Almas gemelas

José Luis
Tengo un amigo que es como mi primo más a mano e intimo. Teníamos los dos unos veinticinco años y nos conocimos en un viaje de AUXILIA a Benidorm. Le gustaba escribir y me ayudaba con mis poemas.
Yo por aquella época le escribía poemas de amor a MariCarmen, una chica de muy buen ver, PC como yo, que había conocido en Ayala, en un colegio para diversos funcionales, con quince años. Pues desde tan tierna edad le dedicaba mis poesías desesperadas y desde entonces aprovechaba, cada vez que tenía a alguien dispuesto, para que me las transcribiese. Como estaba en la fase de amante no correspondido, fase por demás que se ha prolongado durante toda mi vida y con todas mis amantes, todos mis poemas hablaban de la soledad. Por ejemplo, hacía versos como estos, que ahora recuerdo:
“Soledad, mi compañera,
eres más fiel que su desdén,
pues tú nunca me abandonas,
soy como Adán en su edén.”
Mi amigo, que se llamaba José Luis como yo, se tomaba muy en serio estos poemas tan malos, mucho más que la destinataria de los mismos, a la que se los hacía llegar sistemáticamente, y me fue cogiendo cariño. Él también entendía mis quejas.
Yo me hice incondicional suyo a raíz de un conflicto que se desencadenó en el comedor del hotel: los clientes decidieron que nosotros, los diversos funcionales, tendríamos que comer en las habitaciones y no allí, con ellos, con personas tan respetables y bien cebadas como ellos, un hato de turistas hartos de aburrimiento.
Pero mi amigo José Luis se enfrentó a la turba de escalenófobos con argumentos contundentes y consiguió que todos los cojos nos uniésemos y nos rebelásemos contra semejante discriminación.
Y en el comedor nos quedamos todos los cojos y allí se selló mi eterna amistad con José Luis.

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