Sentada del 7 de julio de 2011

(In memoriam: El día 9 de Julio hará un año de la muerte de Alfonso Gálvez, adredista muy querido. Que sepas, compañero Alfonso, que durante este año el mundo no se ha parado y ha continuado ocurriendo de todo ante nuestras narices. Pero nosotros si queremos pararnos hoy un poco, para recordarte. Y qué mejor manera de hacerlo que volviendo a oír tus palabras de aquel día, en la presentación de tu biografía, Jaula de oro, en la FNAC de ParqueSur.)

PALABRAS DE AGRADECIMIENTO
Fonso
Cuando comencé a escribir este libro, Jaula de oro, del que todos habéis hablado en este acto, unos bien y otros no tanto, pero que habéis leído y eso se agradece, quería contar lo mal que lo estoy pasando y que se me oyese. Mi vida no es fácil, nunca lo ha sido. Sin embargo, ha habido momentos en que yo he sido feliz. En las residencias del IMSERSO he sido feliz. Al principio, cuando yo era más independiente, era feliz, los que me conocéis lo sabéis. Hoy no soy feliz, también lo sabéis. Nadie me ha enseñado a vivir. A vivir se aprende de niño, con modelos como el padre o los profesores, pero yo no tuve infancia, nadie me enseñó el lado amable de la vida. De pronto, cuando ingresé en la residencia del IMSERSO de Alcuéscar, a pesar de la extrañeza de los primeros días, encontré mi lugar, no estaba solo, estaba entre iguales, o sea, entre cojos, y allí descubrí la verdadera amistad. La residencia estaba entre cuestas, en el peor sitio imaginable para nosotros, pero yo me sentía en casa, allí se vivía bien. También en Alcuéscar descubrí el amor por primera vez en mi vida y no me lo podía creer. Todo esto lo habéis leído en el libro. ¿Por qué ya no soy feliz? No sé cuándo ocurrió, pero mi vida desde hace un tiempo se ha vuelto a convertir en un infierno. Me veis cada día y lo sabéis. No puedo evitarlo, no sé evitar esta impotencia que me hace vivir amargado. El libro me ha dado la posibilidad de explicarme. Es para mí una satisfacción que lo hayáis leído. Os juro que lo último que yo hubiera soñado para mí es hacerme la víctima. No me gusta ir de víctima por la vida, nunca me ha gustado. No me quejo. Sólo grito y quiero gritar porque no soy feliz, no vivo bien, me siento pillado, prisionero, y no sé cómo escapar de este cepo. No sé qué hacer, pero esto no es una queja. La vida no me ha dado mucho, y lo poco que he recibido lo agradezco. Os agradezco vuestra ayuda a los que me asistís y ayudáis, y también a los que me habéis asistido y ayudado en otro tiempo. Y a los que habéis leído el libro, os lo agradezco especialmente. Y a los que habéis hablado aquí, también os lo agradezco. Y a los que habéis venido, gracias por vuestra presencia. A todos, gracias: tened paciencia conmigo.


