Calista la lista

Carmen
Calista siempre estaba pensando en el mañana. Compraba de lo más barato y sólo compraba en las rebajas. Cuando dejaba los vestidos estrechos, pues era muy gruesa y seguía engordando, le daba alergia tirarlos y los revendía en el mercadillo para sacar más dinero. A su pobre criada, Eudoxia, la traía mártir. Controlaba sus cuentas hasta el último céntimo y le restaba de sus emolumentos entre cincuenta y cien pesetas por todo lo que rompía, que no lo rompía Eudoxia, sino el ama la mayoría de las veces.
–Me has roto tres vasos de cristal esta semana –apuntaba Calista.
–Mentira, señora, han sido sus temblores –protestaba Eudoxia– y no eran de cristal, sino de duralex del malo.
Un día la asistenta, cansada de tanta injusticia y de tantos descuentos abusivos, decidió tomarse la revancha. Le pidió el finiquito, pero antes de eso le habló de una colcha de brocado, la joya de la familia –el apellido de Eudoxia era nada menos que Beltrán, de los Beltranes de Belmonte– que a ella le había tocado de la herencia de su bisabuela, una labor que se remontaba al siglo XVII, si no antes, bordada en oro y que conservaba muchas de las incrustaciones de piedras preciosas originales de la pieza.
El comentario despertó la codicia de Calista.
–Mi madre me dijo que no me desprendiera de ella si no tenía gran necesidad. Me comentó que un anticuario podría darme por ella una fortuna.
Ahora fue cuando Eudoxia le pidió el finiquito al ama.
–¿Y no crees que ha llegado el momento, ahora que vas a quedarte sin trabajo, de vender esa joya? –comentó esta.
–No me vendría mal, pero no conozco a nadie que me la pueda comprar.
–¿Por cuánto la venderías?
–No tengo ni idea. ¿Por qué no se la traigo a usted y me orienta?
–Pues hazlo antes de que te dé el finiquito.
Eudoxia lo fue dejando hasta el último día. Y allí se presentó con la colcha. Fue verla, y la codicia cegó a Calista completamente. Aquella colcha brillaba como ni ella había soñado.
–Por esta joya bien puedes sacar el medio millón –se atrevió a tasar Calixta.
La vieja avara había picado el anzuelo, pero Eudoxia la conocía muy bien y si había dicho quinientos era porque pensaba en dos mil, así que dijo:
–Pues si usted me da un millón se puede quedar con ella.
–Es mucho dinero –protestó el ama.
–Es mucha colcha –sentenció la criada.
Y recibió en el mismo momento el sobre del finiquito, mucho menos de lo que en justicia la correspondía, y el sobre con el millón de pelas que la vieja avara le pagaba por la colcha.
Sin perder ni un minuto, en la misma mañana Calixta se fue volando a ver al anticuario.
–¿Pero qué me traes aquí, alma de cántaro? Si estas colchas las hacen los hippys de Ibiza y se venden en los mercadillos por cuatro perras. La tela es de algodón, los bordados, de cobre, y las piedras, cristales de la isla, que de eso tienen mucha variedad allí.

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