Mari, la del estanco

Victor y adredista 0
En el circo, a mi silla y a mí nos habían colocado junto a la pista, delante de la primera fila de asientos. Y Mari, la del estanco, estaba justo detrás, junto a mi hermana Macarena y mi sobrino Víctor. Hasta ahora no habíamos visto más que a torturadores de animales, perros, caballos y leones obligados a hacer el ridículo. A mí no me divierte ver dar latigazos a un león en una jaula o a un caballo quitándose el sombrero o a un perro pasando por un aro de fuego. En cambio, la Mari se reía detrás de mí como una loca, cuantas más ridiculeces hacía el caballo más se reía la Mari.
Cuando salieron los payasos a la pista, entonces comenzaba la función para mí. Ahora la pista era del payaso Triste, pero a la Mari le gustaba el payaso Listo, ese tipo que estaba allí en medio de la pista para aguarle la fiesta a mi amigo. Porque el payaso Triste es mi amigo, sobre todo aquel, que era funambulista y saxofonista y situacionista, esto lo digo porque a todo le daba la vuelta. Subía al alambre a caminar, y lo hacía con las manos, boca abajo, cuando no se caía. Soplaba el saxo y sonaba un grajo. Todo le salía al revés, como a mí, pero yo me tronchaba. La Mari, en cambio, no hacía más que gritar: “¡Ay, que se cae!, ¡ay, qué mal suena!, ¡ay, qué inútil es!” Me estaba poniendo de los nervios. Y oí que le dijo Macarena:
–Pero Mari, que es un payaso, que los payasos hacen reír porque se dan trompadas y porque todo les sale mal.
–Pues yo prefiero al Listo, que es un señor –contestó ella.
Ya me tenía harto la Mari, la del estanco, y se lo tuve que decir por ver si se callaba:
–Pues el Tirste fuma como un carretero. He visto como discutía en su caravana con tu Listo, que no puede ver el tabaco y no le dejaba fumar dentro.
Fue oírme esta observación y la Mari descubrió su alma de tendera y cambió de humor y comenzó a hacerle gracia mi héroe el Triste, que ahora subía otra vez a la cuerda, pero con el saxo, y ahí, haciendo equilibrios, se marcó un sin fin de variaciones sobre el Amor Brujo de Falla que nos dejó a todos llorando y con la boca abierta. Ahora sí que se estaba riendo de todos nosotros mi amigo el payaso, de nuestra risa de superioridad.
Pues todavía mi payaso Triste me hizo reír con más ganas al día siguiente, cuando lo vi en el estanco de la Mari, y ligando con la dueña. Pero de quien me reía entonces era de la Mari, de la Lista.

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