna fiesta, algunos días de vacaciones.
Ha dado las suficientes vueltas por toda la ciudad para sacar algunas conclusiones. El trabajo que ella busca, de camarera, de cocinera, de azafata, siempre termina haciéndolo algún o alguna extranjera. ¿Y qué pensar ante esto? Pero sobre todo, ¿qué sentir?
Durante estas tardes tan desanimada, después de todo un día buscando infructuosamente trabajo, Sonia no puede evitar que su odio a todo lo extranjero crezca. Pero esto no evita que se sienta cada vez más poca cosa, como un ser inferior, como una hormiga.


CASUALIDAD
Conchi
Julián se compró un Ford Fiesta azul en el concesionario de Delicias. Era su primer coche y lo compró a plazos, qué remedio. Lo utiliza para ir a trabajar todos los días porque el trabajo le pilla lejos. Lo cuida más que a un hijo tonto: lo lava, lo pone a punto y  lo guarda siempre en garaje para que no se lo rayen. Hace un año que lo tiene y está superlimpio. El niño está que no caga, como si le faltara la vida solo con pensar que le pasa algo al coche.
Vicenta también se compró un Ford Fiesta azul en el concesionario de Delicias. Era su primer coche, se acababa de sacar el carnet hacía poco y sus padres se lo regalaron por su cumpleaños. Y lo utiliza para irse de juerga a todos los sitios. Lo aparca mal, conduce muy alocada y muy rápido y se libra de las multas poniendo una sonrisita tonta. No lo cuida: lo tiene hecho un asco, no revisa los frenos ni las ruedas ni pasa las revisiones periódicamente.
El 12 de febrero de 2010, a las siete y media de la tarde, Julián salió de trabajar y cogió su Ford Fiesta para volver a casa y sobre todo a su garaje, a recoger bajo techo a su coche. A esa misma hora, Vicenta salió con su Ford Fiesta a celebrar su cumpleaños con unas amigas. A la altura de la calle Cáceres, Vicenta se saltó el semáforo y se empotró contra la puerta del conductor del coche de Julián. Ella salió tan pichi  y su coche, casi tan panchi, como si nada hubiese pasado.
–Uyuyuy –le dijo al guardia, poniendo morritos– ese coche se me ha cruzado –estaba impacientándose porque llegaba tarde a su cumpleaños.
Julián no dijo nada porque había perdido el conocimiento y, sobre todo, el coche, siniestro total.


BUENOS DÍAS
Laura y adredista 1
A sus 59 años Ramón, a pesar de tener cinco hijos y algunos nietos, se siente muy solo cuando vuelve a casa con Tobías. Nadie se acuerda de él, ni siquiera en su cumpleaños. ¡Cómo le gustaría recibir alguna llamada de sus hijos!
Tobías es su única compañía, salen juntos de paseo los días que no llueve y los dos disfrutan caminando por el campo, entre los árboles, pisando la hierba verde. Algunas veces se encuentran un vecino con el que Ramón intercambia pocas palabras: adiós, hola, buen día… y con frecuencia ni siquiera palabras, le basta un gesto con la mano.
Cuando vuelven a la ciudad se sienten más solos que en el campo. Se diría que se entienden mejor con los árboles y los pájaros que con las personas.
Ramón se siente aislado y solo desde el día en que enviudó. La gente cercana le acompañó en el sentimiento durante el luto y luego le olvidaron, hasta sus hijos.
Cada vez que intentó compartir su desgracia con alguien notó que le oían, pero no le escuchaban, por eso decidió convertir a Tobías en su único amigo, el auténtico amigo que nunca falla. Siempre que se siente solo le llama y el fiel Tobías acude contento moviendo alegre su rabo y dando suaves ladridos.

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