Celos

Víctor y adredista 0
Conozco bien a Adela, es la mujer que ha amarrado a la pata de la cama a mi mejor amigo, Ausibio, que no lo deja ni asomarse a la puerta de la calle. Si es conmigo, Ausibio todavía tiene permiso para pasear, pues como voy en silla de ruedas, nuca nos alejamos demasiado de su casa y Adela controla en la distancia.
Lo que tiene a Ausibio desesperado es que su parienta no le deja reunirse con los amigos de siempre, o sea, con los que se emborrachaba en los botellones, que solían terminar sus noches de juerga en algún club de alterne tomándose la última.
–Hace un año o más que no los veo. Y si los veo, que es lo peor, tiene que ser con ella delante, me controla hasta el pensamiento –así se expresa Ausibio, no me habla de otra cosa últimamente.
–Si Adela supiera la mitad de lo que yo sé sobre tus correrías, ya te habría tirado al pozo, para estar más segura de que no se la das.
–Víctor, ni en broma me digas eso, que me dan vértigo los pozos. Si todavía le vas a dar la razón a ella.
–El caso es que tienes un problema.
Todas la tardes que nos vemos, Ausibio me da la misma turra. Ya conozco de los celos de Adela más que su marido. Me cuenta que incluso tiene celos de su hija, que no la deja ir a casa de los tíos porque la niña vuelve diciendo que quiere más a esta o a la otra que a su propia madre.
–Ausibio, tu mujer necesita cariño. Los celos le vienen porque se siente insegura, porque no le haces mucho caso.
–Si no salgo de casa en todo el día.
–Adela no te deja salir porque teme perderte. ¿Por qué no la convences a ella para que se airee un poco y se relacione con más gente que tú?
–¿Pero tú que pretendes, que se haga una golfa?
–A lo mejor por ahí consigues un poco de paz, Ausibio, que los caminos del amor son inescrutables.
–Tú eres un degenerado, Víctor. La mujer, la pata quebrada y en casa.
–Ah, no lo sabía.

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