Euforia

Laura y adredista 1
El que curra en la familia de María es su marido Manolo, que trabaja de manera agotadora.
Se levanta a las cinco de la mañana, cuando todo está oscuro y apenas se oye ruido en la calle. Las farolas lucen menos a causa de la niebla. Manolo tiene la costumbre de asomarse a la ventana, así le parece adivinar la temperatura del exterior. Procura no hacer ruido para que no se despierte ninguno de los suyos. Se ducha con la idea de despejarse, se afeita, desayuna, se lava los dientes y se viste.
A las seis menos cuarto ya está esperando en la calle al autobús de la empresa, que siempre tarda un poco. Trabaja en un matadero situado a kilómetro y medio de la ciudad. Lleva más de veinte años en el mismo puesto de trabajo y ahora va soportando mejor el olor de las vísceras de los animales sacrificados.
Apenas recuerda su primera etapa en el matadero, cuando la tarea le resultaba insoportable y entre vómito y vómito se proponía abandonar. “Tengo que sacar la familia adelante”, pensaba para sí en aquellos duros momentos.
Ellos le daban la fuerza para soportar trabajos tan duros como este, y cada tarde, al llegar a casa se le olvidaba todo lo que había sufrido en el matadero.
Encontrarse con sus hijos y darle un besazo a su mujer era el mejor reconstituyente, una verdadera fuente inagotable de ánimo para seguir en el trabajo. Sus amigos y compañeros de fatigas se admiraban de la euforia que Manolo les trasmitía y solían preguntarle de dónde sacaba el ánimo para soportar la matanza y el desguace de los animales.
Manolo siempre contestaba con una sonrisa de oreja a oreja: “No hay trabajo malo. La familia es el mejor reconstituyente”.

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