Sentada del 20 de enero de 2011

EL AVARO
Mercedes
El señor Juanito era un hombre muy avaro, que nada más quería ganar mucho dinero a costa de lo que fuera, él con tal de ganar mucho dinero hacía lo que fuera necesario. Tenía una pequeña tienda todo a cien, en un barrio muy obrero llamado La Fortuna. Allí se vendía de todo, muebles, ropa, calzados, jabón de olores, papel de fumar, agujas de coser, vino, aceite, aceitunas, azúcar, vasos, bayetas, fregonas, lapiceros, bolígrafos, jarrones, hilos, cremalleras y botones y otras mil cosas más.
Pero el señor Juanito tenía un amigo que era propietario de un gran centro comercial en un barrio de lujo llamado las Rozas. Esto fue su desgracia, pues el señor Juanito soñaba con ser igual que su amigo, el que tenía ese gran centro comercial.
Y se hizo tan avaro que no gastaba nada de dinero, por ahorrar. Ni comía ni se calentaba ni vestía, nada más por ahorrar el dinero que tenía, para el gran centro comercial. Lo guardaba dentro en un calcetín en el sótano de su casa, bajo un ladrillo. Hasta que tuvo que emplear un saco y levantar más baldosines. Ponía encima una mesa, una silla, un mueble, una cama y también un colchón. Nadie sabía dónde lo estaba escondiendo, ni siquiera su mujer y sus hijos.
El señor Juanito tendría que sacar el saco y el calcetín de aquel sótano si quería aumentar su negocio con el gran centro comercial, pero ya no podía. Lo intentó muchas veces, sacaba el calcetín y lo volvía a meter, sacaba el saco y volvía a dejarlo, lo intentó muchas veces. Negoció incluso la compra de muchos locales, que si de Galerías Preciados, que si de Simago, pero ya no podía desprenderse del saco.
Hasta que un día, de pronto, un mal fuego en su vivienda quemó todos los muebles, calcetín, saco y dinero. El fuego fue provocado por un cigarrillo mal apagado.
Y el avaro se quedó sin nada, más pobre que las ratas. Lo que son las cosas.



EL FATUO
Laura y adredista 1
En la calle Oudrid vivía Arturo. Todos le conocían por el mote de “PavoReal”. Quien me contó esto aseguraba que, desde su cuarto de estar, donde vivía feliz con el ventanal que daba a un hermoso jardín, le veía presumir corriendo sobre sus patines, aunque se caía a menudo.
Ha pasado mucho tiempo y ahora PavoReal va en silla de ruedas. Pero sigue siendo vanidoso, se le nota porque va estirado sobre la silla lo más que puede.
Cuando habla lo hace con dificultad y no se le entiende bien. Él lo sabe y se pone más nervioso al tener que reconocer sus fallos, y se estira más y más para hacernos ver que no tiene defectos. (N. de la a.: ¡Lo estoy poniendo bien! ¡Qué rollo tengo!) Presume de sus conocimientos adquiridos, según él con la lectura, aunque más parecen los documentales de la 2. Como a veces le falla la memoria, disimula con lo que se le ocurre en ese momento y nos cuenta más de una trola.
Siempre pensé que una persona en silla de ruedas no puede ser fatuo, a no ser que antes lo fuera en gran medida. Un compañero, supuesto amigo de él en la juventud, es quien me ha informado del PavoReal y quien me advirtió que siempre fue así y que, de niños, lo soportaban por puro compromiso. Ya os dije que fueron ellos, sus amigos de la infancia, los que le bautizaros con el mote de PavoReal.
En aquella época PavoReal presumía de saber conducir y se estrelló más de una vez con el coche. Hasta que tuvo el último accidente serio, el que le llevó derecho a la silla de ruedas.
Además de fatuo es tonto, pues no aprendió nada de la vida. Para seguir presumiendo de sus habilidades con la silla, intenta pasarnos por donde no hay sitio y suele golpearnos.
No es raro que alguien lo tenga que recoger del suelo por causa de estas imprudencias. Si le preguntan qué le pasó, siempre contesta que alguien con malas intenciones le había empujado.
Pienso que tipos como este seguirán siendo siempre igual: fanfarrones. Cosa que no es agradable, nunca me han gustado las personas engreídas, que se creen que son superiores a los demás. Yo prefiero a la gente sencilla.



MI AMIGA VERÓNICA
MaryMar y adredista 7
Yo tengo una amiga que se llama Verónica. Antes nos llevábamos muy bien. Trabajábamos en un taller de costura. Ella cosía, pues era eso lo que más le gustaba, y yo me encargaba de pegar botones y poner cremalleras.
Cuando salíamos del trabajo solíamos ir juntas a pasear y al teatro, pues el teatro nos gustaba mucho. Ella después me acompañaba hasta casa. En realidad, vivíamos cerca y nos acompañábamos mutuamente.
Pasó el tiempo y un día Verónica empezó a salir con un chico e iba con él lo mismo al teatro que a pasear por ahí, las cosas que antes hacía conmigo. Y me dejó de lado.
Yo la seguía viendo en el trabajo. Pero a la salida la esperaba el muchacho. Pasearon juntos cinco años y juntos fueron durante cinco años al teatro, que es mucho tiempo. Tanto que el chico se cansó de Verónica y rompieron.
Verónica intentó entonces retomar la amistad que habíamos tenido. Pero no sabía que yo lo que estaba haciendo era tontear con el chico que había sido su novio. El caso es que era muy aburrido que terminé por darle calabazas.
–Hija, no sé cómo le has podido aguantar tanto tiempo –le dije yo por aquellos días a Verónica, que todavía le echaba de menos.
Y las dos seguíamos con nuestra vida en el Taller de costura.
Con el tiempo volvimos a pasear juntas y volvimos a ser amigas las dos.

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