La buena visión

Fonso
Me había dejado arrastrar por la secta de La buena Visión. Sus integrantes, todos cortos de vista, se comprometen a asistir a una ceremonia que consiste en arrancarle, en vivo, uno de los ojos a un gato blanco -al que luego abandonan a su mala suerte- para sortearlo entre los asistentes.
El afortunado, que no podrá participar en el sorteo siguiente, se lo tiene que tragar, sin poner mala cara y ayudándose con unos tragos de sangre del propio gato, mientras los hermanos, en corro y vestidos con túnicas blancas, entonan una jaculatoria que dice lo siguiente:
“¡Oh, Ser supremo de La buena Visión a quien nada se te oculta! Por el sacrificio de esta criatura inocente concede a los fieles reunidos en tu nombre algo de la visión que a ti te sobra y que a nosotros nos falta”.
Como el sorteo es mensual, los hermanos, muchos, y los gatos blancos, pocos, hubo quien sugirió que para prevenir los infartos (porque algunos andamos a vueltas con el colesterol del malo) podíamos sortear también el corazón.
La propuesta fue aceptada con una condición del decano. Y fue ello que, antes de probar con el corazón, los pulmones, el páncreas o lo que hiciera falta de los gatos, primero había que esperar si daba resultado el experimento de los ojos…
Como había sido de los primeros que se tomó el ojo del gato, como seguía viendo lo mismo, o menos, que antes, y como pienso que mis hermanos van a terminar por no dejar del gato ni los pellejos, pues todos cojeamos de algún achaque, decidí darme de baja de la secta.
Lo primero que hice, al librarme de ellos, fue ponerme en manos del oftalmólogo de la Seguridad Social y ahora veo todo lo que se mueve...
Por cierto, hay un gato blanco moviéndose alrededor de mi casa que cuando me ve se le estiran los bigotes, hace fu fu y el rabo se le pone en línea recta con la columna vertebral, mientras se le cambia de azul cielo a rojo infierno el único ojo que le queda.

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