El Cortadedos

Fonso
Gary “El Rubio” y Bruno “El Toscano” vivían en una calle no muy concurrida de Harlem, en la ciudad de Nueva York. Ya rondaban ambos los cuarenta años, tenían un descapotable de segunda mano y vestían muy arregladitos. No se sabía que tuvieran familia en los Estados Unidos, pero sí que eran muy amigos y unos genios de la electrónica.
Un día el Rubio le dijo al Toscano:
–Mira Bruno, los dos vamos cumpliendo años y ya va siendo hora de que sentemos la cabeza. La gente murmura de nuestros trapicheos con la droga. De aquí a que se entere la policía y tengamos problemas sólo hay un paso. He pensado que con nuestros conocimientos y con algo de ayuda podríamos montar un negocio honrado que nos diera para vivir y no andar por las calles mirando para atrás y dormir con una pistola en la mesilla de noche.
–Pues mira, Gary, estoy de acuerdo contigo. Sólo que tenemos un pequeño problema, y es que necesitaremos mucho dinero para alquilar un local y proveernos del material necesario, a no ser…
--¿A no ser qué?
--A no ser que se lo pidamos prestado a Ralph.
--¿A Ralph, “El cortadedos”? ¿Has querido decir eso?
--¡Precisamente!
Los dos amigos se sorprendieron con la facilidad con que Ralph les ofreció el dinero que necesitaban, además de un local apropiado en la Tercera Avenida. Pero con una condición que les pareció razonable, viniendo de donde venía: que él se llevaría el cincuenta por ciento de las ganancias y el otro cincuenta se lo repartieran entre los dos.
Como las reparaciones eran económicas y los precios de los productos nuevos (que los ponía el socio capitalista) no tenían competencia, los dos socios empezaron a respirar tranquilos, con unas ganancias razonables y legales, que ya no tenían nada que ver con las drogas…
O al menos eso es lo que ellos pensaban. Hasta que se dieron cuenta de que Ralph los utilizaba como tapadera para un negocio que creían haber dejado atrás.
No les sirvieron de nada sus protestas. Le dijeron a Ralph que no estaban dispuestos a hacer por más tiempo la vista gorda con el tráfico de drogas, oculto en determinados marcas de televisores y en ciertas reparaciones innecesarias, y que, o se cortaba en seco, o tendrían que ponerlo en conocimiento de la policía, aunque ellos pudieran resultar también perjudicados.
¡Y tanto que sí! La respuesta del Cortadedos no se hizo esperar. Aquella misma noche, a la hora del cierre, ayudado por dos de sus gorilas y a punta de pistola, les hizo bajar al taller de reparaciones.
Sin mediar palabra y después de atarles con cables eléctricos a sendas sillas giratorias, Ralph en persona, ante la miradas de terror de los amigos y mientras los gorilas sujetaban más fuertemente a Gary, se puso de rodillas y sacando unas tenazas le cortó el dedo corazón por la segunda falange.
En tanto que Bruno, que veía cómo su amigo, perdido el conocimiento, se desangraba a borbotones, escuchaba claramente las palabras del Cortadedos, ahora sí:
–Os quedan dos opciones: seguir viviendo a mi costa, y hacéis la vista gorda, o coger el avión para esa mierda de Italia de donde nunca tendríais que haber venido.
Al poco tiempo se supo que Gary montaba en un avión de la compañía Alitalia. De Bruno, nunca más se supo.

No hay comentarios: