Sentada del 10 de marzo de 2011

ME TENÉIS QUE CREER
RosaMe tenéis que creer,
ya no tengo miedo,
es la única cárcel de la que consiguió huir
la chica valiente y rubia que ahora soy,
ya no me gobierna la desidia de mis asistentes
ni me gobiernan los fantasmas
de mi razón dolorida
y ya nunca me asustará la soledad,
esa desesperación que empuja
a la mujer madura
a refugiarse en los brazos ociosos
de jóvenes amantes,
ni me gobierna dios,
aunque cumplo sus mandamientos
más obvios, y en los que peco
es de deseo,
ni me gobiernan los legisladores,
aunque me gobiernan,
pues poco puedo hacer para impedirlo
salvo no tener miedo,
y creo que la razón,
quizá la única,
de mi recién estrenada valentía
de chica libre y rubia
sea que ni a morirme tengo miedo,
aunque bien sé
que me muero un poco cada día y
si me paro a pensar
en ese día que por fin dejaré de morirme
empiezo a echar de menos a todos
y cada uno de vosotros
y se me saltan las lágrimas.
NO SE PUEDE TENER TODOConchi–Ya estoy demasiado gorda –se queja Concha.
Dora, su vecina del 4º A, le ha invitado a un chocolate con porras, pero se resiste.
–¡Qué pinta tiene este chocolate! –advierte Dora– Pero tú no deberías probarlo, chulita, la diabetes te tiene rodeada y deberías evitar el dulce.
–¿Y para qué me invitas, entonces? ¿Para mirarte comer y comprobar que no te engorda esta pócima?
–No soy tan mala, sólo te advertía –se explica la amiga.
–Cada día me compro la ropa más grande porque ya nada me viene. Me tendré que hacer unas túnicas a lo Demis Roussos –Concha lo dice con verdadera pena.
–Sí, chulita, pero con la diferencia de que tú no cantas ni la Traviata en la ducha.
Las dos se aplican al chocolate, aunque la satisfacción no es completa para Concha.
–¡Quién como tú, más estilizada y guapa que la Venus de Milo! No sé cómo no te has ligado ya al guaperas del séptimo.
–¿Por qué lo dices, te ha comentado algo? –a Dora le interesa más este asunto que las quejas de la amiga.
–No, nada, ayer mismo, que se me cansó mucho el pobre, mientras lo hacíamos, ya sabes, me gusta ponerme encima, y va y me dice que le gustaría que yo estuviera delgada como tú.
–¿Y no le dijiste nada?
–Sí, que no se puede tener todo.

PATERA

Victor y adredista 0Akim consiguió llegar a Madrid, a casa de su hermano Yusuf, hace más de un mes, pero continúa taciturno.
Yusuf hace chapuzas, contrata reformas aquí y allá, es un manitas, lo mismo hace de fontanero que de electricista que de albañil, y todo lo hace bien. Con Akim a su lado, un joven fuerte, inteligente y trabajador, su hermano menor, Yusuf se veía ya como contratista de obras, lo que aquí llaman constructor.
Pero Akim no consigue olvidar a sus compañeros de la patera ahogados a veinte metros de la orilla, a veinte metros de la arena de la playa.
–Saltad, saltad –gritaba el patrón, amenazando con un remo a los que no se atrevían.
Akim había saltado el primero, era buen nadador. Cuando llegó a la playa, solo, le había costado un poco hacer pie pues el mar estaba con resaca, y se volvió para esperar a los compañeros, no se lo podía creer. Oía gritos de socorro apagados pero nadie llegaba a la playa, y la patera ya navegaba mar adentro. Esperó otro poco, la oscuridad era mucha, así lo habían planeado, sin luna a la llegada, y desde donde estaba, de pie en la arena, no distinguía a nadie. Sólo algún grito de socorro cada vez más lejos, cada vez más débil.
Estos recuerdos atormentan a Akim cada noche y cada día, le paralizan, le impiden hacer cualquier cosa, descansar, comer. La primavera brota alrededor, los chopos y los olmos se sacuden el gris del invierno, pero Akim no puede olvidar esos treinta y cuatro cadáveres, a los treinta y cuatro compañeros de travesía que viera fotografiados sobre la arena de la misma playa, muertos, al día siguiente de haberla él pisado.
–Akim, hermano, tú has sobrevivido, tú no tienes culpa de nada –le anima Yusuf, que está alicatando el baño de la casa donde trabajan y, mientras habla, arrebaña la última paletada de cemento en la gaveta de goma.
Akim continúa sentado en el sofá viejo del polvoriento salón, más que sentado, hundido, mano sobre mano, sin hacer nada, sin ni siquiera ánimo para intentarlo.
–Ya sanará de su mal –se dice Yusuf, suspirando, mientras prepara otra gaveta de cemento.

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