Sentada del 3 de febrero de 2011

MINIATURAS XVIII
Iñaki
Vuelve a empezar
en un mundo abstracto,
en un mundo guapo
y diferente
y siempre bello,
volver a empezar.

Falta el cariño,
en el camino
falta el cariño,
falta el cariño
cuando el camino
se complica.

Lágrimas
que supuran mis venas,
lágrimas
que suben al cielo,
el cielo acoge
mis lágrimas.

Lagrimas que oculta
el furor del amor,
lágrimas que se ahogan
en tu corazón,
lágrimas que se expresan
sin remisión.

Aquella calle tan larga,
aquella cuesta,
aquella tarde tan larga
y cansina
que no termina nunca.



LA GENEROSIDAD DE LAS CUCARACHAS
Peva
¿Generosidad? Y esto ¡qué cojones es!
Es oír la ocurrencia y todos salimos corriendo, pocos hay que se queden a ver lo que se pide. Yo no, desde luego. Yo creo que es una palabra en desuso.
Y sin embargo continúa habiendo casos inexplicables entre nosotros, o sea, por ahí, casos en que la generosidad es incondicional, como pueda ser el de las madres con sus hijos, ¡qué no haría una madre!
Vamos a comenzar por el principio, por ver si esto tiene alguna explicación. Desde que la semillita de los cojones toma posesión de su óvulo, el cuerpo de la mujer, “como es normal”, sufre una metamorfosis de arriba abajo, empezando por la cabeza, y de dentro a fuera, o sea, barriga, tetas y culo, mucho culo, que esto no se dice.
Y en su cabeza ya no es la misma chica despreocupada que conoció el de los cojones un día, ahora ya tiene otro ser dentro que le produce molestas varices en las piernas, pero sobre todo un ensanchamiento sin proporción de todas sus curvas, tan bien asfaltadas hasta aquí, hasta este momento de su vida, y esa cara de torta que se les pone a todas.
Se diría que la generosidad que embarga a la futura mamá está haciendo estragos en su anatomía, por dentro, pero sobre todo por fuera.
Ya lo de parir, por mucho que duela, se comprende. Llega un momento en que te hartas de engordar y tienes que tomar medidas, por muy drásticas y dolorosas que parezcan a simple vista.
Pero lo divertido viene ahora, esas noches en blanco que esperan a la mamá, ¡eso si que se puede llamar generosidad! O es generosidad o es algo peor.
Pero el tiempo pasa y todo vuelve a su estado natural, con un poco suerte, la cara, las tetas, el culo, la barriga y sobre todo las hormonas.
Además, su bebé duerme más y caga menos y ella se hace ilusiones. Y por fin vuelve su gran noche, la noche tan esperada en que va a volver a salir, ¡por fin ha encontrado una canguro por unas horas!
Pero, lo que es la vida, esta misma noche la canguro, camino de su trabajo, o sea, camino de la casa de nuestra mamá, se ha encontrado una enorme y asquerosa cucaracha, sí, una de esas cuya estrategia como especie es tan afortunada que nos precedieron y nos sobrevivirán, una cucaracha tan grande que la hace retroceder tan espantada que tropieza con una farola... y terminó en urgencias con el tabique nasal roto.
O sea, ¿qué ha pasado? Muy sencillo, ocurrió lo que continuará ocurriendo durante toda la vida del bebé y de la madre, que la mamá, que ingenuamente imaginó llegada por fin su hora de salir de juerga al fin, después de muchos meses de estar en casa cuidando a su bebé, seguirá en casa cuidando a su bebé.



LA SILLA ERA LA PROTA
Laura y adredista 2
Trabajaba yo en la sección de quirófanos de Cruz Roja. El doctor Ley observó mis andares y con sólo con eso me diagnosticó el síndrome desmielinizante.
Me quedé cortada, ¿qué significará “desmielinizante”?
¡Dame valor, Dios mío, para afrontar lo que eso conlleve! No pensaba en otra cosa durante aquellos primeros días, pero ya me acostumbré, aquel inesperado diagnóstico acompaña toda mi vida desde entonces.
Desde hace 25 años la silla de ruedas se ha convertido en mi guía inseparable durante todos los momentos del día. Nos llevamos bien, aunque, como suele pasar entre amigas, ya hemos tenido algún episodio más bien desagradable.
Recuerdo ahora uno de los primeros. Fue en primavera y había llovido suavemente. Decidí salir sola a la calle para comprar unos medicamentos en la farmacia más cercana a mi casa.
Todo iba bien, hasta que me puse a cruzar un paso de cebra. Yo siempre miro el tráfico, había algunos coches parados junto a un semáforo lejano y decidí cambiarme de acera. Justo en la mitad de la calle -no me explico cómo- me caí de la silla y, claro está, organicé un gran follón.
Algunos peatones corrieron a ayudarme levantando la voz, pero los que más gritaban eran los que intentaban parar el tráfico con voces y gestos. Yo estaba aturdida en medio de tanto barullo y no era capaz de levantarme sola. Un señor desconocido y fortachón me colocó en la silla y me empujó por fin hasta la acera.
Allí continuaba el alboroto de la gente. Hacían todo tipo de comentarios, que yo escuchaba algo más tranquila. Por fortuna no me había pasado nada, sólo el golpe y el susto, ya estaba totalmente repuesta.
Me hacía gracia el razonamiento de una mujer pequeña, que con su potente voz le echaba a la silla toda la culpa. La dejé discutiendo con otro peatón, que también había observado la caída, y seguí mi camino, que no me gusta ser el centro de atención.
Sin embargo, esta vez parece que era la silla la protagonista, y me gustó menos todavía.

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