Sereno

Rafa
—De todo este término tiene que tener cuidado el sereno, dando vueltas toda la noche — me dijo sonriente Manolo, el jefe de turno.
—Descuida, jefe —le contesté—, que mi mujer prepara el café más cargado de toda La Rubia.
Era mi primer día al cuidado de aquella obra en Valladolid, unos pisos en la orilla más alejada, junto a la vía del tren en dirección a Salamanca. Esa noche no hubo necesidad de mantenerse a flote con el café. Yo solía verle el fondo a la botella de litro en las doce horas que duraba mi turno de noche; lo iba vaciando cazuela a cazuela y lo calentaba con leña en la primera placa que encontrara por allí.
Al poco rato que se marchó Manolo, se oyó el primer ruido de la noche y fui a averiguar qué lo producía. Eran los gatos que andaban cuidando a sus crías. Como se desplazaban por todo el lugar, metían un ruido terrible al pisar sobre las tablas sueltas. Y siendo el primer día de trabajo, no era para ignorarlos o pensar siquiera en echar una cabezadita.
El otro ruido que me puso en alerta esa noche fue el de una patrulla de la Policía Nacional, que se acercó para ver quien estaba de guardia. Al verme, me reconocieron en seguida de otras obras en las que había trabajado anteriormente. Todos los polis del cuartel me conocían, igual que los inspectores y los de la secreta. Esos pisos fueron comprados en su mayoría por ellos mismos, de modo que todo el tiempo que estuve allí iban a ver como avanzaban las obras. A veces, era más el trajín de ellos que el de los gatos.
Fue una de mis temporadas más tranquilas en el trabajo. Dejé de notar a los gatos y con tantas visitas de la poli se me hacía la noche más corta. Fue una temporada que regresaba a casa con el termo de café a la mitad. Es curioso ver de donde nos puede llegar, a veces, la serenidad. El café, como dicen, no debe ser muy bueno para los nervios.

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