Al cerdo no podía decirle que no

Víctor y adredista 0
Todo había comenzado como comienzan estas cosas, con un ligero sobrepeso. Pero él seguía comiendo chuletas de cedo, con su guarnición de embutidos varios. Hasta que, lo que eran unos kilos de más, se terminó convirtiendo en una obesidad muy comprometida al cabo de pocos años. Su índice de masa corporal se había disparado.
–Antonio, le tienes que poner remedio a esa barriga, que revientas todos los pantalones –gritaba cada vez con más frecuencia la parienta.
–Los tendrás que comprar de otra talla.
–No hay más tallas. Tienes que adelgazar, te va a matar el colesterol y dejarás huérfana a tu hija.
–Y a ti viuda, no te digo.
–Eso importa menos. Lo grave sería que dejes de traer la pasta a casa.
La mujer tenía tan claros los peligros que amenazaban a la familia que Antonio lo intentó. Dejó la legumbre, dejó los macarrones, dejó las galletas, dejó los helados. Ya sólo comía lechuga y costillas de cerdo, con la guarnición, pero no adelgazaba.
–Si no comieses tanto pan con el chorizo –gritaba la santa cada vez que Antonio se pesaba en el baño y comprobaba que todo seguía igual.
–Tú lo que quieres es que me muera de hambre.
–O pasas hambre o te mata el colesterol malo –insistía ella.
–Pues casi prefiero seguir rompiendo los pantalones, hasta que el cuerpo aguante –dijo Antonio muy cabreado, después de un mes o más de haberlo intentado.
Y tras la enésima bronca, se fue al bar y pidió una jarra de cerveza y unas manitas de cerdo, con mucho moje y pan.
Al cerdo no podía decirle que no, que Antonio es extremeño y se es extremeño por algo.

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