El pesimista

Fernando
Andrés tomaba una cerveza en la taberna, en Madrigal de los Pinos, el pueblo es pequeño y no había otra, y llegó un vecino con el cuento del día.
–Hola, Andrés, no traigo las mejores noticias.
–Pues podías irte por donde has venido, que para malos ratos, me basto y me sobro –Andrés no era precisamente un optimista, y siempre vivía al borde de la depresión.
–La cooperativa para la leche se va al garete. Se va a quedar a medio construir porque Bruselas ha retirado la subvención, me lo ha dicho el alcalde, los papeles que presentamos no estaban bien.
–Lo que me faltaba.
Andrés no tardó en sumirse en otra de sus habituales crisis de ansiedad. Ya veía su ganadería de vacas suizas otra vez a la deriva, la leche tirada en las cunetas, los terneros malvendidos, el corral sin gallinas, las pocilgas sin cerdos y la piscina sin limpiar.
También se daba cuenta Andrés de que así no podía seguir, con estas crisis que le cortaban la respiración y le quitaban las ganas de vivir. Decidió buscarse un psicólogo y fue a la capital, a Toledo, a la consulta de un tipo del que un amigo le había hablado maravillas.
–Ya estoy harto de soplar en la bolsa de plástico –le dijo nada más entrar en la consulta.
–¿Quién le aconsejó soplar? –preguntó el psicólogo.
–La médico de cabecera.
–Es un buen consejo, pero no vale para toda la vida. Se va a poner a darle de puñetazos a este cojín –y le señaló uno rojo que tenía junto al diván.
–¿Cómo lo hago?
–Como quiera.
Y le tuvo durante los tres cuartos de hora dando puñetazos al sufrido cojín.
Necesitó de unas cuantas sesiones más de puñetazos, intercalados de algún consejo y no pocas confidencias, para que le desaparecieran por completo los síntomas de ahogo que experimentaba Andrés ante cualquier contratiempo.
De hecho, por aquellos días le había dejado la novia, mosqueada por sus continuos viajes a la capital sin explicación –a Andrés le daba vergüenza confesar que iba al psicólogo a darse de puñetazos con un cojín– y no tuvo el menor síntoma de ahogo.
Y el mismo día, no sabía si porque le había dejado la novia o porque los problemas ya no le superaban –por cierto, lo que es la cooperativa de la leche no se terminaría, ya se había confirmado lo de Bruselas– Andrés decidió invitar a los colegas de la pandilla a merendar al bar. Y allí siguen, de momento, bebiendo.

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