La vaca en brazos

MaryMar y adredista 7
María era una cuidadora más pesada que una vaca en brazos. Asistió a todos los compañeros de la residencia, la conocíamos bien. Es de mediana edad, alegre y rellenita. Mientras atendía a los compañeros le gustaba cantar flamenco. Incluso cogía a alguno y bailaba con él.
Pero a María le encantan los crucigramas y los juegos de letras, como a mí. A veces llamaba algún residente solicitando sus servicios, pero ella estaba enfrascada con sus juegos y hacía como que no oía.
Un día la llamó el Director a su despacho y le leyó la cartilla. Le echó en cara su comportamiento y amenazó con despedirla si volvía a ocurrir otra vez que dejaba desatendido a algún compañero.
María quiere hacerle caso, pero los juegos la llamaban a gritos, sus deseos se llenaban de letras gritando algún orden urgente para ellas, no lo podía evitar. Cogió la costumbre de encerrarse en una habitación vacía, lejos de miradas indiscretas, y allí resolvía sopas de letras a sus anchas.
Hasta que un día se acercó hasta allí otra cuidadora y la descubrió. Esta se lo chiva al director, que despide a María.
María, de todas formas, vivía contenta, ya que podía jugar durante las veinticuatro horas del día.
El problema es que no tenía dinero para comprar los cuadernillos de Pasatiempos. Y no se le ocurrió otra cosa que ir un día hasta el quiosco de la esquina y robar un montón de ellos. El quiosquero que la vio, salió corriendo detrás de ella al grito clásico y cómico de “¡ Al ladrón, al ladrón!”. Empezó a salir gente de todos los rincones, cogieron a la María y el juez, un hombre cabal, que ya es raro entre los jueces, le puso como castigo dedicar una hora diaria a jugar a los crucigramas con los hijo de los vecinos.
Y María por fin es feliz. No tiene dinero para comer, pero tiene garantizados todos los cuadernos de Pasatiempos que quiere.

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