NO TENGAS MIEDO, ALFONSO
Adredista 1
Yo he venido aquí a hablar del libro Jaula de oro. Como el libro es autobiográfico, hablaré más del autor, Alfonso Gálvez. He leído tu libro dos veces. El la primera confieso que no leía el libro, te escuchaba y te veía a ti, con tu fuerza visceral, con tu palabra entrañable (ya sabes, la que sale de las entrañas, de tus entretelas). Veía un autorretrato y el retrato de tu familia, y el de las instituciones por las que has pasado y el de la sociedad que nos ha tocado vivir. Todo ello fotografiado a través un objetivo cada vez más enrojecido, porque es más existencial, más de carne, y no por ello menos transparente. Disfruté y sufrí con tu libro. Jaula de oro es el álbum de una vida en blanco y negro; cada día de escritura, una foto. Al colocarlas, a primera vista, algunas parecen trastocadas, pero también en eso se percibe la rebelión del autor contra el orden establecido. La segunda vez, traté de descubrir la estructura en la que el artista de la palabra y de la idea se retrata en la belleza de la metáfora. Disfruté con tus ocurrentes reflexiones ante cosas y personas, sobre todo cuando te sales del guión de contar tu vida y filosofas. Así nos enseñas que sólo desde la cátedra que es tu silla de ruedas se pueden comprender algunas miradas. Por segunda vez disfruté y sufrí con tu libro. Quiero poner un ejemplo de mi forma de sufrirte y disfrutarte, sólo por si es útil para aquellos que aún no te han leído: 3 de mayo de 2006, hacía treinta años que no habías vuelto a Orihuela y le dictas a Andrés tus recuerdos... leo el final del fotograma: "Yo iba mucho con mis hermanos al río, a un soto cerca del algarrobo grande. Nos desnudábamos y nos metíamos en el agua los tres. José Antonio, Tomás y yo. Pero pasan los años, se desdibujan los cuadros y a los hermanos que más recuerdo de aquellas correrías son Tomás, yo y el pequeño Toni. Yo siempre era el único que no sabía nadar. Envidiaba la habilidad de mis hermanos para mantenerse a flote cuando se metían donde cubría. Yo me quedaba en la orilla contemplándoles. Esta sensación de contemplar la vida desde la orilla se me repite en muchos recuerdos. En las horas tardías del día se veía a veces el tronco de algún árbol flotando en el agua, corriente abajo. Su paso era inquietante y misterioso". Cuanta vida cabe en un endecasílabo: Su paso era inquietante y misterioso.
No tengas miedo Alfonso. No eres un tronco a la deriva. Los consumidores, los que mandan sin saber mandar, los que suben peldaños de carne para trepar, los que gritan desde los púlpitos, las cátedras y los medios de comunicación social jamás apreciarán la fuerza y la belleza de un endecasílabo que salta desde una silla de ruedas, aunque no sea una silla eléctrica. Amigo Alfonso, por si acaso te sirve de consuelo, el "homo encabronatus" tiene 700.000 años y no ha nacido en Orihuela sino en Atapuerca, Burgos, perdón en Ataxia-puerca. Desde aquel Anteccesor hasta el hombre enjaulado en Leganés, han existido y existirán millones de personas que se rebelen contra su caparazón. Nunca estarás solo en tu lucha titánica por ser independiente. Lo terrible es ser conformista con la jaula política, social, religiosa o económica en la que cada cual ha caído. A mí también me ha llegado tu grito y me ha herido tu libro y por eso, precisamente por eso, hoy he venido aquí, para darte las gracias.


GANDHI
Fonso
Siempre me ha gustado enterarme de la vida y milagros de los personajes históricos que han hecho algo grande por la humanidad.
Un día cogí un libro, bastante gordo por cierto, en la biblioteca pública de mi pueblo, Orihuela, que trataba sobre la vida de Gandhi y su lucha por la independencia de la India, sometida al Imperio Británico durante unos cuatrocientos años.
Ya no recuerdo cada lucha, cada huelga de hambre, cada viaje, pero me llamó especialmente la atención la forma en que se fue ganando el cariño y la voluntad de su pueblo, sobre la base de una entrega total por la causa de los pobres y oprimidos, y dando ejemplo de pobreza y solidaridad, siendo el primero en practicar aquello que estaba defendiendo.
Se pasó mucho tiempo luchando y arriesgando su vida y la de su familia con ayunos prolongados y privaciones sin cuento, pero se rodeó de fieles colaboradores que le seguían a todas partes y que estaban de acuerdo con su doctrina de la no violencia.
Pues era esto, la no violencia, el núcleo central de su pensamiento, la ideología que inspiraba su lucha. En esencia, decía Gandhi que nuestra verdad, lo que nos da derecho a criticar e incluso odiar a nuestro enemigo, esa misma verdad nos permite descubrir residuos de verdad en el enemigo más encarnizado, lo que nos obliga a respetarlo, si no a marlo.
Durante años estuvo recorriendo la India y comprobando el expolio y la humillación a que era sometida por parte de sus opresores, que se apoderaban de sus materias primas y hacían cambiar su economía de supervivencia, desde robarles las minas de sal a arrasar las selvas o cultivos tradicionales para las plantaciones de un producto tan poco nutritivo como es el té o el opio.
Con el ejemplo de su vida, Gandhi me dejó claro que uno puede conseguir algo grande con solo estar convencido de lo que quiere. Por mucho que la vida se te ponga cuesta arriba, no tienes que desesperar, y menos, tirar la toalla... Y todo esto, pacíficamente, sin decir una palabra más alta que otra.
Claro que él era Mahatma Gandhi y yo Alfonso Gálvez... pero... en esas estamos.
Aunque en el tema de no levantar la voz me tendréis que perdonar, porque a este paisano de Miguel Hernández no ha nacido todavía nadie que le mande callar.

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