Deseo de estudiar

José Luis
Ayer, viernes, le pedí a mi asistente de escritura, Gerardo, que por favor me acercase hasta el Instituto de Bachillerato Isaac Albéniz a clase de Matemáticas. Mi originalidad funcional no me permite ir solo, pues no soy autónomo de movimientos. Gerardo, o Petra, con la que escribo desde hace muchos años, son de las pocas personas que, además de confiar en mis capacidades, aún empujan mi silla para que aprenda más. Quiero estudiar el Acceso a la Universidad y por eso les ruego que, cuando puedan hacerlo, me lleven con el profesor de Matemáticas Santiago Cerisola, otra persona que confía en mí y me enseña en sus ratos libres álgebra, cálculo y geometría. Para que Santiago me pueda dar clase, Gerardo o Petra han de tener tiempo libre para empujar mi silla, y voluntad de hacerlo, puesto que yo no dispongo de recursos para pagar a asistentes personales.
Decía que ayer fuimos hasta el instituto y encontramos al profesor Santiago Cerisola disponible, aunque salía de una reunión del claustro y estaba un poco cansado.
Enseñarme a mí exige gran esfuerzo al docente, lo sé, no porque me falte interés, que me sobra, sino porque la comunicación es muy comprometida por mi hablar peculiar. La clase anterior, hace ya un par de meses, había sido genial. Había entendido el juego de las ecuaciones de primer grado y las probabilidades. Quería aprender más y llegaba muy ilusionado. ¿Que ocurrió ? Que el maestro sugirió que el ajedrez también podía ser de utilidad para mí y después de una breve instrucción sobre el manejo de las piezas, en vez de retarme a mí, se le ocurrió retar a Gerardo y como de espectador novato no se logra ver lo que sucede en el tablero, pues fue para mí una pérdida de tiempo.
No me quejo, que ya me he acostumbrado a las dos cosas, a que se interpreten mal mis silencios y a que se me margine en las fiestas y en lo que no son fiestas. Que se me considere un hinchapelotas. Subrayo simplemente que esto me ocurría ayer junto a dos personas que me están ayudando desinteresadamente a estudiar, casi las únicas que lo hacen. Sólo dispongo de ellos, de estos amigos que emplean su tiempo para dar satisfacción a mi deseo de aprender.
¿Qué puedo hace yo para estudiar ? Una única vez en mi vida, con siete años, rechacé yo la oportunidad de aprender. Me habían abandonado, o sea, que me habían metido como interno, en un colegio para diversos funcionales y yo interpreté aquello, era un niño, como el destierro que era, poco menos como que mis padres me habían echado de casa. Me resistí a todo allí dentro, hasta conseguir que me devolvieran a mi casa. No dejaba dormir a nadie.
Cuando en la adolescencia descubrí la importancia del estudio y de la instrucción ya nadie me hizo el menor caso. Para mí habían terminado todas las oportunidades, para un discapacitado, que necesita de ellas más que nadie. Si insistía en mi deseo de estudiar, mi padre, además, me contestaba que nunca sería capaz de nada, que no tenía voluntad.
Cuánto no me habré arrepentido desde entonces por abandonar el colegio de mi infancia. Pero había sido muy radical la separación de la familia. Me habían arrancado del núcleo que me protegía y me entendía, de las únicas personas que me trataban con cariño. Aún así, si alguien me hubiese explicado que en aquel colegio empezaba mi futuro, hubiese resistido incluso semejante crueldad. No tuve otra oportunidad, se acabó para mí la instrucción. Mi tristeza de niño abandonado, o depresión, me había cerrado todas las puertas.
Todas, salvo las puertas de las residencias del IMSERSO, donde vivo desde hace más de veinticinco años. Y donde el Estado no cubre con su asistencia las necesidades de instrucción de los residentes. No he perdido el tiempo, sin embargo, y, pese a mis dificultades para todo, pues casi nadie me entiende cuando hablo, no controlo por los espasmos ningún movimiento de mi cuerpo y no puedo manejar siquiera una silla manual pues no me obedecen ni brazos ni piernas, he conseguido dictar una novela a voluntarios con paciencia, que se ha editado y ha sido un éxito, De vuelta en Palestina, una narración de referencia ahora mismo en los colectivos de diversos funcionales, y no lo digo yo, pueden consultar páginas en internet. Tampoco puedo escribir con mis manos, pero ahora pruebo a hacerlo con la barbilla y un programa especial en el ordenador, de barrido, aunque también necesito asistencia para esto, pues el collarín en que va insertado el pulsador se mueve y el programa se me bloquea.
No tengo respuesta a la pregunta que me hacía de cómo podrá estudiar un individuo como yo. Sé que me asiste el derecho a ello, sé que no tengo medios ni recursos para hacerlo más fácil, pero también sé que no es por mi causa.
He acreditado mis capacidades y mi voluntad. Que nadie me diga, pues, que todos tenemos las mismas oportunidades. Yo, todo lo más, ya estoy aburriéndome de tener reconocidos unos derechos, como es el derecho a la instrucción, o a la accesibilidad o a la independencia, que tan sólo sirven para que algunas conciencias se consuelen con la ficción de vivir en un mundo ideal.
No puedo estudiar, llevo años intentando hacerlo, pero no me dejan las mil barreras que me ponéis. Es lo que quería decir.

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