Una rosa

Rosa
De buena gana escupiría a ese prepotente, pero es el jardinero y sería inútil, está acostumbrado a que lo escupan. ¡Cuántas menos fuerzas tengo, más ganas me dan de escupir a todos los que mandan!
Había besado a una rosa recién abierta y el muy bobo me ha insultado.
–Mujer inútil, –me ha gritado– no cortes esa rosa, que está más viva y es más necesaria que tú.
–No la corté, cenizo, la admiro y la beso –grité yo indignada desde mi silla de ruedas.
–No la cortaste porque estaba yo aquí, mentirosa, inútil –continuaba insultándome.
–Tú sí que eres un cagón y un esclavo obediente, que te quitas la gorra cuando pasa el capataz –le respondí.
–Será zorra esta coja de mierda –masculló entre dientes lo suficientemente alto para que le oyese y apuntó el chorro de su goma de riego hacia mí.
–Serafín, ¿qué haces? –grito a mi lado un muchacho también vestido de jardinero, al que yo no había visto.
Con una agilidad envidiable se puso delante de mi silla y del chorro de agua que ya me alcanzaba.
–Le estoy dando una lección a esa coja, que se ha atrevido a cortar una rosa delante de mí.
–Tú sí que eres un capullo. Y retira el chorro de agua, no me salpiques si no quieres que te meta la goma por el culo.
–Y abra la llave –apoyé yo al muchacho.
Y el jardinero Serafín apartó la manguera al momento y no hubo más. Pero a mí me volvieron estas ganas de escupir a diestro y siniestro a todos los que mandan humillando.

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