Confidencias








Carmen



Vivir, soñar, morir,
desde mi inmovilidad
yo quisiera gritar,
pero sólo tengo los ojos
para parpadear.

Y tú, con tus prisas
no me acompañas nunca,
no tienes ni un minuto,
siquiera una sonrisa,
al menos un instante
para conmigo hablar.

La tele a todo pasto,
la crisis, mil problemas,
la huelga, el sindicato
van cerrando mis ojos
y, de pronto, yo sueño
que mañana toca baño,
y todo marcha bien
y otra vez soy feliz.

Silencio, ha anochecido
y terminó el concierto.
Ay, ¿qué me pasó?
El metro se ha esfumado
y el miedo me atenaza,
¿acertaré a volver?
Menos mal que siempre
encuentro un alma buena
que me devuelve a mi tejado.

La milhoja araña mi estómago
y me da una noche de serpientes.

Tu amor era una cumbre
de esperanzas,
pero se hundió en el abismo
de mis dudas.

Tú eras cóndor
de impaciencias
chocando con la malaquita
de mis temores.

Olvidé el añil de tu sacrificio
pero siento el erizo oscuro de tus lágrimas
que sellaban la luz de un futuro a tu lado.

Mi cuerpo arenoso,
de duna reciente,
se olvidó de la ansiosa amapola
de mi inútil orgasmo.

Mi ingratitud arañó
tus sentimientos más hondos
pero nunca olvidaré
aquella risa violeta
y cantora
que me provocabas.

Mis párpados me pesan como bloques de granito.
Despierta, es una orden, comienza la excursión.
Hija, Pilar, podías haberla programado
para el final de la noche oscura.
Venga, despierta, que ya oigo al tren rodando.
Un bullicio de estación daña como alfileres mi cansancio
y de pronto amanezco entre las rubias barbas del camillero Ortega.
¿Y tú qué haces aquí?, pregunto yo intrigada,
pero ya no hay respuesta porque estoy despierta
y sola, también se ha esfumado la excursión.

